martes, 9 de diciembre de 2008

Mística y lenguaje cristiano

Mística y lenguaje cristiano

Nota: mi cultura es cristiana, fui educado en colegios católicos, estudié en un seminario católico en mi juventud, mis títulos en filosofía y teología son de universidades católicas. Mis años de enseñanza discurrieron por diversos caminos, enseñé materias totalmente asépticas y otras filosóficas y teológicas (¡cuando yo aún pensaba que no eran lo mismo una que otra, y pensaba que una era la sirvienta de la otra!)de carácter religioso desde el punto de vista de una rebelión contra el catolicismo y una fidelidad al Nuevo Testamento. En los últimos años, ya jubilado de la enseñanza, me he dedicado a profundizar en el conocimiento de la mística no cristiana, de la budista, taoísta, sufista... y empiezo a vislumbrar la maravilla de su tremenda riqueza. Pero, lo que voy a exponer en este artículo estará lleno de una visión cristiana más que de ninguna otra.

MÍSTICA

Hubo un tiempo, en el que se consideró que la mística era una parte de los estudios de la teología cristiana, por no decir de la teología oficial de la iglesia católica, época en la que se integró también dentro del campo de la teología, la apologética y en la que se pretendió, para no ser menos, equiparar la teología con las ciencias empíricas materiales. Todo esto ha pasado al cúmulo de desaciertos cometidos a lo largo de más de veinte siglos de historia.

Ni la mística nace con el cristianismo, ni mucho menos con el catolicismo, ni es una parte de una teología parcial, que parte de una cosmovisión particular y que está enraizada en la cultura abrahámica.

Ha habido excelentes místicos en todas las cosmovisiones, en todas las culturas, en todas las sociedades y religiones (o no religiones) humanas. Por citar sólo algunos de los más conocidos; de la época axial: Lao Tzu, Buda, Sócrates, Platón, Anaxímenes, Parménides, Jesús de Nazaret (elevado a la identidad con lo Divino por los que nos confesamos cristianos), Pablo de Tarso, Juan, Plotino, Pitágoras... ;en la época actual; Teresa de Calcuta, Krishnamurti, Wilber, Aurobindo, Gandhi, Pere Casaldáliga...quizás también Raimon Panikkar, Mandela...; sin olvidar a Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Mester Eckhart, Rumi... Es interesante anotar cómo nuestra cultura patriarcal nos hace recordar muchos más varones que mujeres... Habría que añadir a los citados, Catalina de Siena, Isabel de la Trinidad, Juliana de Norwich, Teresa de Lisieux, Hildegarda,...y María la madre de Jesús.

Y ¿Qué tienen en común estas personas que los une más allá de sus propias cosmovisiones y sus propias convicciones íntimas? La experiencia integral de la Vida. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia. El hombre es por esencia un místico. El hombre es ante todo un espíritu encarnado, mucho antes que un animal racional, como se pretende desde Aristóteles. El hombre es cuerpo, anima y espíritu (pneuma), y en nuestra cultura occidental lo hemos castrado dejándolo sin espíritu. La diferencia específica del hombre no es la racionalidad, como nos han hecho ver durante siglos, sino la capacidad de lo Absoluto, es conciencia consciente de sí misma (Theilard) y como tal abierta a toda conciencia, a la Conciencia, abierta a Dios (con todo lo que pueda caber en esta palabra, que a su vez es inapropiada). La mística es una dimensión antropológica, como lo es la vida.

Por descontado que hay muchísimos autores que no opinan lo mismo que digo en este escrito, que la mística en modo alguno se puede entender como la experiencia integral de la vida, que la mística conlleva una absorción del hombre (ya sabemos que la palabra hombre abarca a todo el género humano) por lo Divino llegando a la unión total, según unos, o a la identidad, según otros.
Pero, ¿Acaso la Vida, no nuestra vida, menos aún, mi vida temporal y contingente, no es eso, lo Divino? “Yo he venido, dice Jesús, para que tengan Vida (eterna)” “Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos”. La identidad con lo Divino se da por la comunión (no participación o emanación) en la Vida Eterna. Esta experiencia de la comunión de Vida con Dios es la que hace exclamar a Teresa: “Quien a Dios tiene nada le falta”.

