miércoles, 2 de marzo de 2011

UNO-SIN-SEGUNDO. (La no-dualidad. Segunda parte)

Uno-sin-segundo

Creo que se puede afirmar que Occidente ha de aprender mucho de Oriente sobre la interioridad. Y que Oriente, a su vez, ha de aprender mucho de Occidente sobre la justicia social. Es fácil que muchos humanos con un cierto barniz de espiritualidad no-dual tiendan a desentenderse totalmente de las injusticias que día a día sufrimos los hombres, sobre todo sufren quienes están en peores “condiciones de vida”. Si todo da lo mismo -conclusión errónea, no-dual no significa que todo dé igual-, ¿qué más da estar en la miseria -no sólo económica- o en la abundancia? ¿Qué importa que unos hombres exploten a otros, o los maten...?
La no-dualidad no legimita en absoluto estas posibles actitudes. Quien así lo haya podido interpretar se ha equivocado del todo. Mejor, lo que ha hecho es interpretar -explicación racional- y además erróneamente -mientras estemos en la visión de “lo mejor o peor” no estamos en la conciencia no-dual-, y no experimentar. Quien experimenta la no-dualidad (en el cristianismo hablamos de la “Vid y los sarmientos, Cuerpo místico”. Son equivalentes homeomórficos, no exactamente algo idéntico) no se desentiende del tú, al contrario, asume al tú en el mismo yo-Yo, lo que deshace es el ego y con él el egoísmo, un método eficasísimo contra la injusticia distributiva y social -un forma muy distinta de la revolución social. Pero ¿menos eficaz? Quizás en Occidente lo podamos llamar ingenuo ¿han sido menos ingenuas todas las revoluciones?-. Recordemos el famoso voto del Bodhisattva (bodhi =iluminación, sattva=ser, el equivalente a lo que en el cristianismo llamamos santo, al verdadero místico, no identifiquemos santo con canonizado) que es la expresión del compromiso del mismo, un deseo espontáneo de alcanzar la última iluminación en beneficio de todos los seres que sienten. Lo que convierte a alguien en un bodhisattva es su dedicación al bienestar pleno de otros seres: “Que alcance la iluminación para el beneficio de todos los seres sintientes”, reza la petición que a diario hace el bodhisattva.
En lo que difieren claramente los sabios = experimentados orientales de nosotros, los occidentales con nuestra propia experiencia aunque no lleguemos a ser sabios, es en los medios que utilizamos para llegar a que todos los seres sensibles o sintientes alcancen la iluminación o la justicia. Aquí como en muchas, muchísimas, cosas la interculturalidad ha de ser una fecundación rica que nos lleve al “hombre nuevo”. Ese Hombre que está ejemplarizado en aquel que no empleó la violencia, ni se dejó intimidar por el poder; predicó el perdón y el amor; pronunció palabras que, según afirmaba, no procedían de él. No elaboró ningún sistema doctrinal; habló el lenguaje de su tiempo. Tuvo un nacimiento muy obscuro y una muerte más obscura aún. Y sin embargo, prometió su presencia permanente entre los hombres por medio de su Espíritu, y por medio de la comida -pan y vino- compartida.
Ejemplarizado en él y en todos los místicos axiales, Buda, Lao Tse... Y también en la gente que nos llamamos, y llamamos, “gente corriente”, que lo somos, que salimos de compra, vamos al trabajo, vemos la tele, utilizamos Internet o no utilizamos la Red.

Un ejemplo de este tipo de personas. Hace unos días hablaba yo con una querida prima hermana, Paqui Brea, por teléfono -ella está en Chiclana (Cádiz), yo en Badalona (Barcelona)- y me decía cosas como lo siguiente: “Yo no soy una víctima de la vida, lo que yo he pasado (una gravísima enfermedad que la ha tenido a las puertas de la muerte durante largos meses...) y lo que he sufrido (su marido ha tenido que ser operado en dos ocasiones en estado crítico y ella ha tenido que estar durante un mes -día y noche- con él dentro de una habitación aislada en un hospital. Un hermano suyo murió una noche cuando estaba de guardia haciendo el servicio militar, al ir a relevarlo, lo encontraron muerto...), todo ello pertenece a la Vida”. “Hay mucha gente que dice ¿por qué me ha tenido que tocar esto a mí? Pero yo siempre he dicho ¿Y por qué no yo?”

