Dejo en esta ocasión, y por unos días,
aparcado el tema del segundo sutra sobre “el pensar y el razonar” porque aquí
(en Cataluña y en España) y en este momento (de fervor independentista) quiero
escribir unas reflexiones sobre este asunto de vital importancia para todos. Mi
escrito tiene la importancia que tiene, ninguna, salvo que el lector se la
quiera dar.
Dice Krishnamurti que “cuando termina el nacionalismo aparece la
inteligencia”, inteligencia que no es ni la capacidad para memorizar un
texto del colegio, ni la destreza para hacer un cálculo matemático (que es en
buena medida lo que entiende por inteligencia la mayoría de la gente), sino la
comprensión intuitiva y total de lo Real, la comprensión del Amor (intus-legere),
Amor que no es un simple sentimiento, sino lo que queda después de habernos
despojado totalmente del ego, de nuestro yo individuo y de nuestro yo colectivo.
“La inteligencia surge cuando
comprendemos los problemas a medida que se
presentan”. Bajo la palabra nacionalismo lo que está es el
patriotismo: la obsesión por un trozo de tierra más o menos grande, por una
legua exclusiva, por una cultura exclusiva (y a veces excluyente)… en los que
nacimos o vivimos. En definitiva, se esconde un límite más creado por el ego
del hombre. Y esto es totalmente aplicable al españolismo, catalanismo,
germanismo, italianismo… a todo tipo de nacionalismo, en el que la humanidad
vive hoy sin ningún planteamiento de ir más allá, pese a la llamada
globalización (que de serlo, lo es sólo de la economía liberal, por desgracia).
El hombre aún ha de dar el salto de consciencia que lo lleve a la visión de lo
universal para lo cual no tiene que renunciar a ser hombre, más bien todo lo
contrario: ha de ser plenamente hombre. Es necesario, por supuesto, entrar en
el mundo y para entrar necesitamos una puerta (patria, lengua, cultura,
religión…) pero es totalmente absurdo pasarse la vida asido a la puerta sin
entrar al interior. Un poco esto son los nacionalismos. Por eso, el mestizaje es tan importante y también
el hablar diversas lenguas, integrarse en diversas culturas, conocer muchas
religiones y sobre todo ir superando eso de las raíces (“mis raíces son
andaluzas, castellanas, catalanas, españolas, francesas… Puro etnocentrismo”),
porque las más profundas raíces, en las que en realidad nos basamos, son las
humanas que no separan, sino que unen, hacen uno. La consciencia ha de ir
eliminando fronteras. Todo ello como camino.
Expuesto lo dicho, que me viene
quemando desde hace poco, paso al tema.
Lo que ha inspirado este pensamiento
que expongo y que asumo con todas sus implicaciones han sido mis lecturas de
los escritos de Krishnamurti y los hechos que están aconteciendo en mi entorno.
Desde siempre la relación individuo
sociedad ha sido (o la hemos hecho) problemática. Hablo de individuo, no de
persona. Lo que hace a un individuo persona es su relación social, que es
constitutiva, lo cual implica, como mínimo, una conciencia crítica, pues la
apertura de la relación ha de ser desde dentro, intencional consciente. En
cambio, el individuo es simplemente un número, aunque en nuestro lenguaje se
suele tomar como sinónimo de persona. “¿Cuántas personas fueron a la
manifestación?” “Unos cincuenta mil individuos”.
¿En nuestra esfera político-social
somos tratados como personas? ¿O como simples individuos? Se cuentan los
votos, se cuentan los manifestantes, se cuentan los televidentes,
se cuentan los católicos, se cuentan los musulmanes, se cuentan…
Esta mentalidad, la de contar es meramente numérica, también se cuentan las
manzanas de un cesto o los kilómetros de un camino. -Y ni tan sólo Pitágoras tenía
esta mentalidad, para él las matemáticas eran la conexión con el Misterio del
Mundo-. Importa mucho que los manifestantes sean multitud, para poder hablar de
que “el pueblo” (nombre sagrado hoy, utilizado como antes se utilizaba el de Dios,
sin más espíritu crítico y cargado siempre de objetivaciones partidistas) dice
lo que diga la manifestación. O lo contrario, se cuentan los que fueron para
deducir que los que no fueron, que eran mayoría, son los únicos con responsabilidad.