Pues bien, hemos tratado de describir (con una inexactitud enorme, pues lo apofático no puede ser explicado, ni tampoco descrito, salvo en un lenguaje oximorónico en el que se afirma a la vez que se niega) la mística como “Una experiencia integral de la Vida”. Esta experiencia no es algo especial, que vaya aparte de lo normal, sino que es tan natural como el propio ser humano. La mística no es una especialización, sino una verdadera dimensión antropológica, como he dicho antes. La vida humana es una invariante del género humano, vida humana: zoê, no bíos. Por ello la mística es la meta de toda la especie. Todos estamos abocados a vivir nuestras vidas y a descubrir en ella la Vida de la que son manifestaciones particulares, y sin la cual son nada.
En el pasado siglo, el XX, brilló una mente extraordinaria (entre otras muchas, algunas menos conocidas), Sigmund Freud. Este gran pensador no vio en la mística más que un fenómeno psicológico de evasión, y asimiló, junto con otros psiquiatras contemporáneos, la mística a lo primitivo y ajeno a lo mundano. Grandes pensadores posteriores deshicieron por completo esta visión de Freud, reivindicando la verdadera función de la mística en la vida humana y en la evolución de la conciencia. Permítanme un pequeño excursus sobre el padre del psicoanálisis: él, como he dicho, fue una mente prodigiosa, pero se quedó en eso, en una mente. Eliminó totalmente de sí mismo el ojo contemplativo, el oculus fidei del que hablan ya los victorinos, San Buenaventura y que propugna el mismo Tomás de Aquino al afirmar: “Crede tu intelligas”, el tercer ojo del que hablan muchas tradiciones orientales, y que últimamente está siendo reivindicado por una enorme cantidad de grandes pensadores actuales, encabezados por Ken Wilber, quien ha escrito: “Los tres ojos del conocimiento”. A éste podríamos añadir otros muchos nombres, tales como: R. Panikkar, A.Huxley, E. Underhill, H. Berson, M. Eliade, M. Blondel, L.Lévy Bruhl y todos los pensadores actuales budistas e hinduistas desde Aurobindo hasta Krishnamurti. Como dice Wilber, que sigue en parte a Gebser, los estadios de la conciencia son muchos, comienzan por el sensorio-físico y terminan en el no-dual, y Freud se quedó en el segundo escalón de la evolución, en el estadio urobórico o todo lo más el tifónico, negándose a reconocer niveles superiores de conciencia como el sutil, el causal o no-dual (niveles místicos), a los que reducía a los estadios inferiores de la infancia. Y en occidente muchísimos trabajadores de la mente han seguido acríticamente los postulados freudianos como dogmas absolutos, también se autocastraron, negándose a abrir el tercer ojo. Se sustituyeron los dogmas de la iglesia católica por los marxistas y freudianos y ¡todos tan contentos! Sólo nos habíamos lavado la cara no habíamos cambiado el corazón, ni habíamos abierto nuestra dimensión interior, la superación de cualquier dogma es un paso adelante en la evolución de la conciencia, es acercarnos a un estadio superior. Mas, es de justicia reconocer el bien tan enorme que Freud hizo a la humanidad descubriendo el inconsciente, lo malo es que ese bien lo compensó con un mal enorme, negar que existieran estadios superiores de conciencia, negar que existiera el tercer ojo. Ya su discípulo Jung, otra gran mente y más abierta, se apartó radicalmente de él y para siempre.

Experiencia integral de la Vida.
La experiencia es previa a cualquier conceptualización, a cualquier interpretación, a cualquier intervención de la mente. La experiencia no es más que la aprensión directa e inmediata de la Realidad, o de la Vida (Realidad, Vida, Misterio, Divino en lo más profundo de su Ser son realmente sinónimos) y en la aprehensión inmediata y directa no hay intermediario que nos pueda inducir a error. Aquello que se ve en el microscopio, lo que se oye en el concierto, lo que saboreamos al catar... antes de cualquier interpretación no pueden ser errores, es meramente la comunión con la Totalidad, y lo mismo sucede con nuestra experiencia interior. Experimentamos la Vida, no nuestra vida, no mi vida ni biológica, ni humana, ni intelectual, ni sensitiva, sino la Vida de la cual mi vida no es sino una manifestación parcial y contingente, esparcida en el espacio y en el tiempo, que tiene duración y a través de ella experimento la Vida, que no está en el espacio ni en el tiempo, que no tiene duración, porque es eterna y ser eterna es no-durar, es no ser tiempo. ¡Qué error tan mayúsculo nos hacían confesar, cada vez que profesábamos el Credo, cuando decíamos: ...la vida perdurable...! la vida perdurable no es eterna, sino temporal, posteriormente se corrigió este inmenso disparate. Mas, es aquí en el tiempo cuando tenemos que perforar esa cáscara de temporalidad de nuestra vida y experimentar la almendra que está dentro, la Vida que no dura, sino que es. A esto R. Panikkar lo llama tempiternidad.

