viernes, 21 de junio de 2013

INTERCULTURALIDAD





En los cinco últimos decenios del siglo pasado ha sucedido en la historia algo totalmente inusitado: la posibilidad de acceder a todas las culturas del mundo. El planeta Tierra se está convirtiendo en verdad en la aldea global. 

            En el pasado, la persona que nacía en el seno de una cultura determinada (occidental, china, amerindia, española, rusa…) se pasaba la vida entera sumida en esa cultura, viviendo siempre en la misma ciudad o pueblo, o incluso en la misma choza: pensemos en nuestros abuelos, sin ir más lejos. Limitada a una inmovilidad geográfica y mental. Por desgracia, el etnocentrismo sigue siendo aún patrimonio de muchos, muchísimos pueblos, y causa de multitud de conflictos y guerras. 
     
          Hoy, cualquier persona tiene la posibilidad de acceder a todo  el conocimiento acumulado por el ser humano a lo largo de los milenios, y no solamente al conocimiento, sino también a las experiencias y a la sabiduría que han acumulado todas las civilizaciones, tanto premodernas, como modernas y postmodernas.

            Por esto es el momento de superar el “provincianismo cultural” del que nos habla M. Eliade. También hay otras razones que exigen ese diálogo intercultural entre las que se ha de incluir la globalización industrial y comercial que está falta de toda profundidad humana. No se puede aplazar más el diálogo entre las distintas culturas o tradiciones de pensamiento. Vemos a diario que la globalización destruirá el planeta si no surge un verdadero diálogo entre los países y formas de vivir, entre las distintas visiones del mundo. La falta de conexión, el aislamiento de cada cultura, y por lo mismo de cada visión religiosa, (que se sienta poseedora única de la Verdad) es hoy destructiva e imposible de mantener. Lo mismo una globalización económica-industrial. Es anacrónico “el provincianismo cultural” (aunque muchos estén empeñados en ello: no se han percatado del momento en que vivimos).

            Dicha globalización, que no es sino una hipertrofia de la relación técnica con el mundo, que es resultado, al menos en gran parte, de los principios “racionales” de Occidente, y cuya finalidad es la imposición de unos intereses mercantiles, no es ni una cultura propiamente, ni el medio para superar el provincianismo, sino la imposición a escala planetaria de una voluntad única y cargada de deseos de dominio y explotación. Es uniformadora y, por lo tanto, destructora de todo lo que no sean sus intereses materiales.

            La necesaria superación del provincianismo cultural no puede ser una monoculturalidad, que negaría, destruyéndolo, todo lo que no sea ella misma, ni una pluriculturalidad divida en trozos, como un mosaico desconexo (lo que en buena medida hacía y ha hecho el eclecticismo), pues en este caso tendríamos un montón de culturas, o de trozos de culturas, pero no una interculturalidad. Ésta ha de ser un tertium quid, algo distinto, una realidad no-dual, no excluyente, integradora, una realidad que aúne en armonía y ritmo lo universal con lo particular, lo uno con lo múltiple, la identidad y la diferencia (no la separación), lo absoluto con lo relativo. Hoy es claro que en Oriente hay un acercamiento a la tecnología a la que ya domina totalmente, y a lo social:  y en Occidente una búsqueda de las raíces humanas que le salven de su miopía que no alcanza a ver más que lo técnico y el dinero, raíces que muchos ven sólo en Oriente. ¿No se olvida un tanto Occidente en esta búsqueda de sus propias raíces cristianas tan profundamente humanas?   

            Los hombres nos estamos abriendo en lo exterior (en la diplomacia, en lo económico, en las relaciones sociales…), mas junto a esta apertura exterior es necesaria otra interior si la  primera no quiere quedar vacía de todo contenido. Ésta interior ha de ser la de la auto-comprensión de las mismas culturas. Y la auto-comprensión se basa en un diálogo que vaya más allá de los límites que las culturas tienen aisladas en sí mismas. La cultura o es dialóguica o no podrá ser en un mundo plural. Y sobre todo no podrá ser pensar, que es mucho más que el mero razonar.

            El diálogo intercultural (o interculturalismo) es una exigencia de las propias culturas quienes por su propia esencia han de ser abiertas, de lo contrario no serían una cultura sino un enquistamiento, o un cáncer. La cultura es símbolo de sabiduría, esto es, de experiencias humanas universales que transforman, y esto nunca podría serlo enquistada en sí misma. Vuelvo a citar aquí a Foucault, el filósofo postestructuralista: “Filosofía no es sino labor crítica del pensamiento sobre sí mismo…”(La palabra inicial, Trotta. Madrid). La verdadera filosofía solo podrá ser sabiduría universal y perenne en el sentido más pleno de la palabra.

