domingo, 1 de junio de 2008

De la meditación

En este capítulo me limito a resumir la entrevista que Treya Killam Wilber, afectada en esos momentos de un cáncer terminal, cuando apenas superaba los cuarenta años de edad, hizo sobre la meditación a Ken Wilber, su marido. Me ha parecido tan profundo y tan completo lo que se dice en ella que no entiendo que sea necesario añadir nada más. No expongo la entrevista entera, sino que la resumo, evidentemente en función de mi propia visión.

TREYA: ¿Por qué no empiezas por explicar lo que entiendes por “filosofía perenne”?

KEN: La filosofía perenne es esa visión del mundo que comparten la mayor parte de los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores e incluso científicos del mundo entero. “Perenne” o universal porque aparece implícitamente en todas las culturas del planeta y en todas las épocas.
Y dondequiera que la hallamos presenta siempre los mismos rasgos fundamentales: es un acuerdo universal en lo esencial. Es algo difícil de creer para los occidentales contemporáneos que no nos ponemos de acuerdo en nada. Pero, la situación extraña es la que nosotros tenemos, no la que tenían otros pueblos en otros tiempos.
Creo que estas verdades de naturaleza universal constituyen fundamentalmente el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad, que en todo tiempo y lugar ha llegado a un acuerdo sobre ciertas profundas verdades relativas a la condición humana y sobre cómo acceder a lo Divino.

TREYA: Modernamente se habla de que es el lenguaje y la cultura lo que modela nuestro conocimiento. De ser así no cabría ninguna verdad universal. Desde este punto de vista no existe una condición humana, sino sólo una historia humana, muy diferente en cada caso. ¿Qué opinas de esta noción de relatividad cultural?

KEN: Hay mucha verdad en ello. Existe esa diversidad de culturas que poseen ese diferente conocimiento “local”. Pero ello no es toda la verdad, junto a estas formas diversas culturales existen otras formas humanas que son en gran medida universales. Son las estructuras profundas del ser humano. Todos los hombres tienen el mismo número de huesos, de músculos, un solo corazón… y en todos los humanos la mente humana tiene la capacidad de formar imágenes, símbolos, conceptos y reglas. Las estructuras superficiales varían, pero no así las profundas. Y de igual manera que el cuerpo humano crea universalmente pelo y la mente crea ideas, el espíritu también produce intuiciones sobre lo Divino. Y esas intuiciones configuran el núcleo de las grandes tradiciones espirituales del mundo. La filosofía perenne se ocupa fundamentalmente de las estructuras profundas del encuentro humano con lo Divino.

TREYA: A primera vista parece difícil ver en qué podrían estar de acuerdo el cristianismo y el budismo. ¿Podrías postular sus tópicos fundamentales?

KEN: Muchos. Los siete más importantes.
Uno: el Espíritu existe.
Dos: ese Espíritu está dentro de nosotros.
Tres: a pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de pecado, separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese Espíritu interno.
Cuatro: hay una salida para el estado de caída, un Camino que conduce a la liberación.
Cinco: si seguimos ese Camino hasta el final, llegaremos a un Renacimiento, a una Iluminación, a una experiencia directa del Espíritu interno, a una Liberación Suprema.
Seis: esta experiencia marca el final del pecado y del sufrimiento.
Siete: el final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.

Vayamos por partes: Ser (Dios, lo Divino,…) existe, llámesele como se le llame. Lo sabemos por los místicos que apoyan su afirmación en la experiencia inmediata y directa. Y este conocimiento de los místicos es un conocimiento válido, tanto como la del sabor de un trozo de pastel. Tanto una como otra experiencia son en cierto modo inefables. En estos casos y en todos los similares es necesario tener la experiencia real para saber de qué se trata. Aunque la experiencia mística sea en gran manera inefable, se puede comunicar, se puede trasmitir, de la misma manera que muchas cosas no pueden ser explicadas con palabras: pintar, cantar, saborear… pero se puede enseñar. Es posible aprender una determinada técnica espiritual y llegar a la experiencia.

TREYA: Pero la experiencia mística podría estar equivocada.