Esta experiencia, como toda verdadera experiencia es totalmente apofática. Entre los místicos cristianos destaco a dos por su gran apofatismo: El PseudoDionisio y el M. Eckhart (condenado como hereje por Juan XXII, ¡muy curioso! Uno de los papas más corruptos del Medievo condenando a uno de los más grandes místicos del cristianismo, si no el más grande. Me recuerda algo a lo que pasó con Jesús de Nazaret, el más grande místico de la Historia y para los cristianos: Dios, condenado como blasfemo por la legítimas autoridades religiosas de su pueblo). Es una experiencia inenarrable. Si no es imposible expresar con palabras la experiencia de un sabor sin recurrir a comparaciones, a semejanzas, a similitudes, a contrates, pero, siempre sin poder dar una nítida explicación de la experiencia misma... cómo vamos a poder explicar la experiencia de la Totalidad, del Misterio, experiencia que ni es sensible, ni intelectual, sino contemplativa. Y más en esta sociedad cuya cultura del racionalismo ha eliminado por decreto la existencia de la misma acción contemplativa, reduciéndola a evasiones hacia el mundo infantil, o a sentimiento oceánico. No se puede hacer otra cosa que lo que dicen los budistas, señalar a la luna con el dedo, o sea, utilizar palabras que puedan señalar a la misma experiencia, no para que el que quiere aprender se fije en las palabras (en nuestro dedo, pues no vería la luna) sino en la luna. O sea, que ponga en práctica aquello que se señala para poder experimentar por sí mismo esa Plenitud.

El gran maestro de nuestra mística, Juan de la Cruz, tiene un poema maravilloso, como todos sus poemas (todos los poetas son místicos, al menos cuando escriben verdadera poesía), sobre el apofatismo de la experiencia mística, no me resisto a no escribir algunas de sus estrofas.


Coplas hechas ante un éxtasis de harta contemplación

Entréme donde no supe,
Quedéme no sabiendo
Toda sciencia trascendiendo
Yo no supe dónde entraba,
Pero, cuando allí me vi,
Sin saber dónde me estaba,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Que me quedé no sabiendo,
Toda ciencia transcendiendo
...

Estaba tan embebido,
Tan absorto y ajenado,
Que se quedó mi sentido
De todo sentir privado,
Y el espíritu dotado
De un entender no entendiendo,
Toda sciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero,
De sí mismo desfallece;
Cuanto sabía primero,
Mucho baxo le paresce;
Y su sciencia tanto cresce,
Que se queda no sabiendo,
Toda sciencia trascendiendo.


Integral, experiencia integral de la Vida. Esta experiencia integral es la experiencia del Misterio, es la conciencia de que se está experimentado algo que va más allá del pensamiento y por tanto no se puede pensar. Es una experiencia del cuerpo, de la mente y del espíritu. Los tres perciben el Misterio, y no se trata de una triple percepción, sino de una percepción, que siendo una, no es una, ni dos, ni tres, sino Trinitaria, esto es, relacional. Una experiencia de la contingencia humana que toca todas las dimensiones antropológicas, de que somos sostenidos por... la Vida, de que la vida que tenemos no es nuestra y por tanto, también es experiencia de la misma muerte, no de su angustia, de su realidad de manifestación de la contingencia de nuestra vida. Confundir la muerte con la no-vida es algo totalmente normal en nuestro racionalismo (no para la razón) que se ha hecho necesariamente bidimensional, pero en la intuición mística que es tempiterna, que se realiza en el tiempo, pero entra en lo eterno, en la no-duración, en la no-dualidad, vemos que la muerte se opone a la vida, ciertamente, pero no es su contrario, no es no-vida, más bien es no-tiempo, por eso en la misma experiencia de la Vida se incluye de alguna manera la experiencia de la muerte, de la muerte del ego, de los apetitos... (la noche obscura de Juan de la Cruz), incluso del no-tiempo en el que queda prendido el místico.

