domingo, 17 de abril de 2011

MI EXPERIENCIA DE ABUELO

JUGANDO CON MIS NIETOS
(LAIA Y PAU)

No pretendo convertir en universal mi experiencia individual de los ratos que paso jugando con mis nietos, pero por lo que respecta a mi experiencia personal no puedo menos que afirmar que ya lo es. La experiencia de la persona, en su esencia, es universal. Quizás podríamos considerar que lo individual es algo clausurado, cerrado a lo “otro”, en cambio la persona es relación, apertura, Ser que es “Uno en todo y en todos”. “Mi” experiencia es mía, en cierto modo intransferible, pero ese “mi” es solamente el vestido con se cubre “la” experiencia que “Yo” soy y en la que “yo” soy. La experiencia esencial.
Sin necesidad de profundizar en una meditación reflexiva, si cupiera esta combinación, pues la meditación -contemplación- por sí misma ya excluye toda reflexión -racionalidad-, tenemos en nuestras vidas multitud de ejemplos de la diferencia entre lo individual y lo personal. Los sentimientos, pongamos por caso, (afecto, devoción, antipatía, alegría...) son comunes a todos los humanos, también a los animales sensibles, existen -los sentimientos- en todos los hombres y tienen en todos la misma esencia, no así su forma cultural -el vestido con que son presentados-, expresada en función de la historia y forma de vida de cada pueblo. El dolor por la pérdida de un hijo de una madre es el mismo en una madre española, hindú, japonesa, nigeriana..., la expresión de dicho dolor varía. Por ello, pienso que las experiencias de beatitud que tenemos los abuelos cuando jugamos con nuestros pequeños nietecitos es una sola experiencia compartida -expresada de posibles formas distintas- por todos.

Soy consciente de que no sólo he afirmado que la experiencia sea común, sino que nosotros somos esa experiencia, que no somos los sujetos de las mismas que es lo que sentimos, lo que percibimos. Esto es algo que no voy a tratar aquí. Ya lo he hecho al hablar de la no-dualidad. ¡Nuestro pecado original: la sensación -engañosa- de que estamos separados, de que no somos “el otro”, la falsa conciencia de identidad separada!

Quiero advertir que cuanto voy a decir, que será poco, aunque profundo en -intensidad de- Vida, es meramente relativo, necesariamente conceptual y por lo mismo descriptivo de algo que nuestra mente no puede penetrar.

Hace ya más de un año escribía yo un pequeño poema con el que quería contar el trayecto de mi vida recorrido hasta ahora. Dentro del mismo, al llegar a narrar el nacimiento de mis nietos decía:

En este otoño florido
de mis años, ya espesos,
casi sin yo esperarlo,
ha cuajado un fruto nuevo
que LAIA tiene por nombre
y es la luz de sus abuelos,
luz que va iluminando
estos mis pasos terrenos
con su presencia y su vida
con sus lindos balbuceos.

Hoy, saturados mis días,
ha nacido un brote nuevo
de la vida de mi hijo,
que es mi carne, sangre y huesos.
La Paz con su nombre siembra
porque “PAU” lo llamaremos,
y porque es para mi vida
del Misterio nuevo centro.

Con él se ahonda en mí mismo
la plenitud de un Silencio
que perforando mi alma
me conecta con los Cielos.
Porque en mi espíritu vive
ese Amor a mis dos NIETOS:
hermosa Meta en mi vida,
que es Camino y Sacramento.

