viernes, 29 de mayo de 2009

¿Un nuevo paradigma en filosofía-teología?

¿Cambio de paradigma en filosofía-teología?

En un artículo anterior, publicado en este blog, en el que reflexionaba sobre un nuevo paradigma antropológico, cité a Max Planck, el padre de la física cuántica y premio nobel, porque afirma que los viejos paradigmas sólo desaparecen cuando mueren todos sus adeptos.
La palabra paradigma fue utilizada ya en el sentido actual por Thomas Kuhn, al que definió como una pléyade de logros compartidos por una comunidad científica y empleados por ésta para definir problemas y soluciones legítimas. A mí personalmente me agrada mucho la noción que propugna Panikkar: paradigma es el horizonte de inteligibilidad de nuestros conceptos, valores... Y como tal horizonte lo tenemos tan asumido que la mayoría de las veces ni somos conscientes de su presencia en nosotros. No sólo en la ciencia sino en todos los campos, en todas las líneas de evolución humanas tenemos paradigmas. Éste viene a ser como el papel que soporta las letras que escribimos. Hay paradigmas sociales, científicos, históricos, religiosos... y todos los tenemos muy asumidos. Por ejemplo, a nuestro paradigma social pertenece la siguiente forma de pensar: Esta tarde me toca comprar en el supermercado. Este pensamiento sería imposible en el Neolítico, pongamos por caso. Y así podríamos ir viendo en todas las líneas del desarrollo.

Realmente cambiar de paradigma nos cuesta mucho esfuerzo, porque en el cambio de alguna manera nos estamos jugando (aunque sea inconscientemente) la seguridad de nuestro ego. En según qué paradigmas se trate hemos de abandonar el fundamento en el que se apoyan todas nuestras certezas, que son las que dan consistencia a nuestro ego (no nuestro verdadero yo-Yo) en el que vivimos cómodamente instalados. Planck que fue un amigo de Einstein al que en buena medida apoyó casi desde el principio de la carrera de aquél, experimentó en su vida de científico la dureza del cambio de paradigma, de la mecánica newtoniana a la relatividad.
Nos aferramos con verdadera ceguera a los viejos paradigmas, ignorando todo cuanto la mente humana ha ido conquistando a través de los tiempos, ignorando los límites que un paradigma superado nos impone... Afirma Einstein que “los problemas significativos que afrontamos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento en el que estábamos cuando los creamos.” Por eso, tan sólo la muerte es capaz de acabar con nuestra adhesión a ellos. Esto sucede, como se ha dicho, en todos los campos del desarrollo humano y, por lo mismo, en todos los campos del conocimiento. También la filosofía-teología, que es elaboración humana, padece de esta debilidad que tenemos los humanos.
Y ¿Por qué este aferrarse a los modelos de pensamiento ya superados por la propia humanidad? Acabo de decir que nuestro ego teme por su seguridad. Nuestro ego está formado por todos los pensamientos, sentimientos, emociones... pasados, por todos los recuerdos, que lógicamente son pasado, por cuanto recibimos desde la infancia, pasando por la adolescencia, juventud... y no caemos en la cuenta que para desarrollarnos como seres humanos y como personas hemos de continuar hacia adelante en el pensamiento, en las emociones, en el desarrollo físico, en el sosiego, en la visión del mundo, en la comprensión y en la compasión (que nos diría un budista, y nos dice Jesús de Nazaret)... entre otras razones porque nuestro ego es un yo falso, construido a nuestro modo y semejanza, es un ropaje que nos hemos ido colocando a lo largo de la vida y que hay que ir dejando en la cuneta de la misma, del que hay que ir desprendiéndose para que
“...cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
(Retrato. Antonio Machado)
Cambiando nuestro paradigma, estamos cambiando nuestro ego, pues el paradigma establece la certeza de nuestro pensar y sentir, que es el fundamento de nuestro ego. Y no se cambia de paradigma por un simple capricho, sino porque nos falle nuestra cosmovisión, nuestra honradez para con nosotros mismos.
Es tanta nuestra obsesión por la certeza, que la anteponemos a la verdad. Queremos estar seguros, radicalmente seguros. Esta obsesión, que sólo es mala como obsesión, viene a mi entender (y al entender de algunos sabios de los que lo he aprendido) desde la postura de Descartes al iniciar su reflexión sobre el método. Él se escandalizaba cuando los jesuitas decían una cosa, los dominicos una segunda y el pueblo vivía con una tercera. (Es de notar aquí que el mismo Tomás de Aquino afirmaba que nosotros nunca podemos poseer la verdad, sino que es ella quien nos posee, y en la pluralidad de interpretaciones sobre la misma está la riqueza de lo humano y de la creación misma. Riqueza expresada en el avance constante de esas interpretaciones no sólo científicas, sino también sociales, psicológicas, históricas, religiosas, teológicas...). Ante este pluralismo de opiniones, el filósofo francés, un genio fuera de toda duda, buscó un apoyo del que no pudiera dudar, con lo cual no buscaba la verdad, sino la certeza, y a ésta como criterio de verdad.
Desde entonces toda la filosofía posterior ha estado inundada por la obsesión de buscar la certeza más que la verdad.
Aquella afirmación popular de que la verdad no tiene más que un camino, o que la verdad es única, o que sólo hay una religión verdadera... supone un desconocimiento enorme de que la verdad es el Misterio que nos posee, y que nosotros nunca poseemos, y confunde verdad con certeza. No afirmo que hayamos de despreciar la certeza, es necesaria, pero toda certeza es relativa y la obsesión por la misma no expresa más que la radicalidad del miedo a la autodestrucción, a la muerte, a perder nuestro ego. Precisamente lo contrario de lo que exige una actitud mística de la existencia, una actitud que experimente en las raíces. La vida es el riesgo de una espiral que no tiene principio ni fin.