Realmente he visto en mi prima Paqui una auténtica vivencia de no-dualidad, de asunción en la misma Vida de todo aquello que nos duele, del polo que llamamos malo. Su palabra es presencia y muestra experiencia, este escrito mío es sólo reflexión, algo muy secundario, aunque reflexión sobre experiencias contemplativas también personales.

Quiero insistir en que la Unidad de la que hablamos en nuestra filosofía ontologicista, ese Uno que afirmamos de Dios, es uno por oposición a lo múltiple, se contrapone a dos, a tres... Es, pues, oposición a. En Dios no hay multiplicidad, afirmamos, lo múltiple está fuera de Él. Con esta expresión (Dios es Uno) estamos utilizando un concepto cuantitativo. Lo No-dual no puede ser llamado Uno en este sentido, puesto que no excluye lo múltiple, no se opone a ello, sino que lo transciende integrándolo. No-dual no es Uno (que repito se contrapone a dos, tres..., múltiple), sino Uno-sin segundo.

Lo No-dual está más allá de toda oposición, más allá de la oposición Ser y No-ser, sujeto-objeto, bien-mal, ser-conocer...
El Misterio carece de límites, toda descripción que se pueda hacer de Él no puede ser otra que “simbolizar” la ausencia de toda descripción. El Misterio no es ni esto, ni aquello, ni lo de más allá. En esta línea de la negatividad ha abundado también la teología de Agustín y de Tomaś de Aquino. “no podemos saber lo que es Dios, sino, en expresión del Aquinate. Quid non sit Deus” No sabemos nada sobre Él, el proceso de negación por abstracción no nos lleva tampoco a Dios pues es un proceso mental-racional, que simplemente nos lleva a una representación conceptual. Dicha negatividad es la vía apofática a la que ya he hecho referencia en la primera parte. Vía que expresa con palabras muy apropiadas el maestro Eckhart, en un discurso en el que hace una larga reflexión sobre el Ser, La Bondad y la Verdad: “...Y si Él no es ni Bondad, ni Ser, ni Verdad, ni Uno ¿entonces qué es? No es absolutamente nada”. Y en esta línea todo su sermón sobre el fruto de la nada, para terminar diciendo este “No-Ser es Ser Enaltecido” (Ed. Siruela, pag 87...).

Mas el hecho de que el Misterio carezca de toda determinación no implica que sea lo más indeterminado, lo más abstracto o vacío en el sentido occidental. Es todo lo contrario. Dice a este respecto Mónica Cavallé:

“... si bien nuestra conciencia dual, representativa y simbólica no puede concebir lo Absoluto (el Misterio) más que negativamente, este proceso de exclusión no termina en sí mismo, no conduce a un puro vacío o a una negación pura. Es sólo la propedéutica que permite abrir un espacio incondicionado (no tergiversado por los condicionamientos mentales) en el que pueda acontecer la visión-experiencia supramental, la captación positiva e intuitiva de lo máximante real y positivo: el desvelamiento de lo que pareciendo Vacío para la mente, no es sino plétora y totalidad...” (La sabiduría de la No-dualidad. Pag 74)(la cursiva es añadido).

En este mismo sentido de Plenitud han expresado sus experiencias de la Realidad (no-dual) todos los grandes místicos no-duales.

La No-dualidad es una enorme paradoja para nuestra mente. Transciende – niega asumiendo y supera a la vez- el principio de no contradicción, recoge en un solo abrazo el sí y el no integrándolos y transcendiéndolos. No olvidemos que el principio de no-contradicción es el centro de la lógica aristotélica. La No-dualidad transciende toda nuestra capacidad lógica, pero no es el pensamiento racional la única -ni la mejor, ¿quizás?- manera de “conocer”.

