VIVO YO, MAS NO YO,
SINO EN VERDAD CRISTO VIVE EN MÍ. (GAL.
2,20)
Introducción
Esta frase en
la que Pablo de Tarso afirma una experiencia personal directa, ha sido
interpretada de diversas formas, en función de la visión del mundo que tuviera
el interpretador. Pero sin dudas, en todas ellas se dice que la centralidad de
la espiritualidad cristiana es Cristo. Un Cristo que siempre ha tenido para los
cristianos en general una clara connotación etnocéntrica, pues así lo ha sido
la cultura en los últimos centenios. Quizás, me atrevería a decir, sean una
excepción las experiencias de los místicos cristianos (Eckhart, Teresa de
Ávila, Juan de la Cruz, -Pseudo- Dionisio Areopagita, Juliana de Norwich…) mas no tanto en su
formas de expresarlas. No podemos salirnos de la dualidad al hablar. Y además un
lenguaje nunca puede describir con exactitud una experiencia, sea ésta
sensible, inteligible o contemplativa. Intentemos describir con exactitud el
sabor del jamón ibérico y veremos si podemos…
De hecho la
expresión católica de la experiencia contenida en la frase: es Cristo quien
vive en mí, ha sido muy dual. Se ha quedado en pura “externalidad”: Hemos
hablado durante largo tiempo de la inhabitación del Espíritu (¿somos su casa?:
dos), se ha predicado el evangelio a los “infieles”, la caridad la hemos puesto
en ver a Cristo en el prójimo (y no al prójimo que en sí es Cristo sin dualidad)…
Así hemos olvidado la recomendación del mismo Cristo a Teresa de Ávila:
“búscate en mí / búscame en ti”, y aunque hayamos hablado de la triple vía del
camino hacia Dios: purgativa, iluminativa, unitiva, (nunca de identidad), de
hecho, apenas se tiene en cuenta en la mayoría católica, se ha olvidado mucho
el camino de un nihilismo “eckhariano” como el de Juan de la Cruz iniciado en
las noches –activa y pasiva- del sentido hasta llegar a la llama de amor viva… y
no digamos la mística del propio Maestro Eckhart que dice: “En esta
transformación (a la que llega tras la meditación) he descubierto que Dios y yo
somos lo mismo” o aquella otra expresión del mismo: “El Reino de Dios no es
sino para los que han muerto completamente”.
Por descontado
que la doctrina del Cuerpo Místico no tiene nada de externa, ni en sí misma de
dual. Somos un solo cuerpo con Cristo. Pero en seguida, ha venido por muchas
mentes la rebaja, ha habido mucho miedo a la Inquisición (Teresa, Juan de la
Cruz, Catalina de Siena…), y se ha
opuesto místico a real, en lugar de oponerlo a físico. Mas físico no se
identifica con real, lo psíquico, lo conceptual, lo simbólico, lo espiritual
son igualmente reales. Además tenemos expresiones del evangelio de Juan como:
“El Padre y yo somos uno”, la parábola de los sarmientos,… Una sola vida, no-dos. Luego viene la
escolástica con la rebaja, con la aplicación de la analogía de
proporcionalidad.
Por su parte,
o quizás también por influencia de la teología escolástica, la espiritualidad
cristiana nos ha hablado de “ser como Cristo”, de “imitar a Cristo” (El tan
utilizado libro de Kempis: La imitación de Cristo). Recuerdo que en los años
setenta se hablaba de ser “otro Cristo” ante los hombres (reproduciendo, claro
está, lo que a nuestro juicio eran las actuaciones que él hubiera tenido).
Imitar, imitar, imitar… a Cristo, posteriormente se puso más énfasis en decir: seguir
el ejemplo de Jesús de Nazaret. Nos dice un libro de espiritualidad cristiana,
hablando de la frase paulina que da título a este escrito:
“Era un hombre de Dios: ‘Otro Cristo’.
Entregado sin reservas y sin horario. Quiso ser ‘otro Cristo’ y lo consiguió.
Se asimiló totalmente a Cristo: los deseos de Cristo eran sus deseos; las
palabras de Cristo eran sus palabras… Fue tanto lo que nos inculcó que debíamos
ser ‘otros Cristos’, que yo quise serlo… y partí al Noviciado de la Compañía de
Jesús…” (hablando de Alberto Hurtado. Teología y Vida.)