La verdad es ese Misterio, el Ser que va apareciendo y siendo (creatio continua) conforme la conciencia se va desarrollando. Y no es sólo una apreciación científica, sino también una experiencia mística, o una percepción sensible...La Verdad nos posee. Y conforme va avanzando nuestra conciencia, el paradigma, el horizonte varía. No se trata de que el horizonte que se vea desde una calle que de vistas al mar, sea erróneo, es sencillamente muy relativo en cambio el horizonte que se ve desde lo alto de un rascacielos es más adecuado, menos relativo y puede proporcionar una panorámica distinta. Este horizonte no niega la visión de la calle, pero no se queda en ella, la abraza y la amplía. Mientras estemos en la calle nos servirá, pero si nos situamos sobre una montaña, o vamos volando en un avión aquel horizonte no nos servirá de nada, por que se nos abre uno nuevo. Y cuanta más altura (o profundidad de conciencia alcancemos) más amplio será el horizonte. Y no podemos olvidar que el paradigma no es sino el horizonte (de inteligibilidad) incuestionado sobre el que descubrimos la realidad por contraste. Sin horizonte, sin punto de referencia nunca podríamos ver, ni comprender, ni contemplar.
Los cambios de paradigma que se han dado en todos los campos del conocimiento, han sido variados e importantes. En el mundo científico (mecanicismo, relativismo, física atómica, principio de incertidumbre o de indeterminación y la física cuántica...) hasta el filosófico (Los juicios sintéticos a priori de Kant, la dialéctica de Hegel, el idealismo transcendental del mismo y de sus seguidores como Schelling, los paradigmas del Modernismo y Postmodernismo (Derridá, Foucault) que no pueden caer en sacos rotos, puesto que abren una inmensas perspectivas de acercamiento no sólo a la certeza, sino a la realidad misma.
El alejamiento enorme entre ciencia y religión es debido a esa falta de verdaderos paradigmas actuales de los que carece muchas formas de teología, sobre todo en diversos países del mundo. En este punto no podemos olvidar que la iglesias más conservadoras de EE.UU, aquellas que apoyaron abiertamente a Busch como enviado del cielo, son profundamente creacionistas y antievolucionistas. La falta de desarrollo de la conciencia humana en muchas personas (profundamente gregarias) hacia niveles más profundos del Ser puede ser espantosa y llevar milenios de atraso con respecto a otras que superan los miedos y se aventuran por esos caminos del Misterio.
Sin embargo, en el mismo país (EE.UU.)existen muchísimos movimientos reclamando nuevos paradigmas para las religiones. Un ejemplo de ello puede ser el libro: Pertenecer al Universo de Fritjof Capra y David Steindl-Rast.
Por poner un ejemplo, también es totalmente necesario un cambio de paradigma en la antropología que propone en su doctrina la iglesia católica. Y no me estoy refiriendo a la antropología sacramental en la que se funda la institución para no admitir a las mujeres al sacerdocio (suponiendo que el sacerdocio fuera cristiano, algo que no todos los teólogos propugnan), en la que claramente se da una distinción fundamental entre la antropología femenina, no apta por voluntad divina para el sacerdocio, y la masculina que es apta, cuando en la antropología soteriológica todos (varones y mujeres) están llamados a la salvación y son sujetos de la misma. Sino a la antropología que nos enseñaron desde niño en los catecismos, en la que se considera al ser humano (varón y hembra) formados por un cuerpo material y un alma inmortal.
Esta antropología ni tiene su origen en la Biblia, ni en los movimientos cristianos de los dos primeros siglos apenas, y sin embargo se olvida, se ignora una antropología mucho más actual en la que se considera al ser humano un conjunto de tres elementos (inseparables, formando un tertium quid): cuerpo, alma y espíritu, que ya se defendía en el medievo, y mucho menos la antropología en la que se considera al ser humano como un holón total, formado por cuatro holones también inseparables: el exterior, biológico, material, corporal; el interior, subjetivo, intencional, espiritual; el exterior social, integrado en (o dependiente de) instituciones de salud, de vecinos, municipales; el interior comunitario o cultural. Si cualquiera de estos holones no se dieran en el holón total, no tendríamos un hombre, sino otra cosa. Por ejemplo, los poquísimos jóvenes aparecidos en las selvas sin formación, ni lenguaje, ni pensamientos, ni relaciones sociales... Este paradigma del hombre (al decir hombre me refiero al nacido del humus: varón-mujer) es usado ya en ciencias psicológicas.

Mas vayamos ya a analizar la palabra “paradigma”.
Ésta procede del griego (parádeigma), que originariamente significa(ba) el plano de un arquitecto y de ahí pasó a significar el modelo y luego el modelo mental, para significar más tarde la cosmovisión de la realidad que tiene cada persona o un determinado grupo. Hemos dicho que el paradigma no es más que el horizonte de inteligibilidad indiscutido e indiscutible que tiene cada cultura. Pero el horizonte va siendo distinto cuando avanzamos, de igual manera el horizonte mental va cambiando conforme va cambiando el nivel de conciencia, me refiero a la conciencia que no es sino manifestación del Absoluto en las formas y que abarca todas las formas de conciencia: moral, psicológica, intelectiva, solidaria, religiosa... Así cuando se está al pie de la montaña tenemos una visión del horizonte, pero en la ladera es distinta, y no digamos ya en la cima. La historia avanza, la mente avanza, las ciencias avanzan, el conocimiento de la realidad avanza en todos los terrenos y si nuestro paradigma filosófico-teológico ha quedado enclavado en el siglo XIII de poco nos puede servir hoy. Con los mapas del siglo XIII difícilmente podremos viajar.