Es la vivencia completa, tanto del cuerpo que se siente vivir, que siente placer y dolor...del alma con sus intuiciones, sus verdades y errores... y del espíritu que vibra con el amor y el rechazo. La experiencia integral es la armonía de estas tres, la conjunción armónica (ritmo y proporción) de esas tres en un solo ser, antes de cualquier conceptualización. Y como la condición humana nos acompaña siempre la experiencia de la Vida es a la vez corporal, anímica y espiritual. No son tres vivencias sino una sola experiencia que lo abarca todo, lo corporal, lo intelectual y lo espiritual.

Y es de la Vida, no de mi vida, ni de nuestras vidas, ni de mi temporalidad, ni mi pasado, ni mi futuro, sino de esa Vida que ES. Y ES antes de que yo, como sujeto separado, fuera, y ES cuando yo, como sujeto separado, deje de ser en el tiempo. Y solamente ES. No dura, no será, no nos espera al final de esta vida, porque ya Es en esta vida. No está en el tiempo, pero se manifiesta en él. Esa Vida que es Misterio, algo no sólo incomprensible para la mente y la inteligencia racional, porque la trasciende, sino algo en lo que, quizás sin saberlo, nos está sosteniendo, algo en la que vivimos y somos. “En Cristo, pues, vivimos, nos movemos y somos” nos dice Pablo. Es experiencia de esa Realidad, del Ser, de Cristo que nos inunda de tal modo que Agustín puede afirmar de este Misterio que es “intimior intimo meo” (es mi centro mucho más que mi propio centro personal). Esta experiencia de la Vida es experiencia del dador de la Vida, pues la vida que tenemos no es sino don y gracia del Dador de esa Vida, nos dice Justino en el siglo II

LENGUAJE CRISTIANO

Ya hemos apuntado anteriormente que esta experiencia todo y ser apofática y transracional tiene un lenguaje, un lenguaje oximorónico, en el que se afirma y niega a la vez, un lenguaje que da instrucciones, que simplemente señala, no explica. Un lenguaje que no habla, ni puede hablar de la misma experiencia mística Y todo lenguaje tiene un centro, está focalizado hacia un punto, ese centro en el hinduismo es lo divino; en el budismo, el hombre; en la secularidad, el mundo; en el cristianismo, Jesucristo.

El lenguaje místico parte esencialmente del silencio que responde a una pregunta, sea interior o exterior (como en el budismo), y de ese silencio nace una palabra que es fundamentalmente simbólica, o sea, que es y no es la cosa que se simboliza (antes se ha dicho que simplemente señala). Podríamos decir que es la vestimenta de la cosa, pero la vestimenta no es el cuerpo, no es la cosa. Ésta se reviste de palabra, porque de otra manera sería totalmente invisible. La palabra viene de un silencio, que es la experiencia, y crea un silencio (entre símbolo, simbolizante y simbolizado) en el que la cosa puede manifestarse, pero la vestidura, la palabra simbólica, aunque nos acercan a la experiencia, no es la experiencia. Ésta se ha de realizar en nosotros.

La mística usa el lenguaje como símbolo que apunta simbólicamente lo que sólo el iniciado capta, de ahí que los no iniciados racionalistas nieguen la existencia válida de tales experiencias, e incluso de forma siempre indirecta, pues se trata de lo inefable. “El místico sabe que lo único que no se puede decir es lo único que vale la pena balbucear para entrar y salir de la terra incógnita de la Realidad.” dice Panikkar.

El místico para expresar su propia experiencia ha de utilizar el lenguaje. Éste es una invariante primordial del hombre, y el lenguaje como perfectamente desarrolla la posmodernidad es contextual, está inmerso en una cultura. A toda experiencia humana hay un cultura que le sirve de marco, y esa cultura tiene un vehículo primordial para expresarse, la lengua. De ahí que dependiendo de la cultura la experiencia mística haya sido expresada con distintas lenguas. En el cristianismo se expresa con el lenguaje cristiano.

