domingo, 26 de octubre de 2008

La filosofía como estilo de vida. R. Panikkar

LA FILOSOFIA COMO ESTILO DE VIDA

Propongo en estas líneas poner al alcance de los menos conocedores (supongo que muy pocos) del pensamiento de Raimon Panikkar partes de un capítulo de un libro suyo sobre la Sabiduría, en el que él nos habla de su forma de vida. El libro está escrito en un catalán excelente. Yo me he atrevido a traducirlo al español, y a resumirlo, aun a riesgo de no ser fiel del todo a su pensamiento, ya se sabe: traductor = traditor, pero la amistad que me une a él y los veinte años que llevamos de conversaciones y diálogos me permiten aventurar que la fidelidad a lo que dice el texto va a ser, al menos, aceptable. Estamos en el mundo de lo relativo, de las formas.

Raimon es una de las personas que en los últimos veinte años ha influido más en mi manera de pensar, en estos veinte años de amistad no he parado de aprender de su enfoque intelectual, que es no dualista (cosa harto infrecuente en nuestra cultura), como de su visión del Hombre y del Universo, a los que incluye junto con la Trinidad (de varias religiones del mundo) en su gran visión cosmoteándrica. Todo es Trinitario, y saberlo comprender es llegar a la Iluminación. Es un gran realista y por ello optimista en cuanto a la esencia del Ser.

Antes de entrar en el artículo de Raimon, una simple nota sobre algo que él mismo aclara dentro del artículo: Filosofía y teología son una y la misma cosa.

Dice Raimon:

“No puedo escribir sobre mí mismo. Primera y principalmente porque no soy capaz de ello. Ni siquiera tengo una lengua propia. En segundo lugar, soy demasiado consciente de que, caso de intentarlo, el yo del que escribiría no sería el yo que soy, pues soy un sujeto y no un objeto. En tercer lugar, escribir sobre aspiraciones y decisiones es como forjar planes. Puede ser interesante para los amigos y para la gente con que me relaciono personalmente, pero el interés se limita a este ámbito.

Y sin embargo, escribo. No escribo sobre mí mismo, sino que me escribo yo mismo. Todo lo que yo escribo es, por lo menos, una parte de mi yo. Todo es de naturaleza autobiográfica. Sólo pongo por escrito pensamientos que ya he pensado como palabras. Yo mismo soy lo que escribo y escribo como uno que habla.

Estoy particularmente atento a dejar hablar a la palabra, a permitir a la misma lengua que se desenvuelva. El yo, que también vive en la lengua (y que no es el ego), habla y se revela a él mismo, en cuanto que dice lo que tiene para decir. Por eso el yo no se expresa del todo, y el proceso de convertirse en lenguaje no es automático, sino que el yo tiene necesidad de mí como de un mediador necesario. Soy un elemento activo de esta revelación y muchas cosas dependen de mi transparencia, aparte de mi atención y de otros factores.

Recuerdo un antiguo ideal: cada párrafo que escribo, y en lo posible, cada frase, habría de reflejar mi vida entera y ser una expresión de mi ser. Sería necesario poder reconocer toda mi vida a partir de una sola frase, igual que se puede reconstruir un esqueleto completo de un animal prehistórico partiendo de un solo hueso. Se trata de la interdependencia simbólica de cuanto vive. Una sola palabra, el logos, expresa todo el universo. Cada una de mis palabras, del mismo modo, habría de ser un símbolo de toda mi vida. Las vinculaciones de este símbolo no son de naturaleza matemática (pura racionalidad), sino de tipo vital.

¿Por qué escribo? Repito lo que hace muchos años escribí. No sólo para expresarme, no sólo para articular mis pensamientos, para observarlos con más claridad y hacerlos más comprensibles. Todo esto son medios, pero ¿Cuál es el fin?

En lugar de vivir la vida como diversión, o de hacer el bien a alguna persona, me someto a una disciplina estricta con el fin de acabar algunos de mis escritos. Ahora escribo para entregar un texto que me han pedido. Ahora bien, esta no es, ciertamente, la motivación última...