Todo esto es
realmente encomiable, pero se aleja de lo que puede ser una visión más profunda
del Misterio y se aleja de la íntima experiencia mística. Todo esto es moral,
pero no es Misterio, no es Resurrección, no es lo Cristiano, al menos del todo…
La Fe es mucho más que unas creencias o unas doctrinas. Para ver más claro en
este tema es crucial estar abierto al lenguaje místico universal, no
simplemente al de los místicos cristianos, porque el centro de gravedad del
lenguaje cristiano es Cristo, pero el de hindú es lo Divino, el del budista
(buddhista) el hombre y del de nuestra sociedad-secular el mundo. Y todas estas
formas culturales contienen muchas experiencias místicas.
Estructuras profundas y estructuras superficiales
La Mística (o
Experiencia plena de la Vida) es una realidad común a todo ser humano, es
esencialmente la misma en todas las culturas. En gran parte es cierto que el
lenguaje y las formas de cultura modelan nuestro pensar y forma de ser,
pero lo es solamente en parte, aunque la
misma no sea mensurable.
En todo ser
humano existen dos tipos de estructuras en su constitución tanto física como
mental y espiritual: las superficiales y
las profundas. En el cuerpo, por ejemplo, existen unas estructuras
profundas que son comunes a todos los hombres: todos tienen un corazón, dos
ojos, el mismo número de huesos y músculos…y existen las superficiales que no
son comunes más que en un grupo: la forma de usar los huesos (bailando,
corriendo,…), a qué juegan, cómo se expresan por los gestos, cómo se visten…los
hombres de cada etnia.
Lo mismo que
sucede en el cuerpo, sucede también en la mente, tenemos estructuras profundas
que son universales, como la capacidad para generar símbolos, ideas, para
comunicarnos por medio de un lenguaje, aspirar en lo más íntimo a algo más (a
lo que sea ¿lo divino? Homo capax Dei), pactar reglas sociales... y otras
superficiales y por lo mismo no universales, como el idioma, los símbolos y
ritos, las costumbres sociales…
Pues bien, de la misma manera que
el cuerpo humano produce pelo, por ejemplo, y la mente produce ideas, el
espíritu humano es, como acabo de apuntar, aspiración a lo Divino y esa
aspiración produce universalmente intuiciones sobre el Misterio. Se me objetará
que los ateos y agnósticos no pueden producir estas intuiciones al negar lo
Divino. Entiendo que no es así, porque todo ser humano se plantea, al menos en
su interior, aquellas cosas que más le importan y esto, dicen Paul Tillich y
muchos otros, es lo Divino: religión es
el planteamiento de las cuestiones últimas. Que el ateo dé una respuesta
negativa a la pregunta sobre la existencia de Dios, quiere decir que la da.
Somos muchísimos creyentes –en el sentido más tradicional de la palabra- que
también negamos la existencia de un “Deus ex maquina” y que no aceptamos a un
ídolo mental fabricado a nuestra imagen i semejanza, ni a un dios mítico o
agrario, somos muchos los que apostamos por el apofatismo –desde muy antiguo-,
mas todo esto no es negar la presencia constante del Misterio. Por descontado
que quedan muchas preguntas abiertas, entre otras si el hombre de la
postmodernidad se olvida sistemáticamente del “oculus fidei o contemplationis”
y se niega a ir más allá de lo que su mente (o sus sentidos) puede(n) abarcar.
Es un simple
gesto el que necesitamos para llegar a la experiencia del Misterio: abrir los
ojos de la Fe (no de la creencia), de la experiencia interior, dejarnos llevar
al centro de nosotros mismos. La Fe es un don, una gracia, pero ofertada todo
el mundo sin excepción. No puedo olvidar la expresión de ¿Buddha? (según
algunos) al encontrarse con un ateo: él
se acerca a Dios (al Misterio) por la negación. Todo ser humano cree en
algo, se apoya en algo: Naturaleza, Familia, Ciencia, Dinero, Misterio, Sí
mismo, Vacío, Trabajo, Sexo, Alcohol… Y sin lugar a duda, que si no se abre el
oculus contemplationis las intuiciones sutiles no existirán, de igual manera
que para el que no abre la mente no existe un mero sistema de ecuaciones y que
para el sordo no existe la música. Recordemos la anécdota de aquel que negaba
la existencia del Partenón a la vez que se negaba a ir a Atenas, si no miras
con el ojo de la contemplación nunca verás (percibirás, intuirás) el Misterio,
nunca verás a Dios.