Mas, el lenguaje cristiano tiene la pretensión de exclusividad, en otras palabras, afirma que la mística cristiana es la verdadera, excluyendo al resto. Hay una sola mística verdadera: la cristiana. Esta pretensión de posesión exclusiva de lo verdadero muestra, como dicen los estudiosos del tema, la dependencia de la cultura de la que surge. Se identifica la diferencia específica (definición es la unión del género con la diferencia específica) de la mística cristiana con la esencia de la mística, con lo verdaderamente místico, identificación específica que pasa a ser verdad genérica, y como no puede haber dos verdades, tendríamos que mística cristiana = única mística, o verdadera mística. Este a priori de la visión cristiana no puede ser válido, puesto que no es reconocido como tal por las otras culturas. Sin embargo, no podemos olvidar que el cristianismo se autocomprende como “católico” (universal). Es el gran mito del cristianismo, pese que hasta un autor, nada sospechoso de heterodoxia, como Tomás de Aquino llegara a afirmar: “Omne verum a quocumque dicatur. A Spiritu Sancto est”. Y más aún, Jesús contestó con el silencio a la pregunta de Pilatos sobre la verdad (Jn.18,38).

Esta pretensión de universalidad se la empieza a plantear el mismo cristianismo de forma más crítica, pero se ve sustituido (el cristianismo como cultura) por la pretensión de universalidad de la cultura tecno-científica-occidental. ¿No se consideran valores universales (verdaderos mitos) el Desarrollo (tecnológico), la Democracia, la Ciencia? ¿Y como tales son también aceptados por diversos pueblos?No se malinterprete lo que se dice aquí. Esto valores son eso, valores, pero también tienen muchas cosas negativas y destructivas y no tiene por qué sustituir los de otras culturas.

Cada uno responderá de forma personal (más crítica, o menos crítica) a la pretensión de exclusividad de la mística cristiana, unos afirmativa, otros negativamente. Mi intención es plantear el problema existente aún.

El lenguaje de la mística cristiana podría recapitularse en una sola palabra, que es una persona, pero se plantea ahora como símbolo: Jesucristo. Ni sólo Jesús, ni tampoco sólo Cristo. Se trata de la experiencia de esta figura histórica y transhistórica, Dios y Hombre en unidad a-dual.

Mas, de Jesucristo podemos tomar también tres hechos básicos en su historia y transhistoria, que la mística toma no tanto como hechos sino como símbolos. La
Encarnación, la Cruz y la Resurrección. Ellos constituyen el verdadero lenguaje cristiano.

ENCARNACIÓN

Sobre este primer símbolo del lenguaje cristiano dice el polifacético R, Panikkar: “La fons et origo totius divinitatis, la fuente y origen de toda la realidad (como podría interpretarse la expresión de varios concilios toledanos), en el mismo acto de engendrar a su icono (que unos llaman logos y otros Hijo, a la par que con otros nombres en otras tradiciones) el cosmos, se manifiesta en la historia y se encarna en un hombre que la tradición llama el segundo Adán (el Hombre primordial que era antes de Abraham), cuya función es la obra divina (opus creacionis) en el tiempo y en el espacio para la culminación de la aventura de la realidad (opus restaurationis) -que algunos llaman redención y otros prefieren llamar divinización, glorificación, o con otros muchos nombres.”

Nosotros los occidentales, desde que nuestra cultura quedó bajo la influencia (benéfica en muchas cosas) de la Ilustración con el pensamiento discursivo y posteriores corrientes racionales y racionalistas, hemos perdido totalmente el lenguaje simbólico (que es lenguaje de la realidad, no meramente figurativo como se pretende) y las grandes posibilidades que ofrece para el mayor conocimiento de la realidad. Por desgracia, nos hemos limitado al discurso racionalista con pretensiones de exclusividad. Nuestro pensar analítico (que es muy bueno) individualizado que ha impuesto el pensar conceptual nos ha atrofiado el pensar simbólico. No así sucede en otras culturas como la budista, hindú, taoísta...

En este pensar simbólico el hombre ve la realidad total en ese logos encarnado en el seno de María. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos...”, la comunión con el Hijo es comunión con la realidad. La Encarnación de Dios en el seno de María es “la revelación del misterio silente desde los tiempos eónicos” nos dice Pablo. Algo imposible de ver en el pensar conceptual.

La experiencia de Jesucristo en cada uno de nosotros nos hace imposible ser dualistas, como podemos constatar conociendo a los místicos, “Dios está en los pucheros”, pero, nuestra mente lo es, e incluso toda esa teología que en gran medida se difunde como doctrina cristiana por todas partes también lo es. Tan sólo la intuición contemplativa supera todo dualismo y todo monismo a la vez y se percata de que la realidad no es una, ni dos, sino no-dos. La contemplación de la Encarnación, no la mera reflexión sobre la misma (meditar no es reflexionar, sino dejarse llevar al centro de uno mismo, que no es sino el centro de la realidad, que es trinitaria: origen, originado, unión en el amor. Son no tres, ni dos, ni uno, sino relación. No uno, ni muchos, son no-dos).