En último término, ¿Cuál es la finalidad de trasmitir una buena idea? Yo la tengo y la doy a otra persona. Así la tenemos dos. Esto no cambia el mundo. ¿Acaso escribo para cambiar el mundo? ¿Sería esto otra forma de mesianismo?

Si las ideas públicas cambiasen el mundo, sería más útil que hubiera empleado mi tiempo en los medios de comunicación, la televisión, el cine. Para redimir al Universo los cristianos y los budistas dirían que no necesariamente se ha de cambiar la opinión de la mayoría.

Probablemente la mayoría de la población mundial desea el desarme total, pero no pasa nada. Dos personas con buenas ideas no hacen nada, pero, ¿dos millones?... puede que tampoco. Es el mito de la democracia. Ni se trata sólo de ideas, ni cuentan nada más que las cifras.

¿Por qué me dedico a la dura disciplina de escribir? Si contesto porque forma parte de mi vida, estoy diciendo verdad, pero no es suficiente. No escribo para influir en las personas, no por cultivar un arte. Escribir es para mí meditación, o sea, medicina y al mismo tiempo, moderación, orden para el mundo. Escribir es para mí vida intelectual, que quiere decir también existencia espiritual. La culminación de la vida es, para mí, la participación en la vida del universo, tomar parte en la sinfonía cósmica y divina a la que también somos convidados los mortales.. no se trata simplemente de vivir, sino de permitir a la vida, que es un don, que se sostenga y se adentre en sí misma. Por esto, para mí escribir es un acto religioso, porque escribir es divinizar, esto es, liberar el universo, embellecerlo, perfeccionarlo, y lo hacemos haciéndolo con el microcosmoss que somos nosotros.

Escribir me permite profundizar en el misterio de la realidad y me obliga a hacerlo. Esto exige pensamiento, contemplación, pero al mismo tiempo tengo que aportar la forma, la figura, la belleza, la expresión , la revelación. Escribir es morphê como esencia y como forma a la vez. Escribir implica pensar, pero también forjar pensamientos, pulirlos, adornarlos con colores, olores y formas y hasta darles fuerza y movimiento. Es un proceso de encarnación de “la palabra que se hace carne”. Estas reflexiones me las hice hace más de un cuarto de siglo.

Me han preguntado por aquello que tengo que decir sobre la relación entre mi vida privada y mi actividad profesional. He de contestar que no veo ningún sentido en la pregunta. No hay separación entre mi vida privada y mi trabajo profesional. Mi vida personal no se puede separar de mi actividad, que es también personal.

Sí que distingo entre “hacer”, que es la actividad de mi ser, la actualización de mis capacidades para el perfeccionamiento del mundo y de la gente, incluyéndome a mí mismo. Algo que en el lenguaje religioso de la tradición abrahámica se llama “vocación”. Se trata de realizar aquello a lo que estoy llamado. Y “trabajar” que consiste en poner mis cualidades y capacidades a disposición de alguien, o algo, a cambio de una remuneración económica. La palabra trabajo lleva en su etimología el significado de esfuerzo, tormento y dolor. Mi realización nunca es aprovechar mis capacidades para la finalidad de otros.

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No necesito usar modelos para mi pensamiento. En filosofía critico el punto de vista de origen platónico, que considera que el pensamiento discurre a partir de paradigmas y patrones... Estoy convencido de que pensar con modelos es como viajar con tren o con coche. Se necesitan vías o carreteras que determinan el lugar a donde se va.

Presuponer que se piensa a partir de modelos,, comporta creer en el mundo platónico de las ideas, aunque se les llamen leyes de la naturaleza o maneras de pensar. Pero, en “el cielo no hay caminos” dice el Dhammapada, y Antonio Machado escribió: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Pensar no es investigar. El verdadero pensamiento no sigue un camino, sino que lo hace.

No vivo la vida, o la realidad, como un enigma que haya que descifrar. Mi kosmología (sic) es otra. La realidad no se me presenta como algo que es lanzado delante de mí, o sea, como un objeto, y tampoco como un problema (del griego pro-balló, que dice lo mismo, algo lanzado contra mí). Entiendo por kosmología no una doctrina sobre el cosmos, sino la vivencia de cómo el cosmos me habla a mí (Kosmos legein).

