jueves, 18 de septiembre de 2008

Sabiduría perenne

La llamada “Filosofía perenne” y lo moderno y postmoderno.

Lo más probable que nos puede suceder, en nuestra cultura occidental, al utilizar la expresión: “filosofía perenne” es que nos venga a la mente el recuerdo de aquella filosofía antigua que estudiamos en nuestra adolescencia y que rememora los pensamientos y sus formas de expresión de la cultura griega, como Platón, Aristóteles, Sócrates, Plotino, San Agustín... y en todo caso también Sto. Tomás de Aquino, S. Buenaventura, Scoto... Filosofía que tenía, y así nos lo ensañaron, la pretensión de ser válida en todo espacio y tiempo, de ahí su nombre de perenne.

Ya en la segunda mitad del siglo XX comenzaba a filtrarse dentro de los ambientes tradicionalistas, en los que se enseñaba aquella filosofía antigua, como si fuera perenne, la novedad de “lo actual” en contraposición a lo antiguo. Por descontado que me estoy refiriendo a los ambientes más tradicionalistas de España, como acabo de decir, pues en el mundo la filosofía había avanzado sin parar desde los primeros (no por ello menos profundos) pasos dados por los pensadores tanto chinos, como indios (menos conocidos en la sociedad, al menos en aquellas fechas) y por los conocidos (no a fondo en ocasiones) griegos a partir de los presocráticos, hasta los postmodernos europeos.

¿Sería posible integrar lo antiguo con lo moderno y postmoderno? ¿Existe realmente esa filosofía perenne? Porque de ser así, la filosofía actual ha de enlazar con ella, o de lo contrario, no sería ella misma perenne. ¿Son compatibles la Metafísica aristotélica (objetivante) y las postmetafísica postmodernista que desconstruye toda metafísica? ¿Hemos de pensar hoy como pensaba Platón hace mucho más de dos mil años, habiendo cambiado tanto el mundo?

Siempre ha sido muy problemático integrar la “sabiduría antigua” con los tiempos “modernos”. Hasta los mismos términos antiguo-moderno se oponen.

Podemos hablar indistintamente de filosofía antigua o perenne, pero sabiendo qué queremos decir con el adjetivo “antigua”. Si nos estamos refiriendo con la expresión filosofía antigua, a las verdades, al contenido de esa filosofía, o mejor a la Verdad única y universal (en su sentido más amplio, como Verdad última, o Espíritu), entonces podemos hablar claramente de filosofía perenne, o más exactamente de sabiduría perenne.

Por supuesto que esta sabiduría perenne no tiene nada que ver con doctrinas, creencias, enseñanzas, ideas..., porque estas tienen que ver con el mundo de las formas, esto es, son los vestidos con los que se viste a la Verdad, o Espíritu (al decir Espíritu estoy hablando de la Trinidad, soy hombre de fe, no de creencias, cristiana) en cada época o lugar para que los hombres la podamos captar.

La Verdad última se halla más allá del espacio y del tiempo, no depende de ellos, aunque es cierto que los engloba, de lo contrario no sería esa Verdad, ese Espíritu, esa Totalidad en la que nosotros mismos estamos inmersos. Esa Verdad nunca puede ser enunciada, pues está más allá del espacio, del tiempo y de la mente. Podemos hacer muchas afirmaciones sobre ella, que siempre serán una parte, nunca la totalidad.

Es muy curiosa la simpleza que abunda en la mayoría de nuestra sociedad superficial, en la que se está dando afirmaciones como la que sigue: “ésa es tu verdad, no la mía”. Afirmación en la que se coge el rábano por las hojas y con la que se pretende dar el mismo valor a todas las opiniones, tengan el fundamento que tengan (igualar la del ignorante con la del sabio). No se trata de poseer ninguna verdad, la Verdad nunca es tuya ni mía, sino que está más allá de nosotros y lo único que podemos hacer son intentos de aproximación a la misma. Estas afirmaciones o similares están en la línea, tan difundida hoy, de elevar la mediocridad (o la incapacidad) a los altares, mediocridad, o mejor, horteradas que están encontrado constantemente respaldo en muchas instituciones y medios de comunicación.