          Es este diálogo intercultural una faena que ha de realizar la sabiduría, o si queremos, la filosofía en su sentido más pleno y menos  académico, la filosofía como fuente del pensamiento serio, ordenado y transformador. Filosofía, en el sentido originario de la palabra, hermanada con las tradiciones del pensamiento que no siempre son filosóficas y menos en el sentido académico al uso en Occidente de actividad meramente especulativa (solamente asequible para especialistas), pero sí pensamiento enraizado en la vida, y  no capricho o alucinación. Indagación en lo Real. Cierto que la filosofía ha de ser renovada, y lo está siendo en muchas partes (Nietzsche, Heidegger, Derrida, Foucault, Habermas, Panikkar…), el diálogo intercultural puede ser motivo de auto-cuestionamiento para la misma, de concienciación de sus propios límites, de sus desviaciones, del mismo concepto de razón (que tiene mucho de cálculo) post-socrático que está en la base de todo el pensamiento occidental (Heidegger) y que está dando origen a la visión tecnológica del  mundo (visión que tiene mucho de bueno, pero que no es universal como pretende, ni única, ni está en las raíces de lo humano). Creo que el verdadero filósofo -ph(f)ilo-sofía: amante del saber, no del simple conocer- ha de tener mucho de poeta y de místico, porque su saber ha de partir de su propia gnosis: experiencia sapiencial.

            El diálogo

         Sólo podemos dialogar desde una cultura determinada, esto es patente. Pero de igual forma que solamente podemos comunicarnos en una lengua en cada momento –en diversos momentos podemos cambiar de idioma-, también lo es que el uso de esa lengua ha de ser verdadero instrumento de la comunicación, no meramente instrumento sino símbolo –y el símbolo no se puede cambiar por otro sin que cambie lo simbolizado, de lo contrario sería simplemente signo-. De igual manera la cultura desde la que dialoguemos ha de ser símbolo de la universalidad, no puede estar constreñida a su particularidad con pretensiones de ser universal. ¿Cómo puede ser una cultura símbolo de universalidad? Si está fundamentada en experiencias válidas para todos los nacidos del “humus”, para todos los hombres –sean mujeres o varones-.

            Ha habido a lo largo del siglo XX una serie de pensadores que han estudiado las más variadas culturas y religiones del mundo, entre ellos Huston Smith, Jean Gebser, Ken Wilber… que han definido o perfilado una serie de elementos presentes en todas las culturas y a los que se les denomina con la expresión: “sabiduría perenne” –no se ha de confundir con la filosofía perenne de la escolástica a la que los propios escolásticos solían llamar perenne, por considerarla válida para todos los tiempos y lugares-. Una doctrina sea cual sea no será nunca universalmente válida, ni perenne a través de los siglos. Lo único permanente, aunque inaprensible –solo vislumbrable- para la razón, es la experiencia del Ser: llamémosle la experiencia de lo Divino, la experiencia del Misterio, la experiencia de ese Yo que, aunque nos pueda parecer confuso a la razón pues la transciende –no es el ego, ni el id-, es realmente supra-objetivo y trans-subjetivo. Esa experiencia trans-racional que aparece en todas las culturas, en todas las tradiciones del pensamiento. De esta experiencia dice Heidegger que lo es de esa “región de todas las regiones” (citado por Cavallé) y está más allá de todo conflicto entre las civilizaciones. Las doctrinas, las culturas son simplemente indicaciones, que nos sirven de señal para ayudarnos a experimentar.

            Dialogando desde esta base, podremos ver los límites de nuestra propia cultura y los de las otras. Recordemos a Tomás de Aquino que tras esa experiencia de lo Divino consideró paja todo cuanto había escrito… o a Juan de la Cruz saliendo por la secreta escala… a oscuras y segura…o a Pablo recibiendo la iluminación camino de Damasco. Tomaremos conciencia de la unilateralidad de toda doctrina  o cultura. Percibiremos lo que nunca habíamos percibido antes: nuestros prejuicios culturales inconscientes asumidos como horizontes de inteligibilidad… a la vez que de todo lo verdaderamente válido y perenne de la misma.

            Y este diálogo es sencillamente una cosa: abrirse a la sabiduría, tome la forma que tome, no a la doctrina meramente. Amarla. Por descontado, esto es obra de todos, no de unos pocos. Es una digestión de múltiples alimentos –que sean alimentos- y la asimilación posterior por la que se transforman aquellos en el propio cuerpo. Es la metanoia del hombre.
           


José A. Carmona
Carmonabrea@yahoo.es