KEN: Por supuesto que la experiencia mística no es más cierta que cualquier otra experiencia, pero tampoco menos. Tiene el mismo estatus que cualquier otro conocimiento experimental. Así que o aceptamos todas estas experiencias o nos hundimos en una ignorancia total y absoluta. Ni el Quijote lo escribió Cervantes, ni hoy es 23,4.05, ni yo (José Antonio) estoy escribiendo, ni oyendo las estaciones de Vivaldi, ni existen los electrones… Y la experiencia sólo se confirma con más experiencia. Este argumento lo que hace es afirmar que los místicos son verdaderos especialistas para hacer las aseveraciones que hacen.

TREYA: Pero ¿no será la visión mística una esquizofrenia? como se suele decir (incluso por muchos mal llamados teólogos).

KEN: Hay esquizofrénicos que experimentan intuiciones místicas. Pero desconozco a cualquier autoridad en la materia que crea que las experiencias místicas son básica y primordialmente alucinaciones esquizofrénicas. Sí que hay muchas personas no cualificadas que lo piensan, y no sería fácil convencerlas de lo contrario. Diré tan sólo, que las prácticas espirituales y contemplativas utilizadas por los místicos pueden ser muy poderosas, pero no lo suficiente como para coger a un montón de gentes normales, sanos y adultos y en el curso de pocos años convertirlos en esquizofrénicos delirantes y alucinados que no podría ponerse de acuerdo ni para ir al baño.

TREYA: ¿No es posible que la noción de ser “uno con el Espíritu” no sea más que un mecanismo de defensa regresivo para proteger a una persona contra el pánico ante la mortalidad y la finitud?

KEN: Si la “unidad con el Espíritu” es algo en lo que uno cree, se trata de una idea o de una esperanza. Entonces suele formar parte de la “proyección de inmortalidad” de una persona, o sea, de un sistema de defensa, diseñado para protegerse mágica o regresivamente de la muerte bajo la promesa de una prolongación o continuación de la vida. Pero la experiencia de la unidad atemporal con el Espíritu no es una idea, sino una experiencia directa. Y una experiencia directa o es una alucinación, ya hemos demostrado que no, o un error y también se ha demostrado que no, o simplemente se ha de aceptar tal como es: una experiencia directa del Espíritu.

TREYA: Por lo que dices el misticismo genuino a diferencia de la religión dogmática, es científico, porque se basa en la evidencia y en la comprobación experimental directa. ¿No?
KEN: Así es. El laboratorio del místico es su propia mente, su interioridad y el experimento: la meditación. Cualquier persona puede verificar y comparar los resultados de su experiencia con los de otros que hayan hecho la misma experiencia. Este conocimiento experimental y la consiguiente convalidación te llevan a una serie de verdades, o ciertas leyes del Espíritu…

TREYA: Y esto nos lleva de nuevo a la filosofía perenne. A los siete grandes principios antes enumerados. El primero: el Ser, el Espíritu existe. El segundo: El Espíritu está dentro de ti.

KEN: El Espíritu está dentro de ti. Hay todo un mundo en tu interior. El mensaje de los místicos es este: en el centro de ti mismo tú eres Dios. El Chandogya Upanishad nos ofrece la formulación de esta verdad: “En la misma esencia de tu ser no percibes la Verdad, pero en realidad está ahí. En eso, que es la esencia sutil de tu propio ser, todo lo que existe Es. Esa esencia invisible y sutil de tu propio ser es el Espíritu del universo entero. Eso es lo Verdadero, eso es el Ser. ¿Y tú? Eso eres tú”.
Con nuestra mentalidad occidental este pasaje es difícil de entender y con una mentalidad cristiana más aún de aceptar. Mas se ha de pensar que ese “tú” al que se refiere el pasaje no es la identidad individual y personal de cada uno, tal como lo entendemos en occidente. No es José Antonio el que es el Espíritu del universo. No es mi ego, al contrario mi ego es el que impide que tomemos verdadera conciencia de nuestra Identidad Suprema. Ese “tú” es nuestra esencia más profunda, o nuestro yo más elevado que transciende el ego mortal, la temporalidad, el espacio, las limitaciones del mundo manifiesto y participa directamente de lo Divino, del Espíritu. Es lo que en el cristianismo llamamos Pneuma, en contraposición a la psique. Cristo nos pide para ser verdadero discípulo, verdadero cristiano “que perdamos nuestra propia vida o alma, nuestra propia identidad1”. Sólo transcendiendo nuestra alma mortal, podremos descubrir nuestro pneuma: espíritu inmortal que es uno con el Todo. Ya lo afirma San Pablo “Vivo. Pero no yo. Es Cristo quien vive en mí”. Pablo descubrió su verdadera identidad, que no era su psique o su alma individual. También los hebreos distinguían entre ruaj, la participación en lo Divino, y nefes, el ego individual. Por supuesto que si creemos que nuestro ego individual es Dios, estamos padeciendo una verdadera psicosis.

