miércoles, 5 de mayo de 2010

Acerca de la palabra "pecado" como culpa

¿Se puede seguir hablando de PECADO o CULPA (transgresión de la ley de Dios) en el lenguaje cristiano después de la Postmodernidad?

Sin dudas, es cierto que una de las mayores rémoras que tiene el cristianismo, sobre todo el catolicismo, ante el mundo actual, ante todo el mundo más avanzado en sus niveles de conciencia, es su inadaptación en la utilización de las palabras y en el uso de los valores, su doctrina, vestido para presentar la Fe, ha quedado anclada en el pasado, fundamentada en unas visiones del hombre y del mundo totalmente superadas, y ha dejado de servir, no atrae en absoluto al hombre postmoderno, no así la Fe. Por esta razón, posiblemente, la mayor parte de los fieles católicos procedan de países que en su cultura tienen una visión de la realidad más cerrada y atrasada, totalmente dualista y medieval.

En estas líneas, quizás largas y pesadas para muchos, no puedo referirme a ninguna otra confesión religiosa que no sea la católica-cristiana. Sencillamente no tengo los conocimientos suficientes como para poderlo hacer. Me limito, pues, al lenguaje cristiano. Y hemos de tener en cuenta que el lenguaje no es gratuito sino que es expresión de una visión determinada del mundo, tras una lengua está la interpretación mental de una realidad, una concepción determinada del cosmos (Dios, Hombre, Mundo), una cultura determinada. El lenguaje es parte constitutiva de lo humano.

Yo ya tengo 69 años. Todas las personas de mi edad, mayores y unos años menores, han recibido una cultura en la que la religión católica, impuesta y predicada por el Vaticano, en la que la idea de pecado como culpa a redimir (sobre todo el original) esta en la raíz misma de la constitución del hombre como criatura, ya nacemos con una culpa que ha de ser perdonada por el bautismo. De ahí se dedujo a lo largo de los siglos la doctrina de los “llamados Novísimos” en la teología de mediados del siglo pasado: muerte, juicio, cielo, infierno, sin excluir la crueldad que suponía la doctrina sobre el purgatorio y el limbo. Últimamente la doctrina oficial de la iglesia católica está cambiando en estos temas, hasta casi desaparecer.

No se puede negar en modo alguno el fundamento bíblico que tiene el pecado (otra cosa es la doctrina elaborada a partir de este fundamento y de otros, como el conocimiento, la cultura, la interpretación del mundo, la influencia de las culturas hebrea, griega y latina, de la preponderancia de la visión jurídica que se impuso en la iglesia cristiana con la incorporación al Imperio Romano al que de hecho llegó a sustituir como refugio de las masas...).

En el AT existen numerosos términos que describen esa realidad que Isaías (59,2)(en realidad el tercer bloque de libros proféticos escritos bajo el nombre de Isaías) describe como culpa que nos separa a los hombres de Dios, dichos términos son: pecado, delito, rebelión, transgresión, culpa... A veces el pecado es considerado en el AT como una mancha que impide al hombre acercarse al culto, o como el marrar o errar en el tiro, el olvido inconsciente (visiones en las que no aparece el sentido de culpa y a su vez muy distintas de la doctrina posterior sobre el pecado) y la transgresión o abominación, en la que están inmersos todos aquellos pueblos que no creen en Yahveh. La visión del pecado fue dando origen a toda una elaboración doctrinal sobre el mismo y a una casuística impresionante de la que nos habla exuberantemente el libro del Levítico sobre todo. El sometimiento a la Torah o Ley de Yahveh era la clave para discernir al buen judío, como al buen católico lo es el sometimiento a los mandamientos de la iglesia.
El hombre peca contra Dios, así reza el salmo muy conocido del Miserere, que es pieza primordial de los Laudes de los domingo desde Septuagésima hasta II de Pasión: “Contra ti solo pequé (tibi soli peccavi...). Dios se enfada por el pecado del hombre: Jeremías 7,20 “Mi ira y mi cólera se derraman sobre este lugar, sobre hombres y ganados...” porque se han ofrecido sacrificios a la diosa. Pese a ello, a veces se afirma que el pecado no hace daño a Dios, tampoco la virtud le sirve de nada, Job 35,6 “...si pecas ¿qué mal haces a Dios? … Si eres justo ¿qué le das a él?” (En los textos bíblicos si nos fijamos en los versículos aislados unos de otros, podemos encontrar muchas contradicciones entre ellos).