También me es difícil dar una auténtica explicación de cómo mi trabajo influye en el de otros. Sería fácil construir una respuesta convincente, y no falsa del todo; sería el resultado de mi carácter oriental, que instintivamente respondo sólo a aquello que satisface las aspiraciones del que pregunta. Así, muchas de mis ideas y mis concepto introducidos hace décadas están hoy asimilados, por ejemplo; el diálogo interreligioso.

Conozco a muchos eminentes teólogos, llenos de un celo constructivo por reformar su iglesia, la católica romana sobre todo. Yo estoy totalmente de acuerdo con su postura, estoy a su lado en la misma lucha por la justicia, la libertad, el valor y la transparencia... Admiro a estos amigos e intento colaborar con ellos en este deber. Pero, si me preguntasen, en un nivel más profundo, por mi preocupación personal, contestaría que mi finalidad, antes que nada, no es la reforma de la iglesia, sino mi propia transformación, la de mi yo -pese a que soy consciente de que una lleva a la otra y que no se pueden separar. No se trata de una reacción egoísta, ni de una individualista, ni de creer en una espiritualidad sobrenatural. No es una cuestión de interioridad versus exterioridad, acción contra contemplación... La diferencia no es de opinión, sino de formas de pensamiento. Nuestros universos son diferentes. Soy plenamente consciente que en estas manifestaciones represento una pequeñísima minoría en Occidente, (entendido como categoría cultural y no geográfica).

No es fácil de explicara porque nadie puede imaginar un universo distinto del que tiene. ¿Diría simplemente que no creo en el mito de la historia como ámbito básico de la realidad? ¿o que la muerte no está ante mí? Mas escoger estas referencias occidentales para expresarme es ya traicionar el intento de explicación.

Sobre mí mismo

Quiero decir, en primer lugar, que no soy consciente de ningún tipo de trauma, positivo o negativo. No puedo acordarme de ninguna experiencia de conversión, ni de ningún cambio brusco en mi vida. No puedo explicar nada que sea relevante en mi infancia. Todo me ha impresionado profundamente y nunca he estado interesado en investigar mi vida psicoanalíticamente.

Nunca he participado en una guerra, pero nací después de la Primera Guerra Mundial. La Guerra Civil Española interrumpió mi vida exterior e interiormente. Muchos de mis compañeros de colegios estuvieron en el frente y muchos murieron. Pasé tres años en la Alemania nazi, hasta poco antes de que comenzara la guerra. Luego la dictadura española. Conocí bien la inhumanidad de los regímenes totalitarios.
Posteriormente mi estancia de más de diez años a la orilla del Ganges en India, donde viví la condición humana en su forma más descarnada. Luego mi actividad académica en Estados Unidos. Más tarde un cuarto de siglo repartiéndome entre las universidades de Santa Bárbara (California) Estados Unidos y la de la ciudad de Venarés en India. (La nación más rica y una de las más pobres del mundo).

Sin estas experiencias es prácticamente imposible superar la creencia moderna de que el desarrollo humano ha seguido una sola línea que culmina en el homo technocraticus.

A mi manera no me he encontrado entre el oriente y el occidente, sino en medio, y ello en sus versiones hinduista/budista y cristiana/secular.

¿Cuál es mi público? ¿quienes mis lectores? Yo escribo para el dharmakaya, o el Cuerpo de Cristo, o la estructura kármica del mundo, o el carácter de tú de la realidad... he necesitado mucho tiempo para entender que escribo para los mismos para los que vivo: la humanidad en general. La mayoría viven y escriban para un público determinado, lo que les permite una efectividad enorme, ¿alimentar el mercado?

Yo no tengo ninguna clientela. Y la falta de un mercado determinado me ha hecho escribir en seis o siete lenguas diferentes. Cuando hablo intento identificarme con los que me escuchan y utilizo la lengua que me parece más adecuada para la ocasión. Puedo hacer espontáneamente una liturgia católica, un upadhesa hindú, una conversación profana, una conferencia científica, una meditación filosófica...