TREYA: Pero entonces, si el Espíritu está realmente en nuestro interior, ¿por qué no es evidente para todo el mundo?

KEN: Con esto entramos en el tercer punto. Las diversas tradiciones dan diferentes respuestas a este asunto. Pero todas coinciden en esto: no puedo percibir mi verdadera identidad, porque mi conciencia está obnubilada y obstruida por alguna actividad en la que estoy implicado ahora mismo. Esta actividad recibe nombres muy diferentes, mas fundamentalmente consiste en contraer y centrar la conciencia en mi ego personal, en mi yo individual. Esa identificación y la correspondiente exclusión de todo lo demás es lo que me impide encontrar mi verdadera identidad con el Todo. Estoy separado y alienado del mundo de ahí afuera, un mundo que percibo como algo externo, ajeno y hostil a mi propio ser. Y mi propio ser en sí no parece ser uno con el Todo, sino que permanece encerrado y aprisionado dentro de las paredes limitadoras de este cuerpo de carne mortal.

TREYA: eso es el dualismo ¿no?

KEN: así es. Me divido a mí mismo como sujeto y objeto y a partir de este dualismo inicial sigo dividiendo el mundo en todo tipo de opuestos en conflicto: placer y dolor, bien y mal, verdad y mentira..., según la filosofía perenne la conciencia contraída sobre sí misma, dominada por el dualismo, no puede recibir la realidad tal como es, la realidad como Identidad Suprema. El pecado es la contracción de uno mismo, la sensación de identidad separada, el ego. El pecado no descansa en algo que hace el yo, sino en algo que es.
La sensación de estar separado, de ser un individuo separado, da nacimiento al sufrimiento, da nacimiento a la “caída”. El sufrimiento no es algo que ocurre al estar separado, sino que es algo inherente a estarlo.
“Pecado”, “sufrimiento” “yo” no son sino diferentes nombres para un mismo proceso: contracción y fragmentación de la conciencia. Es imposible rescatar al yo del sufrimiento, ambos nacen y mueren al mismo tiempo.

TREYA: el mundo dualista es el mundo del pecado original, es el mundo de la contracción. ¿También los místicos occidentales definen el pecado y el infierno como algo inherente al estado de identidad separada?

KEN: Sí. Al yo separado y a su codicia, deseo, huida carentes de amor. Viene a propósito un escrito de William Law, un místico cristiano inglés del siglo XVIII: “He aquí la verdad resumida. Todo pecado, toda muerte, toda condenación y todo infierno no son sino el reino del yo, las diversas actividades del narcisismo, del amor propio y del egoísmo que separan el alma del Ser (Dios) y abocan a la muerte y al infierno eterno”. La Theologia germanica afirma: “lo único que arde en el infierno es el yo”.
En sánscrito el “pequeño yo” o alma individual se denomina ahamkara, que significa nudo o contracción. Y esta contracción dualista y egocéntrica de la conciencia es la que constituye la raíz misma del estado de caída.

TREYA: así que la transcendencia del “pequeño yo” conduce al descubrimiento del “gran YO”.

KEN: efectivamente, es la forma para superar la caída. Tirar a la cuneta al pequeño yo. Morir a esa sensación de ser una identidad separada es el único camino si queremos descubrir nuestra identidad con el Todo.
Para la gran mayoría de nosotros esta sensación ha de ser superada poco a poco, aunque de hecho esta separación nunca ha existido, porque Ser lo es Todo, sólo existe Dios. Por tanto esa identidad separada no existe, es sólo una sensación, pero que afecta a nuestra conciencia.
Existe el Camino, y si lo seguimos hasta el final, nos conducirá desde el estado de caída al de salvación o iluminación. Como dijo Plotino: “Es un vuelo desde el único hasta el Único”.

TREYA: ¿Es la meditación ese camino?

