jueves, 2 de octubre de 2008

Las dos vertientes del camino espiritual

Las dos vertientes del camino espiritual o místico

“Mi reino no es de este mundo” “Regnum meum no est de hoc mundo” Vulgata. (Jn 18, 36) Traducciones posteriores dicen. “Mi realeza no pertenece al mundo este”
Traducción que dulcifica mucho la visión de que el Reino de Cristo, de Dios no es de este mundo (Creación). Pese a innumerables citas evangélicas que dicen lo contrario, la formación espiritual desde casi el principio del cristianismo ha ido por los derroteros de que el Reino no es de este mundo, y que por lo tanto este Reino exigía la renuncia total y para siempre del llamado mundo (¿Mundo?).
Por otra parte, como acabo de decir, los evangelios sinópticos están cargados de la seguridad de que, con Jesús, el Reino ha llegado a la tierra. Todas las parábolas no hacen sino manifestar de alguna manera esta llegada y el evangelio joánico lo que hace es, aparte de incluir algunos discursos de Jesús, narrar los signos que Él hizo de que el Reino está ya “intra vos (nos)” . La Transfiguración (Mt 17,1-8. Mc 9,2-13. Lc 9,28-36) es el momento culminante de esa manifestación de la presencia del Reino inter e intra nos.

El Reino está presente en la tierra, y no otro es el significado profundo de las parábolas del Sembrador (Mt 13... Mc 4... Lc 8...) y de la Cizaña ( unida en los textos a la del Sembrador), que nos enseña que, mientras estemos en la tierra, el Reino convivirá con el no-Reino (¿no vemos aquí un guiño a la polaridad del Ser?). Y el mismo Jesús dice a sus seguidores: “Vosotros podéis comprender ya los secretos del reinado de Dios” porque tienen ya ojos para ver y oídos para oír. El Reino, pues, está dentro de vosotros.

Pero, un mal entendimiento en la cultura griega de los caminos Ascendente (el que se ha de seguir para llegar hasta lo Bueno, Dios) y Descendente (el que bajando de lo Bueno, descubre la Bondad en la Creación) hizo que Aristóteles propugnara en exclusiva el camino Ascendente y se olvidara del Descendente, visión que pasó a San Agustín quien defendió que la Beatitud o Felicidad en esta existencia no podía ser otra más que el abandono del mundo ilusorio y la entrega sin condiciones a la contemplación total del Bien absoluto (algo en lo que incidían también los gnósticos y los maniqueos). Y coincidiendo con ellos, la línea cristiana oficial se llenó de ascetas y padres del desierto, que abandonaban este mundo para alcanzar el Reino, porque hacían decir a Jesús: mi Reino no es de esta Creación, confundiendo la palabra mundo con la palabra creación, no está en esta vida sino en la otra.

Es cierto que Juan en su evangelio pone en boca de Jesús las siguientes palabras (en su discusión con Pilato): “Mi reino no es de este mundo, si mi Reino fuera de este mundo, mi guardia personal hubiera luchado para impedir que me entregaran a las autoridades judías...” sin introducirnos en un análisis exegético del texto, es muy fácil ver que están hablando del reino del poder de las armas, del reino de la imposición por la fuerza, al que se llama mundo y es una visión del mundo, que abunda en exceso. Y la realeza de Cristo no nace de la fuerza de las armas, sino de la energía del Amor y de la Verdad, como atestigua la continuación del texto evangélico (Jn 18, 35-38). En modo alguno se está negando la realidad de que el Reino ya ha llegado. Y llegó desde el primer momento de la Creación, desde el Beresit, el Principio. La narración en detalle de esta presencia está repartida por todos los libros que fundamentan la Historia.

Con esta visión de que el Reino no es de este mundo, se instauró el camino Ascendente hacia Dios (sin un sentido trinitario) como único camino posible de realización ascética y sobre todo mística, por lo que se cortó de raíz el camino Descendente, camino por otra parte muy peligroso para la iglesia oficial, porque la vertiente Descendente del camino afirma y confirma el hecho de que cada persona es en su corazón, en su más profundo ser (una manifestación de) el Espíritu, y eso es algo totalmente incontrolable para los poderes humanos, aunque a ese poder se le llame la iglesia que se autodenomina de origen divino. Y ya sabemos del afán controlador de la oficialidad, sea la que sea.

Así gran parte de la línea mística cristiana va sólo por el Camino Ascendente, por la vertiente Ascendente del Camino algo que vemos claramente en el mismo S. Juan de la Cruz: “Iré por esos montes y riberas / Ni cogeré las flores / ni temeré las fieras / y cruzaré los valles y fronteras.” dice el alma que sale en una noche oscura buscando al esposo que huyó como el ciervo herido. Canciones entre el alma y el esposo. En general el nihilismo, aunque condenado por la iglesia oficial, está marcando hondamente gran parte de la mística cristiana.