El medio de comunicación de la inteligencia de la realidad y de la aprobación por parte de otros de nuestro pensar, de nuestro sentir, de nuestra fe, es principalmente el lenguaje, que es el paradigma primordial, o mejor, la expresión comunal de la cosmovisión, o cultura, en la que estamos inmersos. Pero, si nuestro lenguaje se hace insípido (Mt 5,13) e ininteligible para los demás, para nuestros contemporáneos, de qué nos sirve, ¿Para refocilarnos en autocomplacencia? ¿Podemos mantener una antropología medieval para comunicarnos con un mundo que habla de la teoría de sistemas, de psicología transpersonal, de postmodernidad y postestructuralismo?
No nos extrañe que las iglesias se vayan quedando vacías, se les habla con una palabras ininteligibles (subsistencia, substancia, persona y trinidad, accidentes...,) con unos ritos obscuros, pertenecientes a una época muy pasada, con unos textos totalmente arcaicos, con una simbología ignorada y pasada, fundadas muchas veces en mitos muy superados (y cuyo significado profundo o se desconoce, o lo tuvo en una época remota, pero ya no), se les habla de una inmortalidad que no se sostiene ni con alfileres y que para más incordio, ni siquiera es cristiana...
La distancia de los paradigmas del mundo actual, no sólo el científico, y la teología enseñada por la institución es inmensa. En los mapas de la sociedad América ya está situada, en los de la institución eclesiástica aún no se ha descubierto. Ya en otros artículos de este mismo blog desarrollé un poco la idea de la mentalidad agraria (o neolítica) de la iglesia vaticana.
La expresión cambio de paradigma fue introducida por Thomas Kunh en su libro: La estructura de las revoluciones científicas. Kunh demuestra que casi todos los descubrimientos significativos en el campo de la ciencia aparecen como rupturas con la tradición, mejor, con los viejos modos de pensar, con los antiguos paradigmas.
En la primitiva visión del Universo (Ptolomeo), la Tierra era el centro del Universo. Copérnico creó un cambio de paradigma, por ello sufrió persecuciones, al situar al Sol en el centro. Poco a poco la visión del Universo cambió radicalmente.
El modelo newtoniano de la física, el mecanicista, es parcial e incompleto. Einstein revolucionó la física con su paradigma de la relatividad, cuyo valor explicativo es mucho mayor.
La peste negra a mediados del siglo XIV causó verdaderos estragos en Europa. El paradigma en el que se basaban los conocimientos médicos para superar la enfermedad era pobrísimo, no se admitía la posibilidad del contagio. Hasta que no se descubrieron los gérmenes la mentalidad sobre las enfermedades era mágica, y los muertos abundaban en todas partes, para un mayor conocimiento de este tema, expuesto de forma muy amena, podemos leer los capítulos de Un mundo sin fin, en el que Ken Follett novela los hechos históricos sobre la peste negra.. Con el desarrollo de la teoría de los gérmenes, cambió el panorama de la salud.
El concepto tradicional de gobierno ha sido durante siglos (y en parte sigue) la monarquía, y el derecho divino de los reyes. Cuando se desarrolló el paradigma de democracia: el gobierno del pueblo para el pueblo, comenzaron a acabarse las dictaduras..., el panorama mejoró, aunque hay que seguir avanzando.
Pero, ningún paradigma es definitivo, siempre la creación avanza creándose a sí misma (con el concurso de Dios, que no necesariamente ha de estar fuera de la misma, aunque no se identifique con ella, para los creyentes) y en esta creatio continua irán apareciendo nuevos horizontes de inteligibilidad conforme la conciencia vaya avanzando hacia su identidad con el Espíritu, del que ha partido.
Y lo mismo que en la ciencia, en todos los campos del saber humano, nuevos paradigmas van apareciendo. Hay una nueva forma de entender la Geometría que no es euclidiana, una nueva forma de entender la enfermedad como camino, una nueva forma de entender la metafísica con la Postmetafísica, una nueva forma de estudiar el lenguaje con una perspectiva sincrónica y no sólo diacrónica, una nueva forma de entender la Tierra como casa común con la informática y sobre todo con la fe y el amor...
Y para la filosofía-teología de la iglesia católica también ha llegado (hace siglos que llegó) la hora del cambio de paradigma. Es cierto que la institución se juega mucho en ello, se está jugando su poder, el que asumió en buena parte del imperio romano, el que ha ido acumulando a través de los siglos (en el Medievo, en el Renacimiento...), poder al que ha dado el epíteto de divino, pero que difícilmente el hombre del siglo XXI puede entender como tal. Basta con leer con honestidad y sin mediaciones los evangelios.

Hubo un tiempo en el que yo, José Antonio Carmona, fui viejo, aunque no llegaba a los veinte años. El paradigma que recibí en mi infancia y en mis ¿estudios? en el seminario tenía muchos siglos de existencia, empezó a elaborarse mucho antes de que naciera Platón. Y no se trata de que el paradigma, la visión del mundo y de dios que recibí fuera mala, sino que partía de unos principios ya muy superados, aquel paradigma fue bueno en su tiempo, pero no era válido para mediados del siglo XX, se trataba de una mapa en el que faltaban muchísimos datos, en el que la Tierra era aún el centro del Universo. Sin embargo, era la “Verdad” en la España de la posguerra. Fui claramente instruido en el “nihil innovetur, nisi quod traditum est”.