Esas
intuiciones forman el núcleo de las grandes tradiciones espirituales, de la
mística universal. Las verdades sobre las que todas las tradiciones
(cristianos, hindúes, budistas, sufíes…)
están de acuerdo, se refieren a algo profundamente importante que nos
habla de significados últimos, que nos hablan de la esencia más honda de lo
humano, del hombre.
Principios básicos de consenso universal,
fundamentos de la mística (algunos)
Nota: No nos podemos mover, hablando
de Dios en tercera persona, en el ámbito de decir qué es Dios (utilizando un lenguaje asertivo, óntico) salvo con algunas
afirmaciones muy limitadas –como: Dios existe-, pero sí nos podemos mover en el
ámbito de cómo es utilizando un
lenguaje metafórico, simbólico y catafático, y de qué no es utilizando un lenguaje apofático (no hablado); en
concreto, podemos indicar hacia dónde hay que ir pero no explicar el Misterio.
Existe Dios,
existe el Misterio (con el nombre que le hayan puesto la multitud de culturas o
que queramos (¿?) ponerle).
El Misterio,
Dios, está dentro de nosotros.
Más, nosotros
somos (también de una manera u otra) ese Dios, y sin embargo, hay algo que nos
impide vivir esa dimensión. Ese algo es llamado con distintos nombres en las
distintas tradiciones. En las ramas de las religiones abrahámicas se le llama
Pecado Original, en las orientales, sobre todo en el Vedanta, se habla de
ilusión de separación y de dualidad.
Hay un camino
para poder retirar eso que nos obstaculiza y llegar a la Iluminación,
Resurrección, Emergencia, que consiste, como dice Plotino, en un salto desde el
único hasta el Único.
Este camino el
sabio (repito: nunca el erudito: “El que tiene datos”), “el que conoce sabiendo”,
lo realiza expandiendo el pequeño yo hasta el infinito, el “santo”
contrayéndolo hasta que sea nada. En ambos el yo muere, muere el “hombre viejo”
(el hombre externo) aquel que es identificado por un nombre, como un individuo,
como historia en el tiempo, la estructura superficial y surge, emerge, resucita
el “hombre nuevo”. Es la metánoia.
A este hecho
se está refiriendo Pablo de Tarso en su carta a los Gálatas, en él el “hombre
nuevo” ha surgido, ya no es Pablo, es Cristo. Él ha muerto –vivo mas no yo- y es Cristo quien vive
en él. Creo que hablar de imitación de Cristo o de la mera inhabitación del
Espíritu, aunque es muy bueno, es quedarse corto. Hay una identificación: Amada en el Amado transformada. Ésta es
la emergencia, la resurrección.
Las
distintas tradiciones culturales describen esa muerte y resurrección con
nombres y formas muy diversas. En el cristianismo hablamos del hombre viejo que
muere del hombre nuevo que surge, es Cristo quien vive en mí… hablamos de metánoia: conversión. En el islam se
dice algo similar: tawbah y galb que significan “arrepentimiento” y
“transformación”. En el hinduismo se habla de jivatman o muerte del alma, del individuo y de Brahman, la Totalidad o verdadera naturaleza de la persona. Los
budistas describen la transformación como shunyata:
Apertura pura. Y el zen llama a esta transformación satori o kensho (ken-: verdadera naturaleza, -sho experiencia directa).
Esta metánoia o iluminación es una muerte
real y una resurrección o emergencia
Estamos
acostumbrados a la muerte biológica, hasta el punto de que solamente llamamos
muerte a la misma. Pero la verdadera metánoia se experimenta como una muerte
real, no como un simple cambio de opinión, como vulgarmente se piensa. Dice
Eckhart: “El alma debe darse muerte a sí misma”. Es una muerte del ego, del
pequeño yo, de la individualidad, de la sensación (falsa como dice Watts) de “separatidad”
(de sentirnos y vernos como “otro” ante el mundo, la Realidad, el Todo, cuando
en verdad somos ese mundo ese Todo). Lo podemos comprobar al leer los escritos
de los místicos, conociendo sus experiencias, comunes en todas las culturas.