Por tanto, ningún conjunto de ideas, pensamientos, o doctrinas nos permitirá aprehender la esencia de la filosofía o sabiduría perenne. La Verdad esencial (el Espíritu) puede ser mostrada y lo es de hecho en la visión contemplativa, en la que no hay ni forma, ni modo, ni color, ni tiempo..., pero nunca puede ser enunciada (por un lenguaje discursivo) ni aprehendida por una mente creada.

Pero, si con la expresión “antigua” nos estamos refiriendo a las formas y expresiones que asume dicha Verdad, como ideas, palabras, símbolos... entonces las verdades entran de lleno en el mundo del tiempo y del espacio y quedan sometidas a sus leyes.

Y éste es el otro significado de la palabra “antigua”, empleado constantemente por los románticos, que piensan que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, un significado que identifica lo antiguo con lo viejo, con lo pasado, esto es, no con la Verdad atemporal, sino con las doctrinas de antaño. Así, cuando dicen que nuestra cultura necesita de la “sabiduría del pasado” se están refiriendo a las ideas y doctrinas antiguas, a las formas pasadas de la verdad. Con lo que están afirmando que nuestros antepasados intuyeron la verdad mejor y más claramente que nosotros. Algo que no resiste una revisión histórica del mundo de las ideas.

Es cierto que desde el siglo VI antes de Cristo hasta el mismo Jesucristo (prescindiendo -no negando-, así lo exige esta reflexión, de la fe cristiana), se da en la historia el período llamado de los sabios axiales – Zoroastro, Confucio, Lao-tse, Buda, Moisés, Sócrates, Platón, Jesús de Nazaret... - cuyos conocimientos evidencian una profundísima comprensión de la Verdad, de la Vida, del Ser. Pero sus formas de expresión de la Verdad han quedado anticuadas y también han de ser actualizadas para que sigan siendo válidas para acercarnos a esa comprensión de la Verdad hacia la que caminamos.

Los románticos, que son amantes de la sabiduría antigua, entendida como vieja, como forma externa, creen que después del período de los sabios axiales el desarrollo espiritual de la humanidad ha ido cuesta abajo, hasta llegar a caer en esta sociedad moderna y postmoderna decadente, científica y secular en que vivimos. Pero, un análisis serio de la historia posterior al período axial nos revela todo lo contrario. El desarrollo del taoísmo, budismo, hinduismo y cristianismo, por citar sólo unas formas externas de mostrar la Verdad, ha seguido evolucionando y se han sustituido las formas de la sabiduría antigua por otras nuevas. Y cuando no se han sustituido, la humanidad no ha entendido su lenguaje. Y en este cambio de lenguaje, de utilización de las verdades parciales, han colaborado, aún pretendiendo lo contrario muchas veces, la Modernidad y la Postmodernidad, con sus esfuerzos por dar nuevas formas a la verdad, pese a que negaran y nieguen que esa verdad es la Verdad.

Con su profundización en la filosofía, en el conocimiento han ido despojando al Espíritu (que muchísimas veces niegan) de sus viejos ropajes, y le han colocado vestidos más apropiados a los avances de la humanidad.

Mas para verlo así, es necesario que nosotros también nos desvistamos de nuestras ideas caducas y conceptos viejos, es necesario que experimentemos al Espíritu en la contemplación que es amor, y caigamos en la cuenta de que la humanidad no hace sino caminar hacia ese Espíritu, hacia ese Punto Omega del que nos habla Theilard y de que todo avanza hacia él.

Toda evolución no es sino el Espíritu en acción, como nos dice Hegel.

La Verdad nos exige ser más y más conscientes de que vivimos en la Relación Trinitaria y de que todo avance en las verdades y sus expresiones, lo haga quien lo haga, nos acerca a Ella, pues sigue siendo válida, pienso, sigue siendo Verdad la frase: “crede ut intelligas.”

2 comentarios:

alejandro dijo...

Tal vez hay temas en comun que nos apasionan,soy de argentina ,le dejo la direccion de mi blog,me gustaria que lo leyera.
http://alejandromicoli.blogspot.com/,espero que le vaya muy bien..

José A. Carmona dijo...

Alejandro, hoy veo tu comentario en mi blog. Por supuesto que será de mi agrado estar en contacto contigo.
Esta tarde pasaré por tu blog.
Ya te diré algo

José Antonio.