No faltan, por supuesto, ejemplos en la mística cristiana que sean modelos de síntesis de las dos vertientes del Camino, desde S. Francisco de Asís hasta Teresa de Calcuta, entregados a la contemplación y al bien de todos los humanos. El amor con que estos santos trataban a los hombres es una extraordinaria muestra de la vivencia del Camino Descendente y lo mismo la fraternidad con la que el de Asís trataban a toda la creación.

Pero, esa dimensión del más allá, esa esperanza en otra vida, ese afán de inmortalidad después de la muerte, ese confundir la eternidad con un tiempo sin límites, ese ignorar la Vida y el Ahora... sigue siendo una característica de la formación religioso-moral que se imparte aún en todas las formas de cristianismo. Y eso a todas luces está hablando sólo de una vertiente del Camino, la Ascendente, pese a los muchos esfuerzos que se están haciendo por liberarse de este error. Hay grandes estudiosos de las formas de conciencia del ser humano, y por lo tanto, de la mística, que afirman que por esta desviación es por lo que probablemente hay muchos menos místicos en el cristianismo, que en el budismo, hinduísmo, taoísmo...

Ruego que nadie que pueda leer estas líneas se precipite y que, a tenor de lo dicho, en el párrafo anterior pueda decir que yo afirmo que todo se reduce a esta vida terrenal, que no hay nada después de la muerte (en el tiempo, ciertamente no). Sólo digo que hemos cogido una parte del evangelio, el primer segmento del aforismo hindú que dice: “El mundo es ilusorio; sólo Brahman es real” sólo digo que hay una continuación que dice: “Brahman es el mundo”. O bien, el Crucificado resucita y es el Cristo y es el Espíritu y es el Don del Padre y se hace realidad en el universo entero, convertido en Universo. Y eso eternamente, o sea, sin tiempo, fuera del tiempo. No antes, ni después. Ahora.

Esta vivencia exclusiva del Camino Ascendente ha corroborado una visión dualista de la realidad, visión que por otra parte está engendrada por nuestra mente racionalista que no sabe intuir la unidad, o mejor, el no-dos, la bipolaridad formando una sola realidad, la pura relación que es el Ser. Así, hemos concluido en nuestra mente que todo lo que no fuera Ascenso hacia el más allá, hacia lo Bueno, hacia Dios..., era malo. Y como tal hemos calificado en general todo lo perteneciente al Mundo Manifiesto desde hace mucho tiempo. Aún es frecuente en nuestra cultura la frase: “Eso es tan bueno que tiene que ser pecado”. Mas la Realidad trasciende totalmente nuestra mente, y el Mundo Manifiesto no es más que una manifestación del Espíritu en acción.

La filosofía que es una de las “artes” más noble, si no la más, que puede ejercer el espíritu humano, también entiende de estos dos caminos, o mejor, de estas dos vertientes del Camino, y a la Ascendente la llama Idealismo y a la Descendente, Materialismo, pero las llama así cuando dejan de ser vertientes del mismo camino y sus defensores las convierten en el único Camino. La oposición y lucha constante entre Idealismo y Materialismo ha llenado muchas páginas de la Historia del pensamiento humano en Occidente. De hecho nuestra cultura sigue en gran modo enfrentada entre estas dos posturas. La solución pasaría por un verdadero sincretismo, no eclecticismo.

Las tradiciones platónicas y neoplatónicas, que son no-duales, con Platón y Plotino a la cabeza respectivamente, y otras tradiciones no-duales de Oriente, como el Zen, el Tantra... mantenían que una cosa es lo Bueno o Perfecto y otra la Bondad. La Bondad es la expresión de lo Bueno en toda la creación. Y al Camino que sube hacia lo bueno o Ascendente le llamaban Sabiduría, y al que abrazaba a los Muchos, a la Creación lo llamaban Compasión (cum patere = vivir en unión, Amor).

La Sabiduría, esa Sabiduría que es Don y Regalo y se oculta en el Misterio, sabe que tras la Creación, tras la Multiplicidad está el Uno, el Absoluto, la Trinidad. La Sabiduría ve siempre a través de las formas cambiantes de todo ser hasta llegar al Fundamento Único de todo, o como diría Platón, ve a través de las sombras de la caverna, las trasciende y llega hasta la Luz sin tiempo ni forma. La Sabiduría, nos dice el hinduísmo, “ve que este mundo es ilusorio” y no se queda en él. Este Camino es arduo y largo, consta de muchas etapas que describen los libros de los místicos, como Las Moradas de Santa Teresa, o las que plantea la corriente de la Dinámica Espiral.

