jueves, 2 de septiembre de 2010

Esbozos de mis encuentros con Raimon Panikkar

Recordando a Raimon (Panikkar)

Un buen y muy estimado amigo me insinuó, mejor, me pidió, hace muy poco, que escribiera unos retazos sobre mis encuentros con Raimon Panikkar. ”Realmente conocer un poco de vuestra amistad (entre Raimon y yo) y de la intimidad de un genio es algo importante para todos” me dijo, y creo que tenía muchísima razón. Podemos conocer sus obras, pero él no escribió nunca un diario por el que pudiéramos conocer algo de su intimidad personal, no le gustaba la idea, lo íntimo no tiene importancia para la gente, me decía. Por ello me pongo a relatar algunas cosillas sobre nuestros encuentros de amistad.
Ante todo quiero advertir que lo que voy a relatar (no sé lo que será, escribiré espontáneamente) no es para mí un mero recuerdo, un ejercicio de memoria, que lo es también, sino que sobre todo es hacer presente ontológicamente (en el sentido que le da Heidegger y sobre todo en el sentido del Misterio) la koinonía (palabra que usábamos con frecuencia en nuestras conversaciones). Para una mentalidad cristiana pudiera ser traducida como “comunión de los santos”, pero dando a esta expresión todo el valor de Realidad (hecho que sucede, o posibilidad para que suceda) que tiene, pienso, el mismo Misterio recogido en el cristianismo.
Al expresarme así, no puedo menos que traer a colación la palabra que creó Raimon “tempiternidad”. La koinonía es tempiternidad (temp-i-eternidad), o sea, eternidad (la semilla) envuelta en el tiempo (la cáscara), siempre sabiendo y experimentando que eternidad significa “no tiempo”, “no duración”, “no permanencia”, sino meramente: “Ser, Vida, Koinonía, Amor, Cristo, Buda, Vacío, Misterio...” Lo eterno no dura, ES, no se prolonga y menos indefinidamente. En todo caso podríamos decir con toda la reserva posible (porque es utilizar un lenguaje dual para indicar lo no-dual) que es “el sustrato que hace posible la duración”, “el horizonte de la existencia temporal”. Ahora mismo, en el tiempo estoy viviendo la Vida, que no es tiempo, sino que lo crea en el contraste de lo eterno. Por eso, Raimon y yo seguimos en koinonía, aunque la palabra “seguimos” me vale a mí, no a quien (o aquello que, o...) no es ni persona, ni tiempo, sino sencillamente Vida, Amor-Compasión (no mero apego), pienso en mi visión cristiana, en mi visión no-dual.
Cuando recuerdo a mi amigo y maestro tampoco puedo dejar de lado aquella palabra que me enseñó, y que tanto me gustó, “oximorónico”, la decíamos en catalán: “oximorònic” (oximoron, de oxus -agudo- y moros -romo-), cuyo significado vendría a ser el de paradójico. Mi lenguaje necesariamente será descriptivo, al hablar de todo aquello que está más allá de la mera razón, que pertenece al “oculus contemplationis” de los Victorinos y San Buenaventura, y del que tantas veces hablamos en el tiempo Raimon y yo, la razón o calla o meramente señala hacia donde, nada más. “Aquello” es recogido por la experiencia que a su vez también es transcendida, y “Todo es”.
No puedo evitar, ni lo pretendo en este escrito, las digresiones. En este momento estoy impregnado...