La experiencia de la realidad de Jesucristo es la experiencia de que Dios es humano y el Hombre es divino, aunque en el tiempo el Hombre sea simul iustus et peccator, y haya de consumar su divinización por koinonía (comunión).

“Felipe, quien me ve a mí ve al Padre” (Jn.14,9) Hay comunicación total entre el Hijo y el Padre, el Padre no sería sin el Hijo y a la inversa. Y del mismo modo quien ve al Padre (lo Divino) ve al Hijo que es Hombre (lo humano).en el Hijo-Hombre vemos la Padre, y quien no puede ver lo Divino tampoco puede ver lo humano. Hay una perichorêsis, una relación total entre Padre, Hijo y Espíritu, entre Dios, Hombre, Mundo. Y así, en la consumación de los tiempos Cristo será Todo en todos. En la eternidad la perichorêsis es total. Osea, sólo es la perichoresis, la comunión.


CRUZ

La palabra Cruz es fundamental en el lenguaje cristiano, hablar de la Cruz es hablar de la experiencia del Bien y del Mal, de la alegría y de la tristeza... Y la experiencia de la Cruz es una experiencia de Muerte y de Resurrección. En una visión, mantenida en la iglesia católica durante muchos siglos, la Cruz ha sido vista no más como inmolación, pero esta visión no abarca toda la dimensión mistérica de la Cruz, puesto que es inmolación para la Resurrección, esto es: Cruz = Transformación o Evolución, que en el lenguaje teológico cristiano llamaríamos Salvación. La Cruz no es por sí misma, sería puro masoquismo, sino como camino para la Salvación, la Resurrección.

En la Cruz vivimos la doble dimensión de la realidad humana: la Muerte y la Vida. Y no olvidemos que Muerte es ante todo, como acabo de decir, Transformación, pues en el cristianismo es ininteligible una Muerte sin Resurrección, son las dos caras de la misma moneda, son una sola y única realidad mistérica. La Cruz nos hace vivir la crudeza humana en toda su crudeza (Muerte) y en toda su gloria (Resurrección).

En la Cruz vivo la experiencia del cuerpo, fuente de dolor, de la psique fuente del sufrimiento psicológico y la experiencia de la propia debilidad, de la contingencia, no dependo de mí mismo, no me sostengo a mí mismo, soy una manifestación de lo Infinito, mejor, soy es Espíritu pero sólo en cuanto manifestado en este cuerpo y esta mente, en este tiempo y espacio. Y en esta experiencia de finitud me doy cuenta de que no estoy solo, que tanto en la alegría, como en el dolor abro mis brazos a los demás, y sobre todo los abro al Espíritu.

Jesús en la cruz se sintió abandonado de Yhwh, “Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?” (Mt 27,46) Su dios judío lo abandona, y entonces en el último momento Jesús también se desprende de él, y entrega su espíritu al Padre, al Dios de su tremenda experiencia mística personal, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46), ya no clama a Yhwh, sino al Padre, a la Fuente y Origen primordial que es el Padre. Y el velo del templo de la Antigua Alianza se rasgó. Muere Jesús y se descubre a sí mismo Jesucristo. No sólo los cristianos descubren a Jesucristo. El descubrimiento de la Exaltación es una invariante de toda transformación.

Por descontado que el lenguaje de la Cruz es un lenguaje de trastrueque de valores, que conlleva de forma radical la asunción de la condición humana a la vez contingente y capax Dei, pero la Cruz no como símbolo del dolor, ni de la derrota, sino como el lenguaje de la superación de las categorías con las que Occidente (la mal llamada Cultura Cristiana, Occidente tiene otras muchas influencias culturales y no sólo la cristiana, la musulmana, por ejemplo, que duró muchos siglos, la griega, la romana, y anteriores, la historia no tiene sus raíces sólo en los dos mil últimos años) enjuicia la condición humana.