Y yo con mi cosmovisión me creí fuerte y poderoso como un acorazado.
El caso es que a lo largo de mi vida me ha sucedido
lo que a aquel acorazado americano que se encontró, mientras navegaba de noche, con una luz que venía rumbo directo hacia él.
El capitán del acorazado llamó al encargado de emitir señales: “Envía este mensaje: Estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo.”
Llegó otra señal de respuesta: “Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo.”
El capitán dijo: “Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados.”
Respondieron: “Soy marinero de segunda clase. Mejor cambie su rumbo 20 grados.”
El capitán, hecho una furia, espetó: “Soy un acorazado. Cambie su rumbo.”
Y recibió el siguiente mensaje: “Yo soy un faro.”
Cambiaron el rumbo.
Y yo cambié el rumbo, cambié de paradigma, consciente de que era una actitud a mantener, no un acto a realizar una sola vez en la vida.

Por supuesto que no se trata de cambiar por cambiar, se trata de cambiar cuando el paradigma que usamos ya no nos sirva (o no sirva a la humanidad) para la aprehensión de la Realidad. No todo cambio es positivo, como tampoco lo es el permanecer inmóvil, cuando la Realidad se mueve. Una escayola sirve para un tiempo, hasta que se cure el hueso roto, quitarla antes impediría la curación del mismo, no quitarla impediría moverse con normalidad.

La teología, como toda expresión de un progreso en la experiencia humana, ha de estar abierta a Realidad, que es más epistemológica que objetiva según los últimos descubrimientos que la mente humana y el hombre en general están haciendo. Y por lo mismo, dispuesta a buscar el paradigma apropiado, el mapa más aproximado de lo que es. Así empezó siendo en los primeros decenios, ya superada la época llamada apostólica, cuando florecieron distintas escuelas filosófico-teológicas, muy dispares entre sí; la de Alejandría, inspirada en la gnosis, o experiencia íntima de Dios, la de Antioquía, la otra sede intelectual un tanto alejada de la experiencia íntima de Dios y más cercana a la ortodoxia, Roma, seguidora de Alejandría y Constantinopla, cercana a Antioquía.
No es mi intención proponer aquí un nuevo paradigma, pero sin duda que los movimientos cristianos de base, las reflexiones de la nueva teología del siglo XX, las aportaciones del ateísmo, agnosticismo, de la relación del hombre con la naturaleza (dialéctica), las nuevas visiones del hombre, la invasión de las tecnologías, las aportaciones del concilio Vaticano II, casi olvidadas hoy en la iglesia católica, las nuevas generaciones de teólogos y teólogas, el conocimiento mucho más amplio que nos dan de la naturaleza la física cuántica, la antropología, la medicina, la astronomía... obligan a un cambio muy serio y profundo de paradigma, si no queremos seguir apoyando la fe cristiana en la magia y en los mitos de antaño.

José Antonio Carmona

martes, 5 de mayo de 2009

Teonomía y resurrección

Resurrección en la perspectiva teonómica, o sea, Vida eterna, o mejor, infinita.


Traslado aquí las palabras textuales con que Lenaers comienza, en su libro: Otro cristianismo es posible, el capítulo sobre le cambio de paradigma que produjo en el mundo la irrupción de la Modernidad, capítulo titulado de la heteronomía a la teonomía.

“Hasta el siglo XVI, en todas las culturas del pasado incluyendo
el occidente cristiano y aún hoy en la gran mayoría de los cristianos,
se tiene la idea de que este mundo nuestro depende absolutamente
de otro mundo, al que se lo piensa y representa de acuerdo al modelo nuestro. En la visión cristiana, esto significa que estaría gobernado
por un Señor divino, lleno de poder (en el politeísmo esto sería una
sociedad de señores), como era usual en la sociedad de antaño, con
una corte de cortesanos y servidores, lo que en el modo cristiano se
traduce por santos y ángeles. Este Señor Todopoderoso dicta leyes
y prescripciones, vela por que éstas se cumplan con exactitud, amenaza, castiga y ocasionalmente perdona. Espontáneamente se piensa que ese mundo está colocado «sobre» el nuestro, por eso se lo llama sobrenatural y también cielo, aunque en un sentido distinto al del firmamento. En ese mundo de arriba se sabe y conoce todo, hasta
lo más recóndito. Cualquier conocimiento humano es inferior en comparación con aquél. Felizmente, de vez en cuando ese mundo nos comunica lo que él considera que es indispensable saber, y no podríamos descubrirlo por nosotros mismos. La buena voluntad, al menos latente, de aquel mundo de arriba fundamenta, a la vez, la esperanza de que -mediante plegarias humildes y dones- lograremos
conseguir una parte de las innumerables cosas que necesitamos y no
podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas”.
No podemos olvidar que la mayor parte de la humanidad, y más aún si cabe, del catolicismo sigue teniendo un paradigma heterónomo sobre todo en lo que respecta a la religión. Por supuesto que la estructura jerárquica piramidal, centrada en el Vaticano y con ramificaciones por todo el orbe es profundamente heterónoma. Sigue apoyada en dicho paradigma. Prácticamente toda la historia del cristianismo, comenzando por el libro del Génesis hasta nuestros días, en buena medida, el paradigma dominante de pensamiento y de acción cristiana ha sido el heterónomo, la humanidad ha estado cómoda en él.
