miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿El hombre sólo es un animal racional, o el ser abierto al Misterio?

 ¿El hombre es el ser abierto al Misterio?


Desde que Aristóteles, a quien admiro mucho, definiera al hombre como "animal racional" y esta visión pasara a toda la filosofía posterior a través de la escolástica, el nous (la impronta de lo divino) del que nos habla Platón sufrió un parón, pienso yo. Es cierto que en los siglos anteriores a la escolástica, abundó el neoplatonismo en Occidente -con mayúscula-, pero a partir de Ibn Sina y sobre todo de Tomás de Aquino dejó de tener una influencia apreciable en el pensamiento occidental. Por ello toda la filosofía que conocemos y que recordamos de nuestra juventud nos habla de la racionalidad del hombre, sin olvidar nunca su animalidad. Ayer oí decir a Punset, el divulgador científico de moda en la actualidad en los mass media, que el hombre es un animal evolucionado. En definitiva: un animal. Por supuesto que no pienso negar esta afirmación tan común, sólo apuntar a que si consideramos al roble como una bellota evolucionada -en definitiva: una bellota- estamos empobreciendo mucho nuestra visión mental del mismo. ¡Y en este caso estamos hablando de un árbol! Mientras consideremos al humano a partir del comienzo -animal- y no como proyección hacia el final evolutivo -abierto al Absoluto- estaremos impidiendo, o al menos entorpeciendo, su propio desarrollo.

Todas las definiciones pecan por castrar aquello que es definido. Definir es construir límites, de-limitar, de-finir (finis). Y ello es bueno y necesario sobre todo para la mente científico-empírica-sensitiva, pero no lo es quedarse en ello, una vez hecha la definición hay que recuperar la globalidad. Si queremos analizar algo, lo delimitamos, pero esto conlleva perder la visión de universalidad: nos centramos en el síntoma, perdemos de vista al hombre, al ser humano. Definir es determinar la diferencia específica de algo que es común a muchos, o sea, decir: hasta aquí llega. La definición en nuestra cultura es excluyente, no mira hacia el ser, hacia lo universal, mira hacia dentro, hacia lo individual.

Así, para nosotros el hombre ha devenido un animal más desarrollado que otros simios, un animal dotado de razón: capaz de razonar. ¡Si todos los hombres fuéramos capaces de razonar! ¿Dónde quedarían la ambición, el interés económico, la homofobia, las guerras, las hambrunas...? Pero, ni eso. Y lo que entiendo más lamentable aún, muchos científicos se han dedicado a la exaltación de la animalidad solamente: el hombre es un simio con suerte. En nuestra cultura hemos cortado las alas al ser humano ¡y no puede volar! Pero, claro, volar es una mera ilusión infantil.

Mas el hombre es algo más que un animal que puede razonar. Es una vida abierta al Infinito, al Misterio, al Absoluto, una vida que va más allá de la mera persona ¡El hombre vuela! Miremos a los que han volado y podremos ver que no es una ilusión infantil: Jesús de Nazaret, Lao-Tse(i), Shankara, Buda, Mahoma, Eckhart, Teresa, Francisco, Rumi, Teresa de Calcuta, Mandela, Ghandi, Vicente Ferrer, decenas, centenas de miles, actuales todos aunque muchos hayan muerto. Volar alto, como dice Juan de la Cruz, es la esencia del hombre.

El hombre es ante todo “capax Dei” decían los neoplatónicos. Nuestro quehacer personal, y por lo mismo social, es en esencia ahondar en esta capacidad, en este Abandono, en este dejar que se abra la puerta para caer en la cuenta de que tras la apariencia es el Misterio, no meramente está. Para caer en la cuenta de que nuestra esencia es transcender lo sensible, lo razonable, lo inteligible... y palpar que somos Agua del Océano, no solamente olas, y mojarnos en Ella pues su manifestación, como olas, somos. Caer en la cuenta de que la apariencia ya es el Misterio. No existen límites, sino un Vacío de Libertad inmensa. Lo solemos llamar Dios.


José A. Carmona

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