Mas, cuando escribo siento una comunión total con la humanidad global, sobre todo con la cultura del presente y con las tradiciones del pasado que me son familiares... no leo prensa, ni escucho radio, ni veo televisión, por eso mismo puedo escuchar las voces de los que no tienen voz y percibir el ritmo de la realidad.

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Se tendría que precisar que no estoy diciendo que mi público sea el universo atemporal de las especulaciones ontológicas abstractas. Guerra y paz, economía, ecosofía, religión, pacifismo, tecnología, la humanidad y también la divinidad y la naturaleza no son para mí concepciones puramente desencarnadas y puramente teóricas.

La sabiduría del amor

Intentaré revestir todo esto con términos más académicos.
1. La sabiduría es para mí tanto la sabiduría del amor como el amor de la sabiduría. Y el verdadero amor es espontáneo, y extático, esto es, no reflexivo. El amor verdadero no tiene un fundamento sobre el que se apoye, porque es lo definitivo. Lo mismo se es un amante (sin una razón dialéctica que lo fundamente), que se es un filósofo. Se es porque sí y nada más. La filosofía es una actitud primaria, no secundaria. Se trata de algo que nos sale al encuentro...

La voluntad y la inteligencia no la pueden manipular. La filosofía es un amor muy particular. Es la sophia del amor primordial... La sabiduría surge cunado se unen el amor del saber y el saber del amor.

La filosofía original cristaliza en una manera de ser, es la expresión de la misma vida tal como es impresa en la realidad con el punzón (stilus) de de la propia vida. Una filosofía que se aleje de la vida, que evite la praxis, es para mí unilateral, una mala filosofía que deja a un lado aspectos de la realidad. La realidad es compleja y no se puede captar sólo con el entendimiento no sería una filosofía, sino una especie de álgebra, no sería sabiduría...

La actividad filosófica lo exige todo. Una persona inmoral podrá ser un buen matemático, pero no un filósofo, al menos en sentido existencial. Como diría un maestro zen: “sólo cuando seas tú mismo (eres puro, limpio) reconocerás las cosas tal como son”. Esta filosofía, o sabiduría, o experiencia total, trasciende y por lo mismo incluye el aspecto crítico de la misma filosofía, que ya desarrolló Kant.

La influencia de las ciencias naturales en la filosofía, en su método y por lo mismo en la teología, ha hecho que las mismas se conviertan en asignaturas sobre temas específicos, y por tanto han perdido toda sabiduría, se han denigrado... Se han separado razón y fe. Se ha colocado la ley moral como si fuese válida para todo y todos, como si la moral no exigiera en sí misma un fundamento, como si fuera independiente de una cosmovisión, como si fuera inmune a una investigación crítica.

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Mi aspiración filosófica consiste en ofrecer una alternativa convincente a la esquizofrenia destructiva de nuestra cultura tecnocrática dominante. Hemos de reconstruir la armonía entre lo crítico y lo espontáneo...

En el momento, pues, en que yo me deje determinar por factores exteriores, mi estilo (punzón) dejaría de ser libre y mi filosofía no sería auténtica. Por eso me pregunto ¿Puedo ser testigo de mí mismo? ¿Puedo ser autocrítico?... Podría hacer hacia atrás el camino de mi vida, pero no vería más que las señales, porque yo no estaría ya allí. Por ello, dudo de que pueda tomar una postura sobre mí mismo.

Lo que sí puedo hacer es recordar la carga que he llevado encima durante mi peregrinaje y ver si puedo tirar lastre y aligerarla.

Siempre he sentido el impulso de abrazar la realidad y de vivirla. Después de estudiar las especulaciones sobre el absoluto en la historia de la humanidad, sentí el anhelo de buscar lo real más allá de las meras manifestaciones, haciéndome monje (acósmico) o académico (especializado). Escogí lo segundo porque un profesor, a mi entender, es una persona que “profesa”, que hace una confesión con su vida entera. Y así también es un monachos,(monos), que busca ser uno, entero, total. En ello el dogma cristiano de la resurrección se convirtió para mí en un símbolo viviente: nada de lo real puede ser separado de lo corporal.