Ciertamente ha habido excepciones en personas y en momentos. En este sentido estarían muchas de las frases de Juan en su evangelio y sus cartas. “Creedme, yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo” (14,10) “Quien me ve a mí está viendo al Padre” (Jn 14,9) “Dios es amor” (1Jn,4,8) y en general todo el tono del cuarto evangelio y en particular del discurso de la última cena.
De todos modos toda la cosmovisión en la que se desarrolla el judaísmo y el cristianismo, incluida por supuesto la redacción de la Biblia, hasta la modernidad (más aún hasta nuestros días) ha sido totalmente heterónoma en la que existen dos mundos paralelos, y en la que se acepta que “dios” actúa en el natural de vez en cuando pero que su lugar apropiado es el mundo sobrenatural, con lo que se cae en el tremendo e inconsciente absurdo de excluir a “dios” de una parte.
Igualmente los místicos cristianos tuvieron atisbos y expresiones de esa realidad teonómica, desde la afirmación de Agustín de Hipona en que llama a Dios intimior intimo meo, pasando por las expresiones del M. Eckhart en su tratado Del hombre noble, hasta la visión teonómica que soporta toda la obra de Theilard.
Hay una gran corriente de pensamiento, más aún, una cosmovisión profunda y renovada en los occidentales que vivimos en el siglo XXI, que no puede entender la existencia de dos mundos paralelos, el natural y el sobrenatural, sino la existencia de un solo mundo que va evolucionando hacia su plenitud, o su destrucción (según el criterio). En una palabra, que nuestro mundo es realmente autónomo y está en evolución constante, que nuestro mundo no depende de unos seres que están allá en el cielo (no firmamento), sino que depende de sí mismo.
Para los que tenemos fe, que somos legión, esta autonomía se convierte en teonomía, en Fuerza originante que impulsa cuanto es en una dimensión de desarrollo o evolución hacia la Liberación, Salvación o Plenitud. A esta Fuerza originante que es Misterio, que es Vida, le hemos dados muchos nombres a lo largo de la historia de los hombres, quizás el más usado desde hace siglos y por lo mismo el más oxidado y tocado, sea el de Dios. Pensar que estoy hablando de una fuerza impersonal e informe sería a la vez erróneo y acertado, erróneo porque esa fuerza es Misterio al que llamo, de acuerdo con la Biblia, Amor (Dios es Amor nos dice Juan) y Vida (he venido para que tengan Vida) y la máxima expresión de Vida y Amor conocida en el tiempo es la persona, y acertado porque ciertamente no entiendo que pueda ser personal, ni impersonal, ni que pueda ser informe o no serlo, porque nada de lo que podemos pensar puede ser aplicado sin más al Misterio, que excede todo conocimiento.
Todo conocimiento es humano y como tal es relativo en función del principio que se aplique. En un mundo globalizado, cargado de aviones, satélites, telescopios... los ángeles están fuera de lugar, por ejemplo. No así en un mundo mítico. También los dogmas pertenecen a este mundo de los humanos, para el Misterio no hay dogmas, y, como todo conocimiento humano, son instrumentos que ayudan en determinadas épocas y lugares a expresar de alguna manera, con los medios existentes, aquello que es incomprensible, a acercar el Abismo a nuestras vidas terrenas. Por supuesto, todo esto es aplicable a toda teoría, sea heterónoma o teónoma, todo camina desde las profundidades del Misterio en evolución constante hacia el mismo Misterio, y cuando seamos ccconscientes del todo de nuestra unidad con Él, nos daremos cuenta de que nunca habíamos salido del Mismo. Nunca hemos abandonado la casa del Padre.
Esta manera de ver el mundo, la teonomía, no es nada fácil de asimilar, a todos se nos escapan constantemente expresiones heterónomas, pero es una exigencia primordial de la cosmovisión que se abrió para la humanidad con la llegada de la Modernidad, a la que se opuso la institución eclesiástica con todas sus fuerzas, identificando heteronomía con Fe cristiana, cosmovisión (la de la Modernidad) que es más exigente aún con la evolución del pensamiento, de la Postmodernidad y también de un mayor conocimiento de las experiencias místicas.
Por supuesto que ello pide a gritos una nueva expresión del Misterio, más cercana al hombre que vive en el siglo XXI, más comprometida con él, expresión que le ayude a abrirse camino hacia las profundidades de sí mismo y que no lo abandone a la intemperie de un cielo, que es simplemente firmamento. Entiendo, por tanto, que un lenguaje nuevo y una actitud nueva han de brotar del corazón de lo cristiano para que pueda ser entendido por muchos hoy y por la inmensa mayoría mañana.
Y lo cristiano se focaliza de un modo claro en el llamado Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo, que son dos de los tres elementos que componían el kerigma primitivo, el tercero era el cambio de rumbo en la vida, la metanoia. ¿Mas con lo que ha avanzado el conocimiento humano hemos de seguir diciendo lo mismo que dijo el concilio de Nicea en el año 325 (... et passus est, et resurrexit tertia die)? No digo que el objeto de fe no sea el mismo pero con las vestiduras de un nuevo mito, un nuevo logos ¿ Se han de seguir usando, como se hace, palabras y conceptos como substancia, subsistencia, persona, hipostasis, resucitó al tercer día...? En la liturgia de la misa se repiten cada vez que se pronuncia el credo en nuestros días las mismas palabras dichas con la visión del Nicea, (padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día, según la Escrituras...).