Y efectivamente, cuando juego con ellos mi vida se hace Camino y Sacramento. Se hace pura Beatitud, pura Felicidad atónita, boquiabierta, cómplice..., puro Juego inútil (sin utilidad extrínseca) cargado de sentido, limpia Libertad sin límites, Sonrisa del Ser, Misterio de Gozo en el que me zambullo con la seguridad de que no existe el riesgo, esplendorosa Resurrección que me introduce por momentos en la Vida allende el tiempo.
Cuando mi nieto Pau -diecisiete meses- me abre sus bracitos para rodear mi cuello y me llama ¡yayo!, cuando mi nieta Laia -cuatro añitos- me dice al despedirme con un beso: no te vayas triste, ¡hombre! Mi alma deja de existir -y no es mera expresión exagerada- pues percibo en lo más hondo de mi ser, que estoy saboreando la Vida, que estoy degustando lo Eterno, que lo temporal es nada más que el papel que envuelve el caramelo, que el Amor, en su forma temporal y concreta, lo percibo en el cuerpecito, en las palabras, en las miradas de mis nietos. Estoy percibiendo que mi alma es sólo el canal que conduce el “agua de la Vida” (evangelio y cartas de Juan), el instrumento utilizado para la Comunión del Misterio, que apareciendo concretado en mis nietos llega hasta lo más profundo de mi yo, hasta mi “Yo”. Mi yo, José Antonio, es solamente el dedo que me señala hacia “el interior”, la ola que el viento forma en el mar, pero no el agua que es la esencia de la ola. Mi yo es tan sólo el tiempo que recubre la experiencia que tengo con ellos, el tiempo en el que se me da la Eternidad del momento.
Sencillamente con ellos soy Feliz. Más aún, soy Felicidad, juntos somos Resurrección.
¿Qué abuelo no puede decir lo mismo? Sin duda alguna se trata de una experiencia universal. Es más, única e idéntica en toda la humanidad. La Resurrección es propiedad del SER y de sus manifestaciones.
Jugar con mis nietos es lo más espiritual que hago en mi vida, considérese como se considere lo espiritual. Es la inmersión lúdica en el Misterio.
Es cierto que no es lo único espiritual-consciente en nuestras vidas -¿hay algo que allá en el fondo no lo sea de alguna manera?-, es cierto que no se ha de desmerecer la tradición que nos habla de las prácticas espirituales, pero si lo espiritual es Amar -que lo es-, o sea, re-cordar (abrir más el corazón, hacerlo más grande) que somos UNO, que la multiplicidad es sólo apariencia, en mis nietos encuentro el Amor sin límites, sin reduccionismos, sin esfuerzos. Me fundo en ellos y con ellos. Con ellos la VIDA sencillamente BROTA. En ellos todo es Inútil, puro Juego, puro Gozo, no separación, Resurrección eterna en la que no hay tiempo.
Jugar con mis nietos es la transformación de Plenitud más maravillosa en la que el Espíritu se alegra. Es, diría un clásico, la plegaria más fecunda que se eleva desde la tierra hasta la tierra misma para fecundarla en el Amor. Pura Presencia del Espíritu que somos y en el que somos. Cristo resucitado.
En su día intenté que la palabra fuera vehículo transmisor de esa experiencia que soy, y escribí:

ÉXTASIS
(La experiencia de vivir encuentros largos con mis nietos: LAIA Y PAU)

Desdibujando sus límites,
incierto mi yo al amarlos,
trasminan mis senderos, libres,
dos brotes de luz
que en mis huesos refulgen,
y mi interior alumbran con sus voces del Origen.

Temerosa al tocarlos
mi carne ya vencida y victoriosa
en su diálogo con los días,
se transforma en esperanza,
en vida
que en mis nietos renace virgen.

El lenguaje de mi Laia,
lúcido eco de su apertura al Todo,
atraviesa mis sentidos y me dispone
a una comunión más allá de las palabras.

La ternura que mi Pau con su cuerpo me transmite,
al abrazarlo entre besos,
es presencia insobornable de
lo que travesando los sentidos
anida en su corazón, sonrisa en la piel.

Amordazado a la palabra
mi pobre yo se rebela.
Mi razón no conoce, mi inteligencia se seca...
Pero, mis nietos, en mí fundidos por Amor,
se hacen caminos que sólo transita el Fuego.

José Antonio Carmona

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