Por ello, estudié física y química, luego filosofía y por último teología... el orden cronológico no quiere decir que hubiera una verdadera separación ontológica... Y fui superando mi distancia con el mundo, con lo real. De esta manera me hice un hombre religioso. Religioso es aquel que experimenta la trascendencia, o sea, el que supera existencialmente la separación entre él y el mundo, no el que dice: Señor, Señor...”.

El riesgo existencial

El riesgo existencial es el riesgo de una vida se está a gusto en más de una cultura y una religión, el riesgo de una existencia que está tan comprometida en lo ortopraxis como en la ortodoxia... A causa de mi nacimiento, mi educación, mis iniciaciones y de mi vida práctica he llegado a ser un hombre que vive al mismo tiempo de experiencias originarias de la tradición occidental y a la vez de la India, y que participa tanto del ámbito cristiano, como del secular en unos casos, y en otros, tanto del hinduista como del budista. Sólo es posible la comprensión y la fecundación de tradiciones diversas del mundo cuando se está dispuesto a sacrificar la vida en el intento de soportar las tensiones existentes sin volverse esquizofrénico, manteniendo siempre las polaridades sin caer en una paranoia personal o cultural. Superado esto, en un segundo momento, esta aceptación serena permite que surjan las transformaciones necesarias... El diálogo intercultural es también una circunstancia personal y comienza como vivencia intra-religiosa. Si no vivo en mí las polaridades de lo real, no será posible encarar la realidad bajo la influencia de las dos visiones y ser equitativo con ambas.

En otras palabras, estoy hablando de mi interés por el mito y mi confianza en el espíritu. El mito me ha conducido de una doble manera, por una parte me ha enseñado a aceptar el dharma (orden eterno, ecuanimidad, armonía...) de mi existencia concreta, y por otra a dedicarme a configurar una espiritualidad nueva que intenta un diálogo, fundamentada en la naturaleza humana, y que no descanso sólo (ni principalmente) en el logos, como el cristianismo, sino que contempla al espíritu tan fundamental como el logos. El espíritu no puede supeditarse al logos ni reducirse a él. Una fenomenología del espíritu es tan poco completa como un ballet sin música. Mito y logos se corresponden, mas su relación no es dialéctica ni mítica, ambos son creados a partir de su propia vinculación. El logos es el lenguaje del mito, y no hay mito sin logos, del cual el mito es el fundamento... Se trata de la relatividad radical de todo cuanto es, del vacío absoluto de budismo.

El científico experimenta con objetos, el filósofo con ideas, el monje consigo mismo. Yo tengo la impresión de que he vivido en mi persona todo eso.

Recuerdo que he evitado espontáneamente situaciones en las que podría haber obtenido honores y poder...

La carga intelectual

Ésta es tan difícil de llevar como el riesgo existencial. Consiste en expresar estas experiencias fundamentales de una forma inteligible. ¿Se puede elaborar la multiplicidad de las propias experiencias en una forma comprensible? Es el momento apropiado para el advaita (no dualista, es una rama del hinduismo vedanta que afirma la no-dualidad de la realidad, que no es una (sola), ni muchas, sino no-dos. En esta línea está una gran parte de la mística cristiana con el Maestro Eckhart, línea con la que yo personalmente me siento totalmente identificado intelectual, experiencial y espiritualmente). Es esa experiencia inmediata (la del advaita) que nos abre una realidad en las que las diferencias no son absolutizadas (caso del dualismo, maniqueísmo, gnosticismo...), ni ignoradas (monismo, materialismo, puro espiritualismo), ni elevadas a la categoría de ídolos (panteísmo), ni reducidas a puras sombras (monoteísmo, un solo señor dueño absoluto de todo), sino que se trata de una polaridad en tensión. Estos son sus símbolos: advaita, secularidad, trinidad.