Son muchos los pensamientos que han quedado escayolados para siempre, y por qué no decirlo, es patética la cosmovisión que mantiene la institución y con ella muchos, muchísimos de los llamados cristianos, algunos que se pretenden ilustrados (no miembros de la Ilustración), ciertamente eruditos, la mayoría de buena fe, con respecto a temas tan fundamentales para la vivencia de la fe, como es la antropología y los problemas que de ello se derivan (tenemos clara prueba en estos días con la controversia creada con motivo del aborto) ¿Es la antropología bíblica la última palabra con respecto a lo que es la biología?. Aún seguimos negándonos a mirar por el telescopio de Galileo como hizo Simplicio, al que le bastaba saber que las Escrituras decían que era el sol el que se movía. Hemos depositado toda nuestra confianza en la heteronomía.
El dogma es una escayola que puede servir para un tiempo, sólo para un tiempo cuando hay una lesión, o de lo contrario en vez de ayudar a desarrollar músculos y huesos, los atrofia. Evidentemente el muro de la heteronomía es muy poderoso y no será fácil atravesarlo. ¡Por favor! Quien se encuentre cómodo con él que no se lo salte, que la única meta del ser humano es la felicidad. Pero que aquel que vislumbre la no utilidad del mismo y la esté viviendo en su día a día que se atreva a seguir caminando.
Pero vayamos al citado concilio de Nicea y a los siguientes que perfilaron una figura de Jesús, la cristológica. Dice el texto del concilio:
“Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas, de las visibles y las invisibles. Y en un solo Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, unigénito engendrado del Padre, o sea de la substancia del Padre (ex ousías tou Patrós)... engendrado, no creado, consubstancial al Padre (homooúsion tô Patri)... que por nuestra salvación descendió, se encarnó, se hizo hombre y padeció, y resucitó al tercer día, y subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y muertos. Y en el Espíritu Santo.
A aquellos que dicen: “antes de nacer no existía” y “porque fue hecho de la nada o de otra subsistencia (hipostáseos) o esencia...” los anatematiza la iglesia católica.” (Traducción personal de los textos, griego y latino, del Enchiridion)
No podemos olvidar que a algunos judeocristianos les costaba aceptar a Jesús como Dios, y que por otra parte los docetas negaban la realidad de la naturaleza humana de Jesús. Es más hasta finales del siglo I no se contempla a Jesús como Dios. De hecho en los textos de las Escrituras Jesús nunca es igual al Padre, “pues el Padre es mayor que yo”, pone el evangelio de Juan en boca de Jesús. Para un judío Dios sólo es Yaveh. Y el mismo Jesús no para de poner distancia entre el Padre y él. Así, ante la tumba de Lázaro dice: “Gracias, Padre, por haberme escuchado...”
La fe en que Jesús es Dios procede de los conversos no judíos, sino griegos, en cuya cultura los dioses no aparecen como los creadores inaccesibles, como Yaveh, sino simplemente los inmortales, que mezclan sus vidas con las de los hombres y quedan a veces prendados de los encantos de las mujeres humanas. Esta influencia de los helenistas en las comunidades cristianas del finales del siglo I la explica muy bien Lenaers en su libro: “Otro cristianismo es posible”.
Y donde quedó por primera vez formulada la divinidad de Jesús fue en el concilio de Nicea (325). A este concilio, el primero llamado ecuménico, asistieron unos trescientos obispos y presbíteros orientales y sólo cinco representantes de occidente, entre ellos dos sacerdotes enviados por el obispo de Roma en su nombre.
La idea, no la experiencia, de que Jesús era Dios, ya se había ido extendiendo por las regiones cristianizadas, aunque no del todo, Arrio y muchos otros que le seguían defendían que ni Jesús, ni el Espíritu Santo eran eternos y que por tanto no eran verdadero Dios. Constantino, que aún no había sido bautizado, y que gobernaba el imperio en diarquía con Licinio, convocó en Nicea (hoy Isnik, Turquía), cerca de su residencia imperial, Nicomedia, un concilio que acabara con los enfrentamientos en materia de creencias entre sus súbditos, porque peligraba la unidad del imperio. En aquellos tiempos destacaban en el mundo cristiano cuatro sedes, dos de ellas eran las intelectuales, rivales entre sí, las otras dos eran seguidoras de las primeras: Antioquía a la que seguía Constantinopla y Alejandría a la que seguía Roma. Arrio era presbítero de Alejandría.
Constantino apremiaba a los obispos y presbíteros para que llegaran a un acuerdo sobre los temas que se discutían en la cristiandad (Trinidad, Divinidad de Jesucristo y del Espíritu). Al final el acuerdo se obtuvo y se expresó con las palabras y conceptos de la época (en griego y latín), con lo que se preservaba la unidad del imperio, y la unidad del imperio de la fe. (Es de notar que se usan indistintamente palabras como ousías e hipóstasis). Arrio fue condenado, y Constantino lo exilió. Pero poco después por motivos políticos fue rehabilitado, Atanasio, su rival, depuesto, y Constantino por los mismos motivos se arrianizó. En aquellos tiempos media cristiandad se hizo arriana. Incluso se llegó a convocar un nuevo concilio en Constantinopla, no reconocido como ecuménico por Roma, que corrigió al de Nicea.
Y todo por un problema de términos: entre substancia y subsistencia (ousías, homoousías e hipóstasis). En concilios posteriores se perfiló toda la doctrina que hoy conocemos. Pero ¿Dónde queda la fe? ¿Dónde la experiencia que Jesús tiene del Padre? ¿Qué tenía que ver todo esto con el amor y el perdón, con la compresión y la compasión, con la alegría y el sentido de la existencia? ¿Qué sabían los cristianos de estas discusiones y de estos términos?