Los medios para conseguir esa multitud eso ya es otra cosa… ¿Cuántas “personas”
hay en esa manifestación? ¿”Personas” o individuos? No importa, persona e
individuo es lo mismo para la inmensa mayoría. Hace falta tener en el Congreso
el rodillo de una mayoría absoluta, y no importa nada más, ni el tipo de
individuos (no importa que tengan conciencia crítica en absoluto) que votan, ni
los medios que se utilizan para conseguir el voto… ni siquiera la utilización
que se hará de esos votos.
Quiero que quede claro que defiendo
totalmente el derecho a manifestarse. Es una consecuencia del avance de la
consciencia en el plano racional, que hoy llamamos democrático con mucha razón,
pero no hemos de quedarnos aquí, ni manipular las cosas más allá de sí mismas.
Ahora estamos en este nivel y no quiero volver a niveles inferiores, al del dominio
dictatorial sobre el rebaño, pero el racional no es el nivel definitivo. Necesita
ser analizado críticamente y transcendido, superado.
Pese a que una ingente cantidad de
seres humanos no ha llegado aún a los niveles de una consciencia operacional
formal, menos aún a niveles superiores, de lo que no tengo la menor duda es de
que todos somos personas, o sea: sujetos de relación, seres sociales, sujetos
de derechos inalienables, y también de obligaciones, pese a que la conciencia
crítica abunde en ausencia y sobre todo las actitudes egoístas sean la causas
de sus relaciones, así que no me limitaré a llamarlos individuos sino que
utilizaré el término personas también.
¿Somos individuos instrumentos de la
Sociedad y del Estado? ¿O somos personas y como tales finalidad última de la Sociedad
y del Estado? Preguntémonos cómo es nuestro sistema educativo (español, francés,
europeo, occidental…). Va dirigido a ir formando o simplemente instruyendo,
creando técnicos y eruditos. ¿Forma personas con criterios y capacidad para
actuar en común con otras personas, infundiendo el sentido y el anhelo de
libertad, no meramente el sentido de producción en grupo? ¿O simplemente
instruyen para que conozcan cómo se hace un puente, o para que memoricen las
listas de los Reyes de tal o cual época? Es necesario que en la sociedad haya
técnicos y profesionales, pero sobre la base de estar todo construido sobre
la persona, no sobre el individuo meramente.
Es evidente que esta manipulación de
las personas para hacerlas simples individuos no es monopolio de ninguna línea
exclusiva de pensamiento, ni de poder -político, religioso,
filosófico, científico…-. Todos los políticos sean los llamados de derechas,
como los llamados de izquierdas, es más, todo aquel que responda a una
ideología (política, religiosa, social…) trata de manipular en función de sus
ideas en cuanto tienen el más mínimo poder sobre los demás. ¿No tendrá esto
algo que ver con aquello del “pecado original” del que habla la cultura
abrahámica?
Individuo y sociedad
El Reino de Dios está dentro de vosotros.