Quiero apuntar aquí unas reflexiones sobre el Uno-sin-segundo, la gran paradoja que inunda el pensamiento místico. El Absoluto, el Espíritu -como le llamemos- es a la vez lo más transcendente y lo más inmanente, mejor, El Absoluto, siendo lo más transcendente, inunda y sostiene toda la realidad inmanente, de modo que sin Él nada sería, ni la más mínima mota de polvo, ni el más pequeño electrón. Y sosteniendo ese mínimo electrón está “todo el Espíritu”. Por esta razón (está todo Él en todo y cada uno de los espacios y cosas, y en todos y cada uno de los momentos, es y no es, es sujeto y objeto sin ser sujeto ni objeto...), por esta destrucción de toda nuestra lógica aristotélico-cartesiana el único lenguaje sobre Él -sobre el Cristo que pregonamos los cristianos, Dios, la Trinidad, la Nada, el Vacío, Tao, Buda, Alá, Naturaleza, el Misterio,...- ha de ser simbólico y oximorónico, por esta razón sólo puede haber experiencia y un poco de explicación-exposición de la misma, necesariamente limitada por las posibilidades de la racionalidad, y enriquecida por la abundancia simbólica. (De ahí, pienso, la tremenda importancia de la liturgia vivida como símbolo: expresión transracional -que es lo que es-, como experiencia, nunca como ritual al que atarse. Y lo mismo tengo que decir de todo arte).

Jesús dijo, dice el evangelio apócrifo de Tomas,: “ Yo soy la luz que los ilumina a todos (no especifica el texto ese todos). Yo soy el Todo. (el) Todo ha salido de mí y Todo me ha alcanzado. Romped la madera: yo estoy allí. Levantad una piedra: allí me encontraréis.” (Apòcrifs del Nou Testament. Proa. Pa. 89). Este texto, y en general el evangelio de Tomás, tiene muchas concomitancias con muchos otros del evagelio de Juan, pero hay algo en el núcleo del mismo por lo que las primeras jerarquías no lo aceptaron como canónico. Hay un fondo gnóstico muy claro. Para la iglesia del poder jerárquico el Hijo y el Padre son dos hipóstasis diferenciadas, en este texto el Cristo, Jesús, no es una hispóstasis, es sólo la manifestación del Misterio, al que Jesús de Nazaret llama Padre en los evangelios canónicos Padre. No hay separación hipostática entre Padre e Hijo, como no la hay entre el rostro y la persona que se manifiesta en él, aunque podamos distinguirlos. ¿Una pura cuestión de interpretación racional que en modo alguno puede afectar a la experiencia de fe?

He citado este texto apócrifo con la sencilla intención de mostrar que en los comienzos del cristianismo existían muchas formas de expresar la fe en el Cristo, entre ellas esta que es claramente no-dual. “Todo ha salido de mí y Todo me ha alcanzado” Estamos acostumbrados a interpretar la palabra Todo con la lógica racional: Todo es la inclusión de todo ser. Pero... ¿y la Nada? ¿Puede quedar excluida del Todo? La Nada no es, diríamos sencillamente con nuestra visión ontologicista. ¿Pero qué hace posible que el Ser sea? ¿En qué contraste se da el Ser? ¿Por qué el Ser es ser y no nada, y la Nada es nada y no ser? No busco una causa que a su vez sería o Ser o Nada, busco el Todo -hasta la expresión busco invita a la confusión- ¿Acaso no hay oposición entre Ser y Nada? El Todo no puede ser solamente una parte de la oposición, integra ambas, integra la Nada y el Ser en el horizonte que hace posible que sea el Ser o la Nada. Ese horizonte es más que Ser y que Nada, siendo Ser y Nada a la vez en el momento intemporal, en el centro no-espacial.