Conocí a Raimon al comienzo de los años ochenta, hace más de veinticinco años. Paqui, mi esposa, y yo nos habíamos integrado en el grupo: “Ministeri i Celibat”, rama catalana del movimiento Moceop impulsado por matrimonios en los que el varón había sido (o seguía siendo) sacerdote. Y en la primavera del año 1983 se organizó para los integrantes del grupo un viaje a Tavertet con la finalidad de convivir un día con Raimon Panikkar, yo en aquellos tiempos sólo lo conocía de oídas. A mi esposa y a mí nos pareció que podía ser interesante y nos unimos a la expedición, que estaba formada por unas veinte parejas, cuarenta personas. Tuvimos dos encuentros con Raimon aquel día, uno por la mañana de unas dos horas en el que nos dedicamos a preguntarle sobre lo más variado del sacerdocio cristiano (algo que a todos los varones nos preocupaba) y sobre algún otro tema relacionado con la fe. En este encuentro, recuerdo que yo tuve un cierto protagonismo por las preguntas que le hice, que fueron abundantes. Algo que no debió pasar desapercibido para él, pues de las cuarenta personas que estábamos allá, solamente mi esposa y yo con el paso de pocos años llegamos a ser sus amigos, amistad que permanece. Por la tarde tuvimos una eucaristía concelebrada en la iglesia del pueblo y de la que recuerdo unas palabras de Raimon que en aquellos momentos me impactaron mucho: “Jesús estableció (¿instituyó?) la eucaristía con pan y vino no por lo que son, sino por lo que significan (fuerza y alegría)”. Entonces mi fe aún permanecía anclada en muchos dogmas y trasladar la importancia del pan y del vino de su substancia (concepto tomista) a su significado era mucho en aquellos momentos...
A mí personalmente me interesó todo lo que había dicho él, vi, o percibí que había allá una fuente muy rica de pensamiento y … decidí mantener un contacto relativamente (en lo que era posible teniendo en cuenta su tremenda dedicación a escribir de aquellos tiempos) fluido y decidí subir a Tavertet en cuantas ocasiones fuera posible. Así se fue gestando nuestra relación amistosa.
Uno de nuestros encuentros más largos fue el que tuvimos el día que Paqui y yo subimos a casa de Raimon con Jerónimo Podestá, obispo de la ciudad argentina de Avellaneda y casado con Clelia Luro, cosa que le costó la expulsión de la institución. Jerónimo y Clelia estuvieron hospedados en nuestra casa unos días, y aprovechamos su presencia entre nosotros para subir a compartir un día con Raimon, previo aviso telefónico. Pasamos todo el día juntos los seis: Jerónimo y su esposa , Paqui, Raimon, su esposa María y yo. Fue en el verano del 84.
Tras una larga charla que mantuvimos por la mañana yo salí convencido de que Raimon no era cristiano sino budista, “era excesivamente abierto para mi visión” y no había parado de enjuiciar al cristianismo desde una perspectiva no-religiosa (tal como yo entendía entonces lo religioso), hoy entiendo que aquella perspectiva (que hoy yo llamaría postmoderna) era en realidad mucho más religiosa que la mía que era muy crítica con la institución, pero que no había salido a explorar los misterios que son el Kosmos. Comimos juntos y por la tarde seguimos charlando hasta entrada la noche y terminé convencido que que aquel hombre, Raimon, era profundamente cristiano, mucho más de lo que yo podía imaginar con mis esquemas aún sin superar del todo. “Si ha habido algún gurú en mi vida, decía, ha sido Cristo” Él me ha hecho abrirme al hinduismo, al budismo (“ateísmo religioso” en sus palabras) y así ser hinduista y budista para reencontrarme también cristiano. A partir de aquel día comenzó un para mí fecundo camino de amistad que me ha llevado en una gran parte a ser.