Esta Vertiente Ascendente o Sabiduría es Don, es la Palabra que comunica el Logos, y que comunica para todos, aunque sólo los que tienen oídos para oír la oyen, los que han preparado su oído interior. Y para que nuestro oído interior se acomode al Silencio de la Palabra del Logos es necesaria una técnica (como para ver una célula hace falta un microscopio): Abrir nuestro tercer ojo, abrirnos a la contemplación, el Oculus contemplationis que decía S. Buanventura, adaptar nuestro oído interior al soplo del Espíritu, y eso requiere muchos años de práctica de la meditación, de recogimiento interior, de saber mirar hacia adentro, de contemplar y contemplarnos. Esta mirada interior no es una mera reflexión, sino un abrirse hacia el centro de uno mismo, un dejarse llevar por la Vida y el Amor, un llegar hasta y permanecer en el Misterio y en la Esencia...

Platón, cuando se refiere a esta experiencia del Uno, no habla de deducciones lógicas de su pensamiento, sino de una experiencia vital, de la que dice: “No es algo que pueda ser puesto en palabras, como cualquier otra de las ramas del conocimiento; sólo después del prolongado compartir de una vida en común (la de la comunidad contemplativa que era su Academia) dedicada a este aprendizaje, la Verdad se revela al alma, como una llama encendida al saltar una chispa. A este respecto no hay ningún tratado mío, ni lo habrá” (citado en Sexo, Ecología, Espiritualidad. Vol 2). Esta Sabiduría no es ciencia, sino experiencia del Misterio y hemos de estar preparados, porque siempre está llamando a nuestra puerta y, si no entra, es también porque no la sabemos abrir, y porque no sabemos dejar nuestra habitación vacía.

Pero, si la Sabiduría ve que los Muchos son el Uno, la Trinidad, la Compasión o Amor percibe que el Uno está en los Muchos, en el universo que se hace Universo, que el Bueno se ha hecho Bondad en la Creación y se ha expresado en todos y cada uno de los seres, y por tanto, cada ser ha de ser amado como lo que es, una Manifestación, perfecta en su dimensión, del Absoluto, de la Perichoresis Trinitaria, cada ser tiene su Origen y Fuerza en el Padre, su Vida en el Hijo y su Amor en el Espíritu.

Tanto en Oriente como en Occidente se ha mantenido siempre que la integración de Ascenso y Descenso es la unión de la Sabiduría con el Amor, o Compasión (como le llaman los orientales). El Amor que tenemos al Uno se extiende necesariamente a los Muchos, porque en realidad son no-dos. El Espíritu, y su Manifestación en el tiempo.

Tomar aisladamente cada una de las vertientes sin la otra es catastrófico, es fragmentar el Camino (es cierto que no paramos de fragmentar el mundo y eso tiene también sus aspectos muy negativos, nuestra ciencia racional fragmenta), es negar la Realidad. Es como convertir a la humanidad en sólo varones, o sólo mujeres, dejaría de ser humanidad.

Quedarnos sólo en la vertiente del Ascenso es olvidarnos de que el Espíritu, la Trinidad se manifiesta y se hace visible en el mundo, en la tierra, en los hombres, en los seres, es quedarnos con un Espíritu mutilado, con un Absoluto que a juicio de Platón, no sería el verdadero Absoluto, porque le faltaría su manifestación en los seres, sería olvidarnos de los mensajes evangélicos sobre el Amor. “El que diga “yo amo a Dios”, mientras odia a su hermano, es un embustero... Y éste es precisamente el mandamiento que recibimos de él: quien ama a Dios, ame también a su hermano.” (1Jn 4, 19-21). Y el Amor se realiza experimentando la vida divina en lo creado, viviendo totalmente el Camino de Descenso, después de haber subido hasta la contemplación misma de la Vida Trinitaria. No nos quedemos diciendo. “¿Señor, cuándo te vimos con hambre, o con sed, o desnudo...?” Porque se nos dirá: “Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos más humildes...?(Mt 25, 44-45)

Quedarnos sólo en la vertiente del Descenso, en el Materialismo es no trascender la Creación. Y hemos de tener en cuenta que en modo alguno la Creación es mala, como pretenden los gnósticos y maniqueos, pero sí lo es perderse en ella, las criaturas son la Manifestación del Espíritu, pero no son el Espíritu. Quedándonos sólo en las cosas lo reducimos todo a pura sombra, a pura ilusión, destruimos el Ser. Es caer en el más grande pecado original posible. Olvidarnos de que este mundo es la irradiación de la Bondad del Espíritu es el más auténtico pecado.

Sin descubrir ese Uno en los Muchos, ese Uno que no es numérico, ni cantidad, ni tres, sino no-dos, pura Relación de Fuente, Vida y Amor y sin llegar hasta la Trinidad partiendo de los Muchos, elevándonos por la escalera de la Sabiduría nuestra vida espiritual no tiene una realización cabal. Ya Santa Teresa nos dice que Dios está entre los pucheros (Vertiente Descendente), a la vez que nos enseña las maravillas del Castillo Interior (Vertiente Ascendente).


José A. Carmona

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