Un
gran dogma occidental, sin duda alguna, es el de la individualidad.
Ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Es algo que ocupa mucho
tiempo en mi interior. Y lo malo es que se suele identificar
individuo con persona. Hay que personalizar el coche, la vivienda,
la mesa de trabajo ¡el
selfie! (cuando self es el sí mismo, no el ego)...
y en este personalizar no distinguimos lo individual de lo personal,
más bien lo que hacemos es identificar una cosa con la otra. Incluso
ambas palabras nos suenan como sinónimos. Y sin embargo... un
conjunto de individuos es un montón, un cúmulo, una acumulación, o
si se quiere un bosque, una manada (que empieza a tener algo
social)... un conjunto de personas es una sociedad. Las manzanas, las
piedras, los árboles, e incluso los animales (en mayor o menor
grado) son individuos, los humanos somos personas (más que
individuos). Quiero hacer una pequeña reflexión sobre estas dos
realidades tan confundidas y tan diferentes.
La
persona es un nudo de relaciones en el universo, el individuo es un
ser aislado sin comunicación interior posible, lo que podríamos
llamar un solipsista idiosincrático, una simple pieza más del
montón incapaz de comunicarse desde adentro (per-sonare). Parece que
la sociedad occidental tiende a crear individuos, piezas necesarias
para que la máquina funcione, pero nunca personas (¿tendrá algo
que ver el auge de las ciencias -mal entendidas como medio de ganarse
el sustento-?), seres que descubren que su identidad es en sí mismo
un símbolo del universo, una consciencia que se abre a la Plenitud,
allende el tiempo.
¿Basta
para ser persona atenerse hoy día a las tradiciones antiguas? ¿Entre
nosotros a la cristiana? Entiendo que al menos a la mayoría más
consciente de los hombres la tradición cristiana con sus dogmas y
sus normas impuestas tal como la hemos recibido es claramente
insuficiente. El hombre que quiera asumir ser self, su identidad ha
de someterla a una crítica profunda, desde la raíz misma. Y una
crítica radical no ha de ser meramente racional, sino de todo el
hombre, ha de pasar por la criba del espíritu durante mucho tiempo
para alcanzar la certeza necesaria para orientarnos en la existencia.
No basta con una crítica académica, que sería suficiente para
escribir una tesis, es necesario hacer pasar la tradición cristiana
por el cedazo de la existencia compartida (como personas) con el
resto. Enfrentando dicha tradición a los retos humanos actuales
(políticos, científicos, tecnológicos, culturales, espirituales,
exóticos...) y fecundándola sin miedos y sin estupideces
arriesgadas.
¿Es,
pues, necesaria una revolución? Entiendo que en modo alguno. La
revolución, palabra muy de moda desde hace un tiempo -ya largo- es
tremendamente conservadora. Pretende volver el calcetín al revés.
Significa dar la vuelta, poner la cabeza a los pies y los pies por
cabeza. Esto es que que ha ido quedando en todas las revoluciones
habidas en la historia. De lo que se trata es de salir de la
esclavitud del individualismo y crear una situación nueva en la que
no se repitan los estereotipos. La revolución preserva las
estructuras de base, aunque destruya las instituciones. El remedio
para fecundar la tradición recibida no ha de ser iconoclasta, sino
crítico. Ha de discernir toda ambigüedad para erradicarla, pero no
pretende la reacción opuesta, sino un cambio radical. Por descontado
que crítica no es teoría, sino praxis existencial que va probando y
se queda con lo bueno.
Es
fácil confundir crítica radical con actitud iconoclasta. Y la
sociedad que tiende a un “statu quo” califica como tal a toda
praxis. Veamos la facilidad con que tachamos de “fascista (facha)”
o de “rojo” a cualquiera que juzgue la política dominante.
Guardar el equilibrio no es fácil, pero sin él no llegaremos a
actitudes personales conscientes. Y en el ámbito religioso pasa lo
mismo ¿hay acaso una sola forma de religión? Es más ¿tienen las
religiones el monopolio de lo “religioso”?
No
faltan en esta transición de individuo a persona los peligros y los
traumas. Posiblemente nunca seremos íntegramente personas
conscientes, quizás el paso no se pueda realizar de forma absoluta,
pero el camino es obvio. Nada fácil.
Todos
tenemos que realizar nuestra identidad personal mediante una
autenticidad real y radical. Sin confundir los términos. La persona
es un microcosmos en el que se juega el destino del Universo. No
somos individuos “repetibles”. El individuo se repite una y otra
vez, la persona nunca.
He
hablado de praxis como crítica radical de la existencia humana. Esta
“praxis” incluye por sí misma la “theoria”, no
hay dualidad más que en nuestra mente. La pura praxis, que sería el
simple cambio de estructuras no puede tener sentido, ya se ha dicho.
Es ciega. Incapaz, por tanto, de una transformación hasta el fondo.
Solo cambia las formas. Lo que cambia el mundo de una manera real es
la persona (que en verdad no es ni singular, ni plural), única capaz
de transformar los valores profundos. La persona que no es un “ego”,
ni un “otro” sino un “sí mismo”, que es fusión
de praxis y teoría (no podemos expresarlo de otra manera).
En
cuanto a la tradición recibida en lo religioso, son muchos los
elementos que están en crisis:
La
fe en un Dios Padre protector y todopoderoso, cuando vemos lo
que vemos en el mundo.
Parece
que Dios hoy está con el ejército más fuerte, o con la
tecnología más avanzada.
¿Qué
queda en la humanidad de todos los dogmas medievales?
Sentimos
la necesidad de pedir a Alguien o Algo que esté más allá,
pero no vemos que estas peticiones sean atendidas.
La
esperanza en una Humanidad que se está autodestruyendo se
debilita por momentos.
…
Todo
esto hace totalmente necesario someter la Realidad a una crítica
radical de la que pueda resurgir la persona actual. El ser humano de
hoy.
José
A. Carmona