He estado yendo a Tavertet muchos segundos domingos de mes para concelebrar con él la eucaristía. Se celebraba en un cubículo del edificio destinado a su fundación Vivarium, a unos cientos de metros de su vivienda, la compartíamos amigos variados, gente del pueblo y otra gente venida desde los lugares más variopintos y plurales del mundo (Sudáfrica, India, EEUU, Alemania, Italia...). Por descontado que dicha eucaristía tenia una liturgia, se realizaban unos ritos que expresaban el Misterio de Amor, pero siempre libres, no sometidos a una repetición cacofónica, creados en el momento y para el momento, había ritos, no ritual (rúbricas). En ellos él nunca dejó de vestir su indumentaria: túnica blanca, bufanda muy ancha de color marrón para resguardarse del frío, sandalias sin calcetines (salvo en los días invernales). Indumentaria que vistió siempre durante los años de su retiro en Tavertet. En las eucaristías me daba un puesto destacado, pues me encomendaba funciones, para la mentalidad tridentina, relacionadas con el ejercicio del sacerdocio: predicar, dar la bendición final, consagrar con él, interpretar las lecturas bíblicas...
En el tema del sacerdocio siempre estuvimos en desacuerdo, mientras él opinaba que el sacerdocio que teníamos los ordenados en el presbiterado no era el sacerdocio de Aarón, sino el Melquisedec, que ofreció el pan y el vino a Abrahán, sacerdocio que transciende lo cristiano, pero que no es común a todos, yo sigo opinando que este sacerdocio sacro es un resto judío introducido en el cristianismo y que se opone frontalmente a la carta a los Hebreos. Incluso por carta llegamos a debatir sobre este asunto, a propósito de un artículo mío publicado en una revista catalana de teología.
Era profundamente humano y por lo mismo contradictorio. Él mismo dijo en la homilía del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal: “yo no soy puro” (¡ojo! con el significado estúpido que a la palabra puro se le ha dado en el cristianismo a partir del siglo dieciocho, puro=casto). Tenía defectos (deficit) pero no se notaban mucho. Era vanidoso, le gustaba (a todos nos gusta) que se le conociera y reconociera, y a la vez profundamente humilde. En la relaciones con su hermano Salvador, algo de lo que nunca hablamos en privado, había problemas, éste le acusa aún hoy públicamente de no haber sabido actuar como un hermano mayor, Raimon sólo nos dijo a un grupo en una ocasión: “Tendrá razón posiblemente”.
Era muy constante en el trabajo y muy perfeccionista. Algunos de sus libros más importantes los escribía una y otra vez, repasándolos, corrigiéndolos, en concreto su libro: “De la mística” lo reconstruyó, que yo sepa, veinte veces, todos esos libros los trabajó durante muchos años antes de publicarlos. Pese a ser un verdadero políglota no escribía nunca las traducciones de sus libros, sino que las encomendaba a terceras personas, expertas en las lenguas a las que eran traducidos, sólo escribía los originales en la lengua que fuera: castellano, catalán, francés, inglés, alemán, italiano; las traducciones simplemente las revisaba y expresaba su acuerdo o desacuerdo. Y nunca redactaba nada sin tener a su lado un diccionario de la lengua en que escribía.
En alguna ocasión me dijo: “José (nunca me llamaba José Antonio), he estado leyendo tus libros para prepararme charlas que he tenido que dar” “tu libro sobre los ángeles me parece excelente”. Con toda sinceridad he de decir que estas expresiones a mí me sonaban extrañísimas. ¿Qué puede aprender Raimon de mis escritos? Y sin embargo, los leía, y no solamente lo hacía con mis libros ni mucho menos, leía todo. O casi todo. Sé de algún conocido que ha pretendido que le prologara algún libro y no lo ha conseguido, ni siquiera que se leyera por encima su manuscrito original.
El día en que le regalé mi libros de poemas, me dijo simplemente: “¡Quién fuera poeta! ¡Él que ha escrito poemas preciosos y que apenas se conocen!