El AT reconoce pecados individuales y colectivos, reconoce una solidaridad de grupo tanto para lo malo (salmo 106 ¦105: celebrate dominum¦, aunque la traducción hecha bajo el mandato de Pío XII disimule la expresión, salmo que forma parte de la liturgia de las horas) como para lo bueno. Daniel hace una confesión pública del pecado colectivo de Israel (Dan 9,4...).

El origen del pecado está, para el AT, en una desobediencia inicial de los primeros hombres (Adán y Eva). Antes de la aparición de la alianza con Abrahán el pecado se extiende por toda la tierra hasta el punto de que Dios se arrepintió de haber creado al hombre (Gen 6,6-7) y decidió exterminarlo con el diluvio, mas un hombre, Noé, como después otro Abram-Abrahán, y finalmente otro, Jesús, salvará la humanidad. Se trata de la solidaridad para el bien, algo que ya aparece en el AT.

También en el AT se sitúa a la monarquía sobre la base del pecado (Ez,16). Cuando los israelitas pidieron a Samuel que les nombrara un rey que les gobernara, esto le disgustó, y cuando fue a hablar con Yahveh sobre la petición de los israelitas, Yahveh le contestó: “Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, si no a mí; no me quieren por rey... Desde el día en que los saqué de Egipto me abandonan para servir a otros dioses (1 Sam 8,6-7)”. En su origen la monarquía es interpretada como un abandono de Yahveh

Dios perdona los pecados para que manifestarse justo en su sentencia, recto en su juicio (Sal 51 o 50, 6), pero exige del hombre arrepentimiento y cambio de conducta (Sal 99, 8). Si no hay cambio de conducta el Señor es vengador de las maldades del hombre. Quiero recalcar aquí la tremenda diferencia entre este texto del salmo y la parábola del Hijo pródigo. Jesús ni viene a vengar, ni a culpar, ni a ¿redimir?. Simplemente ama.

En el NT aparecen ante todo los recomendaciones de Jesús para el cambio de vida (metanoia) para preparar el Reino de Dios que ya está “entre y dentro (inter et intra)” de nosotros, de ello ya habla el Bautista pidiendo que se preparen los caminos del Señor, que oriente el cambio hacia el amor, hacia el compartir lo que se tiene (Lc 3, 4-14). Para Jesús pecado no es transgredir una norma, sino la maldad que sale del corazón del hombre (Mc 7,14-23) y sobre todo lo es el escandalizar a los humildes (Lc 17,1-4 y par.). El perdón del pecado por parte de Dios es total y sin límites (Mt 18,21-22 y par.), pero el Padre no perdona si el hombre no perdona a sus semejantes (Mt 6,14-15). El perdón se muestra, sobre todo, en el amor a los enemigos (Lc 23,24 y par.).

La palabra “pecador” aparece en el NT con frecuencia como sinónimo de gente marginada y de baja estofa con los que Jesús se relaciona, así hablan constantemente los fariseos (Mt 9,10-13 y par.), quienes le llamaron “comilón y borracho” (Lc 7,34). Jesús explica su actitud con parábolas (La oveja perdida, el hijo pródigo, el dracma perdido). Es de notar que en estos textos neotestamentarios no aparece el concepto de pecado como una infracción de una Ley, sino como una ruptura del amor.