“Al principio creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el Aliento (Espíritu- Ruah) de Dios se cernía sobre la faz de las aguas... (Gen 1,1...)” Con este fantasmagórico escenario -et Spiritus Dei ferebatur super aquas...(Vulgata)- comienza la la Biblia su narración de la creación. La descripción del Absoluto como creador y controlador está en la base de la visión religiosa judeo-cristiana, visión que ha dado y sigue dando muchísimos frutos de santidad e iluminación entre los hombres. La visión no-dual no asume en modo alguno al Absoluto como creador, gobernador, ni señor de nadie. Supondría que hay un otro fuera del Todo, con lo cual ya no sería todo. La visión no dual ni siquiera se plantea la idea de creación, sencillamente vive la experiencia no-dual. Es experiencia, y la experiencia es no-dual.
He comenzado el párrafo anterior citando el apócrifo de Tomás, quien pone en boca de Jesús expresiones no-duales y por tanto alejadas totalmente de la visión de creación. El pensamiento y sobre todo la experiencia religiosa del pueblo hebreo avanza a lo largo de la historia y hay momentos en los que esta experiencia apunta, sobre todo en sus místicos, hacia la no-dualidad, como en el caso de Isaías -no trato de la historicidad del personaje individual- que afirma que Yaveh dice: “Yo soy el Señor y fuera de mí nada existe” Es evidente que la frase está escrita en un marco de dualidad, se habla del Señor que supone un superior y un inferior, pero a la vez se apunta que no hay existencia fuera de Él -la no-existencia ni se plantea-. Lo mismo podríamos decir del prólogo del evangelio de Juan. Aunque, como digo, todo está escrito en la Biblia encuadrado en la dualidad: Hacedor-criatura. Es el núcleo de la religiosidad judía.

En la doctrina del Uno-sin-segundo todo está encuadrado en la integración y transcendencia. Su núcleo es no-dual.

Ya he dicho anteriormente que la afirmación de que Dios, o el Absoluto es Todo no es una proposición lógica. Si lo fuera es muy posible que nos llevara a una conclusión o bien panteísta, o bien que nos abocara a la idea de que el Absoluto es una especie de materia informe, confusa y homogénea. El pensamiento central de la filosofía de Wittgenstein es que no podemos hacer ninguna afirmación válida sobre la Realidad considerada en su conjunto. Si queremos hacer una afirmación sobre algo en su conjunto hay que salir fuera de él, y no podemos salir fuera de la Realidad. De ahí que no podamos hacer ninguna afirmación válida sobre el Absoluto o Uno-sin-segundo. Tendríamos que salir fuera de Él. No podemos afirmar de Él que sea “infinito”, por lo infinito excluye lo “finito” y en el Uno-sin-segundo nos hay exclusión. No puede ser definido ni clasificado, como he repetido reiteradamente.
La conclusión panteísta está muy lejos igualmente de la No-dualidad, a parte de que el panteísmo es una conclusión a la que llegan los panteístas por el discurso racional y la No dualidad no es ninguna conclusión racional, el panteísmo considera a las cosas como una parte del mismo Absoluto; en la No-dualidad se entiende que es todo al Absoluto y completamente (nunca una parte) quien se halla en cada punto del espacio y del tiempo.

Si asumimos la expresión de que “todo es Dios” como una afirmación lógica, no sería una afirmación sino un total contrasentido, porque decir algo de todo es decirlo de nada -algo similar a la que sucede con la palabra “cosa”, al afirmar “eso es una cosa” estamos en una pura tautología “eso es eso”-. “Que el Uno-sin-segundo es todo” sólo puede ser una revelación experimental, contemplativa, que podríamos describir: “Uno-sin-segundo es el que carece de opuestos”. Por tanto, ni siquiera un monismo sería una respuesta acertada, el monismo lo es por negación de otros, nunca por inclusión de Todo.
Dice a este respecto un maestro zen (Seng-t'san): “No dos no significa exactamente Uno, porque el concepto de Unidad pura, al excluir su opuesto -la Multiplicidad- es sumamente dualista. El Uno singular se opone a las Muchos plurales, mientras que lo No-dual los engloba ambos. Así pues, Uno-sin segundo no significa Uno opuesto a Muchos, sino Uno sin opuestos.”

El Uno-sin-segundo, precisamente porque es a-espacial y a-temporal, abarca, integra y transciende todo tiempo y todo espacio (todo el mundo manifiesto). Todo tiene cabida en Él, pero Él no puede ser comprendido.

Quiero acabar este pobre conato de señal indicadora con el primer verso del libro del Tao:


El Tao que puede conocerse no es el Tao”

Y con este versículo del evangelio de Juan (1,18)

“A Dios nadie lo ha visto jamás. Es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha explicado”

José A. Carmona

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