Para explicar todo esto me parece válido el concepto de ontonomía, nomos tou ontos (orden interior del ser, traduce del griego el traductor del artículo)..., que no es ni heteronomía (el poder de otro), ni autonomía (el poder propio aislado del resto)... La ontonomía a la comprensión recíproca y a la fecundación de las diversas esferas del ser y de la actividad humana, pues hace posible un crecimiento sin romper la armonía... Indica la relatividad radical (no el relativismo absoluto, nota del traductor) de la realidad que no es sino aquella relación recíproca que nos muestra que todo es una polaridad no dualista, y que lo mejor para cada ser es su integración armónica en el todo...

¿Es posible desarrollar un orden ontonómico?... su símbolo sería la persona que no es ni singular ni plural y es la conjunción en su misterio de todos los pronombres personales. Cuando hiero un yo, sufre un tú...
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Ayudaría a entender todo esto el concepto de diferencia simbólica que expresa la estructura simbólica de la realidad como un todo. Así, puede superara la dicotomía entre sujeto y objeto tanto epistemológica como ontológicamente. Un símbolo es un signo de carácter noético. No es la cosa y sin embargo, no existe sin la cosa. Es lo que aparece en el símbolo y como símbolo. No es ni sujeto, ni objeto, sino relación entre ambos. Ver el ser como símbolo abre, entiendo, un nuevo capítulo en el encuentro de las culturas y de las visiones del mundo.

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Otro concepto que ayudaría a expresar esta intuición consiste en hablar del carácter tempiterno (temporal y eterno a la vez) de la realidad. La cultura secular tiene razón al afirmar que todo está tocado por el tiempo. Pero el aspecto temporal de la Realidad es sólo un aspecto de su naturaleza tempiterna de todas las cosas. La realidad no se agota en su temporalidad; no es temporal ahora y más tarde eterna, sino que es ahora temporal y eterna (tempiterna)...

Otra de las formulaciones que me han preocupado y que ahora quiero añadir aquí, es la llamada intuición cosmoteándrica. La realidad no es dualista, y todo ser tiene tres dimensiones constitutivas: la cósmica, la humana y la divina. O lo que es lo mismo: la material (espacio-temporal), la intelectual (consciente) y la mistérica (la infinita). Es ésta una visión holística, muy en consonancia con la de los primeros tiempos míticos y muy distinta de las dimensiones que desde hace milenios se vienen dando para conocer la realidad: la división, la abstracción y la especialización. No hay materia sin espíritu y a la inversa. Dios, hombre y mundo son tres formas de los tres atributos originales inherentes a la realidad... No hay que despreciar los méritos de la analítica, pero, esos tres mundos que se encuentran bien bien en todas las tradiciones se deberían reconducir hacia una nueva perspectiva que haga posible el redescubrimiento de la realidad como un todo dinámico...

Entiendo que la naturaleza central de la palabra, que no es lo mismo que términos (empleados en el lenguaje científico), es un símbolo, y así es utilizado siempre en el contexto de la filosofía auténtica. En la palabra hay cuatro elementos: el que habla, aquel a quien se habla, lo que se habla (la idea) y el medio con que se habla (el lenguaje). Quaternitas perfecta. La palabra es la revelación de la naturaleza cosmoteándrica de la realidad.

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La libertad espiritual

Este apartado no se deja resumir en palabras y afecta muy directamente a mi vida misma. Mientras el hombre no se libera no experimenta la salvación, el nirvana. Para explicarlo hace falta disciplina y fidelidad. Baste citara la frase paulina, donde está el espíritu hay libertad. El espíritu lo penetra todo porque no es propiedad de ninguno.

Lo que he dicho proviene de una aventura personal, o sea, de una experiencia que no es individualista, pues no ha sido llevada a cabo para mi satisfacción propia, ni tampoco sociológica, como una utopía de la humanidad. Es aquello que se hace real en cada pequeño espejo que refleja y contiene toda la realidad, en el microcosmos íntimo de cada persona, en aquella profundidad del amor contemplativo al que me he referido al principio.

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