KEN: hay diversos caminos. Son diversas estructuras superficiales que comparten la misma estructura profunda. Podemos simplificar diciendo que todos estos caminos, procedentes de diversas tradiciones de sabiduría, se dividen en dos grandes caminos. Uno de ellos consiste en expandir tu ego hasta el infinito y el segundo en reducirlo a la nada. El primero es una vía de conocimiento, mientras que el segundo es una vía devocional. El sabio dice: “Yo soy Dios, la Verdad Universal”. Y el devoto. “Yo no soy nada. ¡Oh, Dios! Tú lo eres todo”. En ambos casos el individuo transciende su pequeño yo, muere al ego y resucita, redescubre su Identidad Suprema con el Espíritu Universal.
El pequeño yo debe morir para que pueda resucitar en nosotros el gran YO, el Cristo.
Los nombres que dan las distintas tradiciones de sabiduría a esa muerte y nuevo renacimiento son muy diversos. En el cristianismo: Adán y Jesús, o Hombre Viejo y Hombre Nuevo, y la conversión, el proceso de retorno: metanoia.
En el budismo y el hinduismo llaman a la muerte jivatman y al despertar Brahman y shunyata. Y la iluminación o liberación moksha. El Zen llama satori o kensho a la transformación.

TREYA: ¿La iluminación se experimenta como una muerte real o sólo es una metáfora?

KEN: se trata de una verdadera muerte del ego. Los relatos de esa experiencia pueden ser muy dramáticos, o también muy sencillos. Afirman: te despiertas y descubres que tu verdadero ser es todo lo que has estado mirando hasta ese momento. No te vuelves uno con Dios, sino que te das cuenta, tomas conciencia de que eternamente has sido esa unidad sin percatarte de ello. Y junto a esa experiencia, también experimentas que tu pequeño yo ha muerto de verdad. Eckhart dice: “El reino de Dios (Ser) no es sino para los que han muerto completamente”.
Al morir el pequeño yo se descubre la eternidad. El YO no mora para siempre en el tiempo, sino en el presente atemporal previo al tiempo, previo a la duración. ES.
El sexto gran principio de la filosofía perenne afirma que la iluminación pone fin al sufrimiento. Lo que causa el sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada, y lo que pone fin al sufrimiento es el camino meditativo que transciende al pequeño yo y al deseo. El sufrimiento es inherente a ese nudo o contracción llamado ego, y la única forma de acabar con el sufrimiento es acabar con el ego. No se trata de que después de la iluminación ya no sientas dolor, angustias, miedo… sientes todo eso, pero lo que ocurre es que esos sentimientos ya no amenazan tu existencia, dejan de constituir un problema, no te identificas con ellos, no les das energía, ya no resultan amenazadores. El Yo es el Todo y no hay nada que pueda hacerle daño. Esta situación produce una profunda relajación y distensión del corazón. La persona se asienta sobre la paz que sobrepasa todo entendimiento, como dice S. Pablo.
El sabio como es consciente del sufrimiento, aunque no le haga daño a él personalmente, se siente motivado por la compasión y el deseo de ayudar a los demás que sufren y creen en la realidad del sufrimiento.
Este es el séptimo punto. La verdadera iluminación deriva en una acción social inspirada por la misericordia y la compasión, en un intento de ayudar a todos los seres humanos a alcanzar la liberación suprema. “Ama a tu prójimo como a ti mismo que es, como al Ser mismo que es”.

2 comentarios:

pAbLO! dijo...

Me he leído parte de la entrevista y me parece que recoge opiniones interesantes. El tema del blog también me lo parece. Enhorabuena, volveré para seguir leyendo.

Un saludo,
Pablote
http://degusto.wordpress.com

M.LUISA dijo...

Tras una primera lectura me ha asaltado un pensamiento que expongo con brevedad.

Ya es bien triste que en el interior del contenido dogmático formulado por la institución eclesial se esconda un saber científico al alcance de cualquier ser humano y que éste le sea vedado.

El misticismo genuino del que Treya y Ken nos hablan en esta genial entrevista, podría abrir al cristiano de hoy a aquella espiritualidad de la que ya nos hablaba Rahner en el siglo pasado, sin embargo cómo iba a ser posible si al basarse en la evidencia y en la comprobación experimental directa, frontalmente choca con el recelo que siempre le ha tenido la institución a la subjetividad humana.

¿En realidad, la institución católica desconoce que el mensaje de la que es portadora incluye un saber científico o bien lo formaliza dogmáticamente aprisionándolo para mantenerse ella, así, en el poder?

Un saludo cordial

María Luisa