Hace ya algunos años, una noche sonó el teléfono en casa, lo cogió mi mujer, Paqui, entendí que estaba hablando con Raimon. Me llamaba para pedirme consejo. Él estaba casado con María, también amiga nuestra, más de Paqui, mi esposa. María había sido secretaria particular de Michael Schmaus, profesor de teología dogmática en la universidad de Munich en torno al los años 50-60 del siglo pasado y cuya obra causó furor entre muchos estudiantes de teología en estos años preconciliares. Al menos entre los conservadores. Su obra fue editada por Rialp, editorial del Opus.
María es doctora en teología y filosofía. Raimon la conoció en sus años de docencia universitaria. Se casaron antes de que yo los conociera, pero ya tenían bien pasados los sesenta años de edad. La razón de su matrimonio, me comunicó un día: “No por tener hijos que ya no podíamos en modo alguno, sería ridículo, no por otras razones, sólo porque si Jesús se hubiera encontrado en mi lugar, lo hubiera hecho”.
Tienen una hija indi (hindú) adoptada, María también, es maestra y vive en Vich, ya casada con un chico catalán.
Retomo el relato. Me pedía ayuda para consultarme lo que yo pensaba que había de hacer. El obispo de Vich, Mons. Guix hasta hacía poco auxiliar de Barcelona, le había escrito para exigirle que dejara de convivir con María porque él celebraba misa públicamente en la parroquia de Tavertet, y esa convivencia en un sacerdote católico era intolerable. A la vez le prohibía celebrar la misa. “¿Qué hago, José?” me decía al teléfono. Esta actitud de Raimon pidiéndome consejo, no se me olvidará nunca. Él no quería renunciar ni a María ni a la Celebración. Lo que hablamos y el camino que él siguió ya no es asunto de este escrito. El caso es que el actual obispo de Vich ha presidido la misa funeral por Raimon el sábado pasado, 28/8/10, y en el funeral María pese a su delicado estado de salud actual estaba en primerísima fila. Y lo más contradictorio en la institución católica, mientras a Raimon lo perseguía el obispo en este rincón de España, en Asia la Conferencia Episcopal Pan-asiática lo nombraba asesor teológico de la misma, cargo entre otros muchos de dimensiones internacionales y mundiales, que desempeñó hasta su muerte.
Tenía la costumbre de dedicarme todo lo que publicaba, que en estos años ha sido muy abundante. Para las dedicatorias utilizaba las cuatro lenguas en las que yo me defiendo o bien conozco: español, catalán, latín y griego clásico, pero él aparte hablaba y escribía el inglés, el francés, el alemán, el italiano, el tamil y el indi. En la misa de celebración del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal habló en la homilía en español, catalán, alemán, inglés, francés e italiano. Lo hizo sin mirar un solo papel, cuando llevaba unos momentos hablando en una lengua, saltaba a otra sin pausa intermedia, lo cual supone un gran dominio de todas. Invitó para la misa y para la comida posterior a 150 personas entre familiares y amigos que escogió de todo el mundo, desde profesores de las universidades de Harvard, Santa Mónica (California), Benarés (India), Madrid, Roma... hasta vecinos del pueblo de Tavertet. De Cataluña éramos pocos. Nos invitó a todos enviándonos una cartulina escrita por él en el latín más hermoso que he podido leer después de los clásicos (Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio...). No me resisto a transcribir un párrafo de dicha invitación, que conservo. Lo hago pensando en los buenos amigos que sabrán degustar el texto, y sobre todo en mi gran amigo Luis Charlo, catedrático de lenguas clásicas en la universidad de Cádiz:


“...
Gratias agens, quia mihi per quinquaginta annos in communione cum amicis ex omnibus gentibus ac saeculis sacra mysteria pro mundi vita agere licuit, vobis pacem et gratiam opto...
R. Panikkar, sacerdos secundum dharmam Melchisedech e dioecesi Varanasi ad Ganges flumen...”

Y terminaba de su puño en letra la invitación que me dirigía: “de nou gràcies”
¿Gracias de qué Raimon? Tan sólo una persona que sabe lo que en esencia es puede darme las gracias, pero no a mí, sino a toda la creación, porque todo es don, porque todos somos don.
La invitación empieza con una cita de la carta a los Colosenses, y otra de las Upanishads.

Yo estoy convencido de que Raimon era un genio. Personalmente me hizo descubrir un Cristo de auténticas dimensiones Kósmicas (con mayúsculas), algo que ya había yo barruntado estudiando la Teología de la Liberación, pero que no se hizo verdadera presencia en mí hasta mi relación con él y con su visión, la visión advaita, la sabiduría de la no-dualidad, algo que en buena medida está también en el maestro Eckharth, los místicos carmelitas españoles (Juan y Teresa), en Bartolomé de las Casas, el Pseudo-Dionisio... pero que escasea en general en la mística cristiana, y por completo en la teología oficial. Me enseñó a distinguir entre el uno como cantidad matemática, que supone que detrás va o puede ir un segundo, y el uno sin segundo que no es una cantidad matemática, sino el simple sustrato del ser que es ser y no-ser, que es simple posibilidad, simple relación.
Para él la Trinidad era el núcleo de su reflexión y de su sabiduría no-dual. Trinidad que no son ni uno (matemático, una substancia) ni tres, sino pura relación del Vacío (no es una cosa porque excluiría las demás, ni todas las cosas porque excluiría la no-cosa, sino posibilidad de cosa que abarca ontológicamente todo cuanto es) sin salir de sí porque todo está en Él, relación de Conocimiento que no es tal si no es Amor, pero que es Conocimiento y por tanto Amor. Tiene un libro, escrito por cierto en una pequeña cabaña sin luz eléctrica ni agua corriente -me contaba- junto al Ganges, sobre la Trinidad y la experiencia religiosa. No es un libro académico plagado de citas, sino nacido de un corazón lleno de amor y de una inteligencia muy luminosa, lo cual no es obstáculo para que sea profundísimo. Como toda su obra escrita.
La no-dualidad, que Raimon vivió en sus mismas fuentes vedantas no es una doctrina (conocimiento que no te hace cambiar), como no lo es el cristianismo (¿cuántos teólogos hay que viven muy lejos de toda espiritualidad? Han convertido el cristianismo en doctrina y ya caducada), sino que como el cristianismo es sabiduría (conocimiento transformador), no es un conocimiento representacional (que es el que “conocemos” en nuestra filosofía y teología), sino un conocimiento por identidad, o sea, Amor (agapé, no eros o filía meramente), como nos dice Juan de la Cruz: “Amada en el Amado transformada”.
Otra de las concepciones geniales de Raimon fue su visión cosmoteándrica (cosmos-theos-andros): La Realidad tiene una triple, o sea: no-dual (de nuevo la Trinidad, la no-dualidad, nunca tres matemático, sino expresión no-dual) dimensión que no es sino relación constitutiva: Cosmos – Dios – Hombre. No puede darse una sin la otra. No son tres seres, sino una triple relación del Ser y del No-Ser, como la cara y la cruz no son dos monedas, sino una sola en mutua relación constitutiva por la que la cara es moneda pero no es cruz y viceversa.

Vivía hasta una edad muy avanzada, a partir de los 85 años, a caballo entre Tavertet y Benarés, seis meses de residencia en cada lugar. Esta expresión es más bien un formulismo, pues mientras estaba en Tavertet acudía con frecuencia a Barcelona, Madrid, Roma, París, Munich para intervenciones públicas o para visitar a amigos, y mientras estaba en Benarés visitaba toda India, sin omitir sus frecuentes visitas a California y Harvard y a EEUU en general.

Siempre estuvo muy preocupado por el lenguaje teológico que utilizamos aún en nuestros días. Más de una vez me incitó, sobre todo durante mi etapa de profesor en la Pontifica de Barcelona, a dedicarme a buscar una formulación del Misterio de Cristo en un lenguaje cristiano -apoyado en Cristo- y no cristológico -apoyado en una doctrina iniciada en Grecia- (sin despreciar el valor de lo cristológico, que lleva tras sí dos mil años de pensamiento).
Era austero en sus costumbres de vida. Me confesaba que en rarísimas ocasiones veía la televisión, o escuchaba la radio, no leía prensa, y sin embargo, estaba muy bien informado de lo que pasaba por el mundo (por sus múltiples amigos). Su comida era frugal, prácticamente vegetariano, salvo cuando comía con los amigos que se adaptaba a comer lo que ellos. Entre nosotros la comida solía ser paella con un buen tinto y crema catalana de postre. Bistecs o carne a la brasa nunca comía. Dormía poco, se quedaba hasta muy tarde por la noche estudiando, escribiendo... y por la mañana se levantaba pronto a meditar. Era normal que pasara de dos a tres horas diarias en silencio y en el Silencio, no medía el tiempo por el reloj que no usaba, “el tiempo somos nosotros, no pasa en nosotros” decía. Cuando aún tenía fuerzas suficientes, cada jueves por la mañana cogía unas frutas y se marchaba campo a través con un cayado. Regresaba al anochecer, ¡había hecho camino!

Así fue su paso entre los hombres, su paso en esta tierra: haciendo camino, siendo consciente de que nunca había abandonado la casa del Padre.

José A. Carmona

1 comentario:

luiyi dijo...

¡Cuánto me habría gustado compartir con vosotros algunos de esos ratos!
Gracias por contarlo.
Luis Vallecillo