Jesús de Nazaret viene a poner como base de la salvación que predica: la interioridad. Y lo mismo dicen todos
los textos evangélicos que nos hablan de nacer
de nuevo, de la fuente de agua viva, de la venida del Consolador, de la Fe, del
pan de vida… y todos los místicos de la historia. Partiendo desde dentro es
como se puede transformar el mundo, no intentando colocar a la sociedad formas
no nacidas de lo interior. Jesús predica la metánoia,
el cambio interior, que necesariamente revierte en un cambio de las formas
exteriores y sociales. Es ahí donde podemos descubrir la verdad y no siguiendo
alguna doctrina o ideología, que nos harán seguir un ideario (eidos=imagen,
opinión. No lo real). Lo interior no es lo arbitrario, ni caprichoso, sino la
base en la que se apoya el ser que en cada persona y en todas es, y para no
caer en ilusiones arbitrarias o caprichosas habrá que contrastar siempre el
núcleo de nuestras experiencias con el de otras personas que tengan
experiencias semejantes. Los hechos son incontestables, las opiniones son
interpretaciones, si dependemos en exclusiva de las opiniones en más o menos
grado seremos manipulados, incluso por nuestras propias ideas. Tengamos en
cuenta que las ideas son el mapa, no el terreno, por muy útil y necesario que
sea el mapa en muchos momentos. Por ello, para comprender un problema tenemos
que tener la inteligencia despejada de condicionamientos, y capaz de seguir al
problema en sus variaciones y cambios. Esto es, hemos de transformar, de
revolucionar nuestro interior. Sin ello, como dice el Nazareno, no hay cambio
social duradero, ni efectivo. Repasemos la historia de las revoluciones y lo
podremos comprobar. De todos modos la realización de una sociedad global en la
que las relaciones personales sean plenas y bañadas en el amor sigue quedando
lejos, muy lejos.
Hemos oído
muchas veces que la sociedad somos todos, ante esta afirmación constatamos en
nuestra consciencia que muchos no somos los responsables de los grandes males
sociales, de los separatismos, de los nacionalismos, de las injusticias
estructurales… y la mayoría de los individuos se excusan, o se declaran simples
víctimas del sistema (algo que ha estado y está muy de moda en las ideologías
llamadas de izquierda). La labor de convertirse en personas es ardua y lenta.
Mas, ni nosotros somos los únicos individuos-personas del mundo, ni la sociedad
ha sido y es lo que es porque sí. Ha de ser tenido todo en cuenta y no caer en
reduccionismos simplistas: “la culpa es de…”. En definitiva por muy estáticas
que aparezcan las formas sociales, se mueven y se mueven en función de cómo son
las relaciones entre los humanos. Normalmente egoístas, excluyentes, aunque,
por suerte, también hay abundancia de generosidad y de amor en ellas.
Miremos el
asunto con un poco de más independencia de las ideologías. La sociedad, en
definitiva, no es más que la relación entre las personas, (por descontado que
lo ha sido también en el pasado), y lo que hagamos en nuestras relaciones hoy
será la sociedad próxima. ¿Cuál es nuestra relación con los demás? Lo que sea
esta relación es lo que será la sociedad a nuestro alrededor, y lo que sean las
relaciones entre todos los hombres será la sociedad. Es evidente que las
injusticias, la miseria, el hambre, las guerras, las crisis incluidas las
económicas… no se han creado solas, las hemos creado los hombres, los humanos (“sí
pero otros”, dicen con alguna razón los simplistas, quienes de la conciencia de
unidad no conocen ni el nombre). Pero, proyectamos hacia fuera lo que somos
internamente, y eso que proyectamos es la sociedad. Si somos desdichados, si
estamos enfadados, si estamos en un caos interno, si ambicionamos sin medida,
si lo único que nos importa en el trabajo es medrar, o simplemente esperar a
cobrar al fin de mes, si en nuestra familia mantenemos disputas por cosas
nimias… serán estos los sentimientos que proyectaremos sobre nuestra sociedad
más próxima. No nos extrañe que la sociedad sea desestructurada, caótica,
injusta… y hemos de tener presente que la sociedad es muy estática, casi como
una escayola, en cambio la vida es puro dinamismo (con su riesgo consiguiente),
como un organismo. Así como éste se va transformando continuamente, así lo ha
de hacer la sociedad para que sea realmente humana, no hace falta advertir que
esta transformación ha de seguir un orden de diferenciación holárquica,
nunca una disociación que lleva en sí la destrucción. Un ejemplo, el
cuerpo ha de evolucionar desde el feto al adulto, pero si se disocia lo que
hace es generar un cáncer que es destrucción y no vida. Lo mismo puede pasar a
la sociedad. El pie ha de transformarse y diferenciarse del resto del cuerpo, pero no
disociarse, separarse del mismo, moriría y el cuerpo padecería un trauma. Y
sin embargo es lo que los hombres venimos haciendo desde el Paleolítico.