Pero en Juan es aún más clara esta visión.
En Juan, fuera quien fuera el autor (o quienes fueran los autores) del cuarto evangelio y de las cartas de Juan y del Apocalipsis, el pecado es la opción contra la Luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,5; 1,9; 3,19; 9,40...) y la Luz es la Vida a la que se oponen las tinieblas y la muerte (Jn 1,4; 3,19; 1Jn 5,16). Toda injusticia es pecado, pero “no siempre acarrea la muerte” dice Juan en su primera carta. Y la injusticia se opone a la vida y al amor, es el máximo fruto del egoísmo (del ego frente al yo), y el yo es simplemente amor sin exclusiones. Amar a sus hermanos es vivir en la luz (Jn 2,10). En la primera carta de Juan se afirma también que Jesús es el que expía los pecados del mundo (2,1-2), además de afirmar en diversas partes de la misma que lo que distingue al cristiano es el amor sin exclusiones (2,3; 4,8; 1,7; 5,2...) el amor es el único mandamiento de Dios (2,3... y passim). Cuando se ama al prójimo con las obras se cuenta con la benevolencia de Dios (Jn 3, 16-21). El amor entierra los pecados nos dice la primera carta de Pedro (4,8).

Para Pablo el pecado es ante todo una potencia maléfica, el mal, que entra en el mundo con el pecado de Adán y causa la muerte de los hombres (Rom 5,12; 6,23; Ef 2,1...). La Ley sirvió para que todos tomaran conciencia de que estaban bajo el dominio del pecado (Rom 3,20; Gal 3,19). La fuerza del pecado está en la Ley, por ello hay que morir a la Ley para morir al pecado (Rom 7,4) y esta muerte sólo es posible por la acción del espíritu, por la Fe (Rom 8,2).

Nos baste para este escrito esta sucinta síntesis de las visiones que en la Biblia aparecen del pecado. En el NT no aparece el pecado como culpa, al menos en su núcleo más denso de narraciones de experiencias espirituales. Pero no podemos olvidar las tendencias tan diversas que se dan entre los primeros seguidores de Jesús.

Y a la hora de hablar de la Biblia y del NT, como de cualquier otro texto en el que se funde una institución religiosa, se han de tener en cuenta muchos elementos: El asunto de la inspiración de la Biblia, la aportación del hagiógrafo, la influencia de su cultura y de su contexto social... la lengua usada, las traducciones... la elaboración de la estructura de los textos... la misma interpretación de lo que es inspiración a la luz de la evolución de la misma conciencia humana... los textos conservados, que no son los originales...

También hemos de tener en cuenta que la mayoría de las verdades de fe de la iglesia son sencillamente antiguos mitos cristianos, expresados ¡hoy! tal como se hizo hace muchos siglos (nihil innovetur, “coger el rábano por las hojas”), entre ellos: el pecado original ¡¡¡cometido!!! en el Edén, el nacimiento virginal de Jesús, su Ascensión a los cielos y también su Encarnación y Resurrección, pilares de nuestra fe. Los mitos tienen una doble dimensión, la externa o exotérica y la interna o esotérica. La interna es de una validez imperecedera, no así la externa, o manifestación del mito que se “con-forma” (toma forma de...) con la cultura, sobre todo la lengua, y sociedad vigente en un tiempo determinado, en este sentido son relatos que han de ir cambiando con las diferentes formas culturales para que el núcleo permanezca (algo similar a lo que sucede con el cuerpo humano que a los 40 años no puede ser el mismo en cuanto a su constitución de células, glóbulos, materia ósea, neuronas, tamaño, desarrollo,... que el que era a los 2 meses de edad, para que la persona siga siendo la misma. De no ser así tendríamos a un monstruo, no a un ser humano). En su sentido interno los mitos son la Realidad profunda que nos conecta a todos con Todo, en su sentido externo puras representaciones figuradas de esa Realidad que se experimenta, la mayoría de las veces vagamente. El cuerpo ha evolucionado, la persona sigue siendo la misma, y no podemos presentar el Misterio con el ropaje de la conciencia mágico-mítica que es la que mantiene la jerarquía y sus incondicionales.

