Se
está removiendo, en los últimos días, el clima con artículos y
referencias a los resultados del la elecciones del 24 de mayo pasado.
Quiero aportar mi grano de arena a tan vibrante asunto y lo quiero
hacer sin prestarme a exaltaciones o denigraciones improcedentes.
Aunque, dicho sea de paso, he sentido alegría con los resultados,
hay que esperar, hay que darle tiempo a los elegidos en las urnas
para optar por los caminos a seguir, como sabiamente dice Juan de la
Fuente. Y luego analizar la deriva que vayan cogiendo. Pero no voy a
esto.
Entiendo
que la cristianía, que la fe cristiana ha de impregnar toda nuestra
vida. Ha de ser como la humedad del agua (donde quiera toca el agua
deje un rastro de humedad). La impresión (de imprimir) cristiana es
característica del cristiano, que lo ha de ser en todo y para todo y
la visión de la transcendencia ha de sobrevolar todas las acciones
de este mundo, porque mi reino no es de este mundo pero está dentro
de vosotros (Lc 17, 20...).
Cuenta
K. G. Dürckheim: Había una vez un abad que salía a dar vueltas al
monasterio de vez en cuando. Un día le sale al paso el cocinero que
le dice: “Maestro, yo soy comunista, por consiguiente pienso en los
demás y, cuando cocino, pienso en los monjes y les preparo buenos
alimentos...” Otro día se arma de valor y le pregunta: “Maestro,
¿En qué o en quién piensa usted todo el día?” “Sólo pienso
en mí mismo” responde el abad. El cocinero se alejó espantado.
¿No son egoístas las personas que meditan y se adentran en el
camino interior, en el camino iniciático? Hay un mal entendido, el
místico y por lo mismo el cristiano no se adentra en su yo
existencial sino que busca anclarse en el Ser, en el Misterio, en
Dios, lo cual exige que se trabaje sobre el inconsciente, sobre sí
mismo, no sobre los demás y esto con el fin de abrirse a la Realidad
Transcendente que es el Amor Universal, que es Apertura y Claridad
Total. Y desde esa raíz ha de partir su compromiso para con los
demás.
Y
desde este enraizamiento en el Ser la acción del cristiano es
fecunda y puede comunicar la vida que recibe, de lo contrario solo
aportaría a los demás su propia miseria. El trabajo sobre sí mismo
y la meditación lo que hacen precisamente es liberar del
ombliguismo, hace estallar el egocentrismo y liberan la Luz y la
entrega a los demás. Por supuesto que no se puede confundir el
cristianismo con la militancia social. Ciertamente éste es una parte
muy importante del cristianismo, es una hermosa rama del Árbol
total, pero los ámbitos en los que se puede volcar la savia recogida
en la meditación y en los actos litúrgicos, en los sacramentos...
puede tener y tiene de hecho muchas más facetas. Sólo el contacto
con nuestra interioridad y el nacimiento del hombre nuevo en nosotros
cambia radicalmente nuestra relación con el universo y con los
demás.
Si
no construimos lo social a partir de los encuentros con el Ser, con
el Misterio, seremos semejantes, como dice Jesús al que construyó
su casa sobre arena y vinieron las lluvias, los vientos y los
temporales y la arrasaron (Mt 7,24...).
Se
trata del hombre nuevo. El nacido del Misterio. La visión del hombre
nuevo nos habla del hombre esencial, del “yo esencial” que
transciende penetrándolo el “yo existencial” que se fundamenta
en la ética y en la razón, sus obras pertenecen a la historia y en
ella permanecen y duran más o menos hasta que son sustituidas por
otras. Lo más pueden durar como restos arqueológicos, mas no como
Vida permanente que engendra Vida.
Lo
que han de ser los iniciados, los cristianos la levadura de la masa,
es la Luz del camino para que todos puedan avanzar. Sería totalmente
ridículo pensar que el que se haya en el camino interior no tiene
responsabilidad cara a los demás, sobre todo frente a los pobres. La
vida espiritual no llena los estómagos vacíos, ni alimenta de
conocimientos las mentes, sino que conducen a una fuente muy distinta
que está por encima de toda ética, a la vez que la supone. El
cristiano ha de vivir, ha de ser y no ha de estar, como Jesús: hecho
uno de nosostros.
Siempre
me ha preocupado saber por qué Cristo no se definió políticamente,
aún estando sometido el pueblo judío al romano. Muy probablemente
si hubiera intentado desarrollar la idea de una reforma política de
Israel, eso hubiera valido para unos años, quizás decenas de años
¿y después...? En cambio, el mensaje que nos dejó es válido en
cualquier situación y tiempo. ¿Qué queda de las revoluciones y de
las guerras? Monumentos y puede que algún cambio superficial en la
vida de los hombres. Por el contrario, el mensaje de Cristo, como el
de Lao-tse, el de Buda no pueden desaparecer. La verdadera sabiduría,
asentada en el Ser, es universal y no pasa porque es la expresión
del misterio en lenguaje humano.
Las
revoluciones y los cambios políticos, fundamentados en una base
ética, son necesarios en la vida temporal, pero hemos de ser
conscientes de sus tremendas limitaciones. Duran lo que duran y son
sustituidos por otros cambios políticos. A veces sirven para paliar
las miserias material y psicológicas, pero necesitan nutrirse no de
la ética, sino de algo mucho más allá, del Misterio para que
tengan validez universal y permanente.
José
A. Carmona