¿En qué,
pues, se basan nuestras relaciones matrimoniales, familiares, laborales, de
vecindad, de ciudadanos…? nos hemos de preguntar, porque en ello se basará la
sociedad. Quizás, decimos hoy, la base sea el respeto, cuando no otros
sentimientos mucho más ruines. ¡El respeto tan valorado socialmente: “respéteme usted”! Pero el respeto es un barniz con el que cubrimos la falta de amor (no mero
sentimiento, sino comprensión vital de que el “otro” no es otro, sino yo mismo en
mi múltiple manifestación, porque yo no soy ego, sino plenitud que nos abarca a
todos). El respeto es una máscara social, una falsedad en la mayoría de las
veces, y una sociedad basada nada más que en el respeto no puede sostenerse
mucho tiempo, no será capaz de evolucionar al compás de los problemas.
Nacionalismo
A las ideas
(e ideales), sentimientos patrióticos (que renacen a cada momento) les damos un
valor casi absoluto que no tienen pues van y vienen, se desvanecen y vuelven a
aparecer. Nacen de nuestros egos, de nuestro “instinto de protección”. Al
nacionalismo le atribuimos una salvación que no es real, porque lo que hace
este sentimiento es separar a los hombres en lugar de unirlos. Un somero
análisis de la historia de la evolución de la consciencia nos da una clara
respuesta: los nacionalismos suponen una involución, pero el ego colectivo
siente un gran placer y satisfacción cuando impone en un grupo ese sentimiento.
Es el afán de destacar y para ello es necesario separar. Es todo lo contrario
al “Yo”, pero un deseo imperioso del “ego”. Reflexionando sobre esto
Krishnamurti llama veneno al
sentimiento nacionalista, porque crea separación, confusión y conflicto.
¿Cómo hacer
desaparecer el nacionalismo? Comprendiéndolo plenamente, comprendiendo sus
implicaciones. Comprender algo no es ser condescendiente, sino ser abarcador de
toda la realidad de un asunto. ¡Cómo hemos retorcido el significado de algunas
palabras!
Veamos:
(transcribo un párrafo de Krishnamurti)
“En lo externo, el nacionalismo genera entre
los seres humanos divisiones y categorías, guerras y destrucción… En lo
interno, en lo psicológico, esa identificación con algo más grande, con la
patria o con una idea, sin duda, es una forma de expresar los sentimientos
propios de cada uno. Si vivo en una pequeña aldea, o en una gran ciudad o donde sea, no soy nadie, pero si me
identifico con algo más grande, con el país, o digo que soy hindú, eso halaga
mi vanidad, me da satisfacción… pero esa identificación con algo más grande que
es una necesidad psicológica de todos aquellos que consideran que es importante
expresar sus sentimientos, también genera conflicto y lucha entre los seres
humanos.”
Y genera conflictos tanto externos
como internos, pero si uno contempla y comprende todo el proceso del
nacionalismo, este desaparece y aparece la
inteligencia, esto es, la comprensión. No se trata de sustituir el
nacionalismo por otra cosa, cualquier forma de sustitución es una muestra de
ignorancia, un soborno o auto-soborno, aunque en la mayoría de los casos que se
nos presentan en lo cotidiano se ofrezca la sustitución (chupar chicle por
fumar) como remedio para algo.
Únicamente
la inteligencia es capaz de comprender. Inteligencia que como dije no es la
capacidad de memorizar o de aprender libros y técnicas (algo también necesario,
pero insuficiente), sino que emerge cuando comprendemos los problemas y los
seguimos en su proceso.
Es preciso
construir una sociedad nueva sobre hechos y valores nuevos, para ello es
imprescindible la creatividad, o sea, la presencia del AMOR en la acción
no-acción, que tan bien, para mi gusto, describe Juan de la Cruz:
“Olvido de lo criado (del ego)
Memoria del Criador (Inmersión en el
Misterio)
Atención a lo interior (metanoia, metanoia)
Y estarse amando al Amado” (el Cristo
universal)
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es