No podemos olvidar nunca que los evangelios ni son libros históricos en el sentido estricto, como se interpretaba hace algunas décadas (en España en los años 50-60), ni lo que conocemos del Jesús histórico es mucho, sino casi nada. Que estos libros fueron escritos por cristianos y para cristianos que ya veneraban a Jesús como el Mesías, el Señor, no para los no cristianos (son libros escritos por adeptos para adeptos, lo cual no quiere decir que sean inútiles, ni hipócritas, pero que por sí mismo están enfocados a la exaltación del personaje) y que lo que expresan es la visión de fe que los mismos cristianos tenían, y esa visión de fe está totalmente marcada por la cultura y sociedad en la que vivían los primeros que aceptaron a Jesús. Por ello, se han de leer con mucha cautela y sobre todo no se pueden coger versículos o narraciones aislados/as para demostrar nada, (más abajo pongo un ejemplo de ello) como se ha venido y se viene haciendo constantemente en la teología católica, y no digamos en el lenguaje utilizado en las homilías. Sólo el sentido global del NT, a mi juicio y de muchos que son doctos, expresa un verdadero contenido que es “inspirado”, o sea, fundado en la profundidad del hombre-dios (no sólo del Hombre-Dios), en las experiencias místicas (no quiero entretenerme en las distintas acepciones que se dan de la inspiración bíblica, algo discutido incluso dentro de la más ortodoxa teología). De ahí que coger textos aislados para demostrar algo sobre el concepto o existencia del pecado sea realmente una actitud que intelectualmente no pueda ser tenida en cuenta, por mucho que a los que viven en la conciencia mítica o agraria les pueda parecer muy convincente.

Además, es importante contar con algunos factores sobre la elaboración de los textos del NT. Pasados los primeros años después de la muerte de Jesús, empezaron a circular notas escritas con palabras y hechos referentes al Maestro, pero escritos que expresaban la fe de los grupos que se habían adherido a sus discípulos, eran confesiones de fe en Jesús (Documentos Q, Kérigma paleocristiano). Fueron las fórmulas preexistentes a los primeros escritos canónicos del NT (Gálatas, 1 Corintios...). Estos empezaron pasados los veinte años de la muerte de Jesús, por tanto más que unos escritos históricos, había pasado ya mucho tiempo para relatar con exactitud (algo por otra parte que no importaba nada en aquella época), son sencillas confesiones de fe de las distintas comunidades ya formadas, comunidades que tenían su propia cultura, su ambiente social, sus propios problemas, sus visiones del mundo, su concepto de Dios, y se habían forjado una imagen de Jesús... Esto explica el galimatías intrincado que forman los textos neotestamentarios. Expongo aquí un esquema que presenta Grabulosa en su libro sobre Jesús de Nazaret.

Desde los años 30 hasta los 50 de nuestra era la conciencia de los seguidores de Jesús (y también del mismo Jesús (Mt 24,34... todo el capítulo y par. y Pablo) está centrada en que el Reino está aquí y ahora en el mundo: Es el momento final: el Eskhaton. Aquí podríamos situar el evangelio de Marcos.
Con el paso de los años del 50-70 aparece varias tendencias en el interpretación del Reino, que se pueden ¿resumir? en dos principales: A) La liderada por la iglesia de Jerusalén con Santiago a la cabeza y los judaizantes que piden una liberación político-social de su pueblo. Interpretación que está muy vinculada a la visión del pueblo judío y que queda expresada en el Evangelio de Mateo. Se trata de una visión cerrada del Reino. B) La propugnada por los helenistas que piensan que el mundo nuevo del Reino será la Vida Eterna y que realizarán en otro mundo. Dentro de esta corriente están los escritos paulinos. Es una visión abierta del Reino.
A partir de los años 70 comienza a aparecer la rama más judaizante: la iglesia jerárquica, enfrentada al imperio romano.
Por otra banda aparecen los movimientos gnósticos y el misticismo. Los escritos joánicos se inclinan por esta opción sin ser realmente gnósticos, pues basa el Reino en el Amor.
Y Lucas busca una síntesis pacífica entre ambas tendencias en los dos libros que llevan su nombre.