Es más, ¿Es que hoy dieciséis siglos después hemos de seguir pensando con los mismos términos que Nicea? ¿Con las mismas categorías mentales? ¿Es que Dios puede ser expresado en unos términos, en unos conceptos? ¿Es que dichos conceptos han de ser válidos para siempre en todo tiempo y lugar? ¿Es que acaso esta formulación de Nicea, colocada en otro lugar y tiempo, sería la misma siempre? ¿Es que un chino, un hindú, un esquimal, un africano... han de pensar y sentir en términos y conceptos de la filosofía alejandrina o antioquena del siglo IV? ¿Es éste el mensaje de Jesús?
No pararíamos de hacer preguntas, de cuestionarnos muchas cosas...
Las actitudes dogmáticas me hacen recordar al soldado que en el cuartel hacía guardia delante de un banco desde hacía tiempo inmemorial. ¿Por qué? Porque hacía ya mucho, mucho tiempo habían pintado el banco y para evitar que alguien se sentara en él, estando recién pintado, pusieron a un saldado de guardia. Pero hacía muchos años que la pintura se había secado...
Y de todos modos todo el paradigma en el que está insertada toda la doctrina del concilio de Nicea y de todos los concilios es la heteronomía, la existencia, dada por supuesto, de dos mundos paralelos, el natural, en el que nos desenvolvemos y el sobrenatural, en el que “dios” y los ángeles campan por sus fueros, y desde el que “dios” interviene de vez en cuando en la historia o en la creación y obra milagros. Mas este paradigma ha dejado de servir, como hemos dicho, hace siglos para las conciencias más avanzadas en el mundo de la cognición, ha dejado de servir al hombre de hoy, salvo para los adeptos acríticos. Por ello es necesario un nuevo paradigma, el teonómico. Y no olvidemos que en oriente hace muchos siglos que la visión del mundo para muchas religiones, incluidas las llamadas ateas, es no-dual. No hay dos mundos, ni uno tampoco, sino que el Mundo Manifiesto y el gran Vacío o Abismo insondable o Mundo no-Manifiesto son no-dos.
Entre las cosas que afirma de Jesús el símbolo de Nicea se encuentran las siguientes: “... padeció, y resucitó al tercer día, y subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y muertos.”
Estos cuatro acontecimientos: pasión, resurrección, ascensión y juicio final, están enlazados en la expresión del símbolo niceno. La pasión está suficientemente narrada en los evangelios, aunque haya puntos de discordancia entre ellos, y no es el tema que ahora vamos a tratar. El de la resurrección que está enlazado a los otros es el que ahora nos importa.
Textos bíblicos: el más antiguo de los textos evangélicos es el de Marcos que dedica todo el capítulo 16 al tema de las apariciones. Este capítulo es una interpolación que no existe en la mayoría de los manuscritos, mas es aceptada como canónica. Mateo le dedica el capítulo 28. Lucas el 24. Juan los capítulos 20 y 21, este último capítulo también es un añadido, quizás en alguna redacción posterior del evangelio, pero igualmente aceptado como canónico. Pablo en la primera carta a los corintios 15, 3b-8, texto que comienza con dos de los tres puntos del kerigma primitivo. Es de notar que ya añade al murió: “por nuestros pecados”, no dice simplemente murió como sería la forma más primigenia del kerigma, supone ya una reelaboración catequética.
Lo primero que hemos de decir es que en el mundo antiguo, con su paradigma heterónomo, no eran del todo extrañas las apariciones. Y lo mismo podemos decir del mundo actual, entre las personas que carencen por completo de visón tonómica y de otras muchas cosas, en el que las apariciones de formas diversas de “la Virgen” pululan, como sabemos.
Además los datos que nos dan los textos bíblicos tienen una buena falta de coherencia. Empecemos con Pablo. Enumera los destinatarios de las apariciones: Cefas, los doce (si ya no estaba Judas y aún no habían elegido a Matías -fue después de la Ascensión (Hech. 1,26)- no eran doce), más de quinientos hermanos, Santiago, todos los apóstoles y él.
Dejando aparte la interpretación de este texto que hacen algunos especialistas, como Vouga, hemos de notar que en ningún lugar de los evangelios constan las apariciones a los más de quinientos hermanos (posiblemente en Galilea) y a Santiago, cabeza de la iglesia de Jerusalén que no podía quedar desautorizado, si el resucitado no se le hubiera aparecido. Por otra parte, el término griego utilizado es (ofqh) ophthe que significa tanto se apareció, como se dejó ver, se mostró, lo cual deja la puerta abierta para que no se interprete en hecho como una aparición física, es más, por las características que tienen las apariciones que se narran más bien parece que no lo sean. El fenómeno, mejor, el misterio de la resurrección está fuera del tiempo y del espacio y por lo tanto de la verificabilidad por los sentidos. La percepción del Misterio o misterio de la resurrección no puede ser sensual, ni mental, sino contemplativa. Como dice Kasper el encuentro con el resucitado es experiencia de Dios.
Las apariciones del resucitado que narra Marcos en el capítulo añadido después de haber acabado su evangelio bruscamente (¿como una decepción?) son en parte un resumen de las apariciones de Juan y Lucas a la vez que una noticia sobre la misión de los apóstoles (¿Mateo?) y la glorificación de Jesús, basada ya en la tradición y en la elaboración catequética, como bien se ve en los últimos versículos (sintetiza resurrección, ascensión y glorificación, a la vez que llama “señor” a Jesús. Además habla de la misión de evangelizar y bautizar, lo cual supone muchos años de elaboración catequética. En los días posteriores a la muerte de Jesús no había nada de esto en los apóstoles, ni discípulos). Es curioso que no haya ni una alusión al Espíritu Santo.