Escribía yo en
un artículo anterior de este mismo blog a propósito de esta falsa identidad de
ser seres separados, de ser “egos”, lo siguiente:
A esta experiencia de ser
Realidad, de ser una misma cosa con Dios, de no ser entidades separadas unas de
otras (no en el juego, o mundo manifiesto, no relativamente sino absolutamente)
ha sido abundante a lo largo de las vidas de los místicos y no sólo de los
místicos Vedantas como Sankhara, Maharsi, Nisargadatta, sino de todos sin
apellidos ni adscripción alguna. Desde el “Tao que puede conocerse no es el
Tao” hasta la experiencia de conciencia cósmica de Bucke con que he empezado
estos dos artículos -en referencia al texto con que empezaba el artículo-, pasando por Jesús de Nazaret (sobre todo
en los apócrifos y en Juan), Eckhart,
Krishnamurti, Wilber... nos confirman que se trata de una experiencia
transpersonal. Que las fronteras que ponemos a nuestro “yo” son artificiales,
por muy innatas que nos puedan parecer, que nuestra Realidad, nuestro auténtico
“Yo” es el Misterio.
Sin que
desaparezca esta sensación de ser una identidad con nombre y apellidos,
limitada en el espacio y en el tiempo, en los que solamente está nuestro
pequeño “yo”, no tendremos una verdadera metánoia, una emergencia en nuestra
conciencia de quienes en verdad somos, emergencia que no hace sino mostrar a
nuestro pequeño yo lo que es.
Emergencia no porque comience a ser algo que antes no era, sino porque la
consciencia que en nosotros se manifiesta descubre lo que siempre ha sido, lo
sin tiempo. Y esto es una muerte tremendamente real. Es el satori: “la Gran Muerte”, como lo llama el zen.
Y aunque
sigamos viviendo en el tiempo y en el espacio, en el dolor y el sufrimiento, en
esta sociedad injusta y muchísimas veces cruel y sintamos sus consecuencias,
sintamos nuestros límites y limitaciones… Estos sentimientos no condicionarán
nuestras vidas, no serán nunca un problema, porque no te amenazan en tu persona,
ni amenazan al mundo, eres consciente de que nunca lo hicieron en verdad. El
sabio, el santo experimenta el sufrimiento y la injusticia, pero está
aposentado “en una paz que sobrepasa todo entendimiento”. Tú has dejado de ser
tú y eres “YO” (pido perdón por el lenguaje tan pobre, tan lejano a la
experiencia, tan dual y basto)… No puedo decir “eres”, puesto que después de la
verdadera metánoia o iluminación, muere ese tú. Tú has dejado de ser tú, no hay
más que “YO” en el que están integrados y transformados todos esos
sentimientos, amenazas, tiempo, espacio… a ese “YO” los cristianos lo llamamos
“CRISTO” y lo es, como es el Buddha, y el Atman, y el Tao...
Es claro que
esto no es una simple “conversión” por la que dejamos de “creer” en los ídolos
(pasiones, dinero, afán de poder, sexo sin madurez, odio, guerras...) y creemos
en el “único dios verdadero”. Es una muerte verdadera y una resurrección, una
emergencia, una iluminación… también la muerte biológica queda absorbida en
esta transformación a la que llamamos con tantos nombres (cada uno pleno de
sentido). La Fe es un acto de aceptación del propio (individual y personal)
desconocimiento. Y aferrado a la certidumbre de mi propia ignorancia, me limito
a contemplar, viviéndolo, la fascinación del Misterio.
Después de la
metánoia sigo siendo yo, pero con un yo renovado, el yo primero ha muerto y el nuevo Yo renace como el desierto que
ha sido regado y da frutos, florece como el roble lo hace de la bellota, que
muere. La simiente ha muerto en la tierra y en su muerte emerge el roble, el hombre nuevo, el Cristo. Ya no vivo yo es
Cristo quien vive en mí. Y así por Cristo, con él y en él podemos
caer en la cuenta de lo que en realidad somos y siempre hemos sido, lo único
que somos: el Misterio, el Cristo.
Quien vive
esta iluminación necesariamente se implica en el esfuerzo de ayudar a todos los
hombres a conseguirla igualmente. Es el compromiso social del santo. El voto
del bodhisattva.
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es