Quiero destacar las múltiples posibilidades de enfocar lo cristiano poniendo el ejemplo de dos frases totalmente opuestas, contrarias:

1ª._ Mateo 5,17... “¡No penséis que he venido a derogar la Ley o los Profetas... sino a dar cumplimiento...”
2ª_ Pablo. Rom 7,4 ...”Pues, hermanos míos, en el cuerpo del Mesías os hicieron morir a la Ley...”

Luego la teología oficial de la institución intenta recomponer y reajustar las palabras y textos para que las contradicciones no aparezcan como tales. Y no ya las palabras aisladas de unos textos, sino todo el espíritu que rezuman los diversos escritos neotestamentarios.

Recojo este esquema para poder aportar en este escrito algo de lo pudo haber sucedido en todos aquellos primeros años de los comienzos del cristianismo en los que el analfabetismo era moneda de curso legal. En el decurso de aquellos primeros momentos ya aparece claro que el seguimiento de Jesús tiene múltiples formas válidas. Pasadas unas decenas de años, se irá construyendo una línea doctrinal y legal, línea que responderá a intereses de todo tipo y que desembocará en la institución que hoy llamamos católica, sin olvidarnos de que el Espíritu en acción también es historia de los hombres, pero no sólo de algunos (“los elegidos””los llamados” palabras de claro sentido fascistoide) sino de todos los hombres. Y en esta línea doctrinal-legal aparece la palabra pecado (peccatum) para significar: “comisión” de una ofensa a Dios, transgresión de la ley de Dios. Es cierto que nunca se olvidó del todo que pecado es ante todo un desviarse del camino, un acto de la vida que no está de acuerdo con una línea moral (cristiana) consensuada, pero igualmente lo es que cada vez más, y ya en el siglo III aparece con toda claridad se fue cargando más y más de un sentido jurídico de culpa que exige un juez y un castigo, si no hay arrepentimiento. Esta idea de culpa es la que aparece en las instituciones tardías del AT como hemos visto (transgresión de la Ley) y cuya influencia aparece bastante clara en la judaización que sufre el cristianismo a partir del siglo I.

Ya en los siglos XVIII y XIX con la aparición moralizante y apologética de unos movimientos eclesiásticos, cuyos exponentes son, entre otros, Alfonso Mª de Ligorio, Antonio Mª Claret y los claretianos, Luis Mª Griñón de Monfort, con el epítome del concilio Vaticano I... la moral casuística católica navegó por rumbos tremendamente legalistas e inculpatorios por lo que todo católico creció en un infantilismo exacerbante, con una conciencia patológica de culpa, olvidando dónde estaba la verdadera desviación de su identidad humana, dejándolo todo en manos de la jerarquía varonil-machista, “elegida por Dios” para marcar los caminos. Y en este ambiente se llegó más o menos dentro del mundo endogámico católico hasta el movimiento liberador del Vaticano II. Todo lo que fue sucediendo en el mundo de los humanos (Modernidad, Postmodernidad) fue ignorado, cuando no condenado sistemáticamente por la endogamia vaticana.