RESURRECCIÓN

La muerte es también camino de resurrección, lo canta incluso la liturgia de la iglesia católica: “mortem muriendo destruxit” “et vitam resugerndo reparavit”. Tansformó la vida biológica en una vida más plenamente humana, en una palabra, divina. Hizo en la Creación-Resurrección esta manifestación de la Vida, como mera expresión de sí mismo, como forma de expansión de la comunidad Trinitaria. En la Creación-Resurrección toda vida, toda conciencia (incluso la materia) queda integrada en la relación radical trinitaria: Origen, Originado y Unión. Las vidas son Vida, las conciencias, Conciencia. La Trinidad lo es todo, lo abarca todo.

La liturgia también nos dice: “Surrexi et adhuc tecum”. No lo encontraré fuera, está en mi interior, lo dicen también la totalidad de los místicos. Su resurrección me lleva a mi resurrección, no son dos, ni una, sino no-dos, y en la liturgia reactualizamos el Misterio, no se trata de un mero recuerdo de la memoria, ni de una mera ceremonia, sino de una presencia allende el tiempo. Es necesario ese tercer ojo, el de la contemplación o de la fe, para descubrir su presencia transformada y transformadora. Este tercer ojo nos hace comprender que es posible la experiencia de la resurrección, aunque no de la muerte(entendida como el final del tiempo lineal). Tengo experiencias de la muerte de mis allegados, pero mientras yo viva no la tendré, en cambio la tengo de muchas formas de muerte y sobre todo puedo tener la del ego, hasta llegar a lo que dice Juan de la Cruz: “y en el monte nada, nada, nada...”. La experiencia de la resurrección no es la del bios, experiencia a la que nos aboca en buena medida nuestra cultura cientista, ni tampoco la de mi vida, toda ella fundada en mi personalidad apoyada en todos los recuerdos del pasado, en mis criterios, mis pensamientos, mi cosmovisión, mis principios... Se trata de la experiencia de la Vida, que no es mía, de aquella Vida que es desde el Principio, desde el Silencio original y fundante, esa Vida que palpita en toda realidad y en la que entro en comunión por convivir esta Vida (zoê no bios).

Esto exige haber muerto al ego y todo lo que comporta, exige morir a sí-mismo, pues este sí-mismo no es yo-mismo. Mi Yo-yo, dice Ramana Maharsi es lo que queda después de haber muerto al yo-mismo. Esta es la muerte que antecede (por decirlo de una manera) a la resurrección. Esta es la experiencia de la Vida, es la Vida eterna de la que nos habla siempre Jesucristo. No se trata de una vida para luego, ni una ilusión de inmortalidad, creada por nuestra psique, sino de la Vida eterna (sin duración) ahora, y ahora, y ahora... No es una vida más allá (después) del tiempo y fuera del espacio, se trata de la Vida que trasciende totalmente estas coordenadas a las que están sometidos nuestros sentidos mientras estemos en el bios, en el tiempo y en el espacio. Y esta Vida se vive en este tiempo y en este espacio, pero como digo, transcendiéndolos, esta Vida no fenece, no tiene principio, ni fin, no está en el tiempo.
La experiencia de esta Vida no nos hace perfectos. La lucha contra el ego continúa. Yo experimento la Vida divina, pero sigo siendo hombre con todos sus defectos y debilidades. La Vida de resucitado no es una segunda vida, un aditamento a la vida humana, es la vida que no sigue ni al cuerpo, ni al alma, sino al espíritu, al pneuma.

El (hombre) resucitado vive la novedad de la Vida en cada momento, no se aburre y hace “nuevas todas las cosas”. Es la experiencia de la Creación y de la Encarnación continua. La Vida eterna, la del (hombre) resucitado no puede ser definida, gracias a Dios, sólo experimentada, pero podríamos decir que es clavar el diente en la almendra de la Vida; el tiempo, el espacio, el bios, la muerte, la psique... no son más que la cáscara. La Vida es el núcleo, el fruto, sin tiempo, ni bios, ni espacio, ni muerte... En el núcleo, en el fruto no hay más que fruto, Vida, ni tiempo, ni muerte, ni espacio, ni bios, ni psique.

En la Resurrección sólo hay Vida, Dios, Trinidad, Ser. No hay tiempo, espacio, muerte, ego,....

Vivir la Resurrección y en ella la Creación, la Encarnación y la Cruz (continuas) es la Mística, y expresarla con este lenguaje es expresarla con un lenguaje cristiano.

José A. Carmona

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