Roger Lenaers, un teólogo jesuita jubilado que atiende su parroquia en los Alpes (creo que aún vive en esta tierra), ha publicado un libro llamado en la traducción española: “Otro cristianismo es posible”. En él pretende hacer una relectura de las formulaciones de todos los dogmas del cristianismo a partir de los parámetros culturales de la Modernidad. Es muy interesante, incita muy seriamente a un replanteamiento de todas las formulaciones de la Fe cristiana, pero se queda un poco corto, a mi juicio, pues después de la Modernidad el cristianismo, y toda formulación de pensamiento ha sido interpelado/a por la Postmodernidad que se pregunta por el origen cultural de todo pensamiento, y cuestiona todo pensar metafísico u ontológico. Lenaers en cuyo libro se expresa el malestar de un número cada vez mayor de creyentes que sienten que las cosas no pueden ser como a ellos les enseñaron, trata de dar una respuesta honesta a esta problemática. El pensamiento de la Modernidad ha aparcado definitivamente todo pensamiento heteronómico, y la Postmodernidad ha aparcado todo pensamiento dual, como trataremos de ver más adelante. La elite del pensamiento mundial, que es la locomotora que arrastra el tren de los vagones, de los cambios culturales y sociales, está en el borde de un cambio de nivel de conciencia, el nivel transpersonal. Y la conciencia de este nivel percibe que la heteronomía es una visión totalmente mítica y agraria (propia del Neolítico, cuando el hombre aprendía a arar la tierra) de la Realidad, totalmente inadecuada para el hombre evolucionado, sería como empeñarnos en seguir comunicándonos ahora con señales de humo. Lenaers propone una reflexión sobre la teonomía-autonomía: Dios no es un Tú que está fuera, sino el yo más auténtico de mi propio Yo (algo hacia lo que apuntaba ya Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, algo que viven todos los místicos de toda cultura). Y en esta dimensión, la misma realidad expresada con la palabra “pecado” en el lenguaje mítico ha de ser reinterpretada desde el lenguaje de la teonomía-autonomía, para ello se ha de ir al origen de la palabra, descubrir su núcleo y expresarlo de forma inteligible para el pensamiento actual, dejar el sentido de culpa frente a una ley que ha impuesto un Ser todopoderoso y expresarlo en el lenguaje de la autenticidad, de la ausencia de una ontología del ser. Evidentemente no podemos describirlo, menos aún definirlo, como una ofensa a un Dios que establece unas normas, cuando a ese Dios no lo podemos situar como una Realidad externa al Mundo ni a nosotros que somos Mundo.

Quiero recordar en estos momentos que el contenido esotérico de la palabra “perdón o reconciliación” tiene tanto valor como el mismo contenido de la palabra “pecado o falta”. Diríamos que es un retomar el sendero, hablando metafóricamente, sendero que nunca podemos abandonar, un ahondar en la conciencia de nuestra profunda y verdadera identidad, un caer en la cuenta de que todos somos no-dos, un salirse del tiempo y de la dualidad. Un sentir que somos Cristo y que el Padre y nosotros somos NO-DOS.

Puede haber alguna persona que al leer lo que antecede pueda pensar que yo no me confieso cristiano, o que no lo soy. Está en todo su derecho, (aunque ¿con qué autoridad me pueden juzgar?) pero yo me siento y me confieso cristiano, y es más, estudioso serio de la filosofía-teología cristiana, y no solamente de la llamada cristiana. No pretendo convencer a nadie, ¡qué estupidez!, pero si alguien quisiera conocer algo de por qué me siento cristiano, puede leer en este mismo blog un artículo en el que hice pública confesión de mi Fe (hoy más experiencia que mera creencia) cristiana. Dicho artículo se titula: Identidad cristiana. Por descontado que yo he sido educado en una concepción totalmente heterónoma y dualista del Mundo (con mayúsculas) y mi evolución hacia la teonomía-autonomía y hacia la visión no-dual no ha sido nada fácil, ni rápida, pero continúa su desarrollo con todo el riesgo, y por ende con todos los errores y desviaciones (no culpas), que supone la experiencia de FE.

Con la finalidad de no alargar en exceso este escrito, me haría muy pesado, lo divido en dos partes. Concluyo aquí la primera. La segunda tratará de una exposición de la Modernidad y Postmodernidad y del encaje en esta Visión del pecado como acto contra la Ley de Dios (o de la Iglesia).

José A. Carmona

1 comentario:

luiyi dijo...

He sentido, al leer éste tu artículo, el placer de saborear la sabiduría humana que -libre de una ortodoxia manía- busca la verdad despojándola de adornos y vestimentas.
Espero la segunda parte, José Antonio.
Luiyi