Al día siguiente de la sepultura, o sea, el sábado, día de la Pascua, fueron los príncipes de los sacerdotes a ver a Pilatos y le dijeron...(28,62). Es interesante ver cómo estos sacerdotes judíos entran a hablar con Pilatos el mismo día de la Pascua sin miedo a contaminarse, cuando no entraron al pretorio el jueves, al llevar a Jesús, por temor a lo mismo. No es creíble que hubiera guardia ante el sepulcro, ni fábula judía sobre el robo del cuerpo de Jesús, que en buena medida se basa en esta visita hartamente improbable. ¿No sería todo una fábula cristiana para culpar a los judíos?
Las mujeres que van al sepulcro a “ungir el cadáver” (no habían creído en la profecía de la resurrección, hecha por Jesús mientra visía entre ellos), en Marcos son María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, en Mateo son María Magdalena y la otra María, en Lucas son ellas, en Juan sólo la Magdalena. No se ponen de acuerdo.
En Marcos un joven les dice a las mujeres: Jesús el Nazareno, el crucificado... Ha resucitado (es una interpolación dicen los expertos), no está aquí. Luego les dice que avisen a los discípulos y a Pedro (en aquellos momentos, en los días posteriores a la muerte de Jesús, Pedro no tenía ninguna prestancia, ¿Por qué a Pedro? No cuenta lo que pasó sino la elaboración de muchos años después) que él los precederá en Galilea. Pero la mujeres no dicen nada. ¿Cómo lo sabe Marcos, si ellas callaron?
Mateo escenifica, elabora más. Ya no es un joven el que está a la puerta del sepulcro, sino un ángel que bajó del cielo y apartó la piedra. Luego comunica a las mujeres el mismo mensaje que Marcos, pero expresado con más retórica y sin nombrar a Pedro, en la comunidad de Jerusalén es Santiago el cabeza. Ellas corren a dar la noticia. En el camino se les aparece Jesús. Les da el mismo mensaje pero habla de hermanos no de discípulos. El término hermano es para los eruditos en la materia de pura creación mateana. Jesús se despide de ellas con el mandato de la misión “id y anunciad”.
Por último Mateo habla de una aparición en Galilea, en un monte (símbolo siempre de lo divino), en la que Jesús les da la misión, les da la fórmula trinitaria del bautismo... y les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Ni que decir tiene que la fórmula trinitaria, la necesidad de creer y ser bautizado para salvarse... está hablando de una elaboración realizada durante mucho tiempo por la comunidad de los conversos del judaísmo, que el redactor del evangelio traslada aquí para darle una autoridad divina, que ya reconocen en Jesús al que adoran. En modo alguno tiene nada que ver con lo que pudo haber acontecido en los primeros días después de la muerte del crucificado.
Es de notar que muy similar a esta perícopa está la de Marcos 16,14-20. Pero no se sitúa en Galilea sino en Jerusalén, ni encima de un monte, ni muchos días después de la sepultura (¿resurrección?, no quiero hablar de resurrección relacionándola con el tiempo ni el espacio), sino el mismo domingo...
Lucas nos habla también de la presencia de las mujeres en el sepulcro el primer día de la semana. En los nombres no coincide con Mateo, ni con Marcos, quienes las reciben son dos hombres con vestidos resplandecientes. Ellos les recuerdan que Jesús ya les dijo que resucitaría, y las mujeres lo recordaron. En seguida marcharon a decirlo a los once (aquí ya no son doce) y no se callan.
Parece que Lucas quiere situar todas las apariciones en torno a Jerusalén. Habla de la aparición, ¿manifestación, visión? A los de Emaús (Cleofás -14,18- y ¿María la de Cleofás?) que marchaban decepcionados y no lo reconocen sino en la actitud de (com)partir el pan, ante esta visión se les pasa el desencanto que tenían y vuelven sobre sus pasos, esta aparición claramente no puede ser física, de lo contrario hubieran reconocido en seguida a Jesús. Cita una aparición a Pedro en ese mismo día en Jerusalén. El mismo domingo en el lugar donde los discípulos estaban reunidos en Jerusalén, no se habían ido a Galilea como pretende Mateo, se les aparece Jesús y les da su paz, les explica el sentido de la Escrituras y les manda permanecer en Jerusalén “hasta que sean revestidos de la fuerza de lo alto (24,49). Por último la Ascensión tiene lugar en Betania, no en Galilea. Prácticamente lo mismo se dice en el primer capítulo del libro de los Hechos.
En Juan es la Magdalena sola la que va al sepulcro, presenció la piedra movida y corrió a decirlo a Pedro (primacía de Pedro, algo muy posterior al hecho que se narra), corren Juan y Pedro, ven lo mismo los dos, Juan cree (en la resurrección) sin haber visto. La Magdalena sigue sin creer, confunde a Jesús con el hortelano. Jesús la llama por su nombre (la interpela) y cree. Él la envía a decir a los “hermanos” “subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,1-18). La dependencia de Mateo en esta narración es clara. Ese mismo día al atardecer se presenta a los discípulos reunidos sin Tomas, les confiere el Espíritu Santo y les da el poder de perdonar. A los ocho días vuelve a hacerse presente, estando ya Tomás, que no acaba de creer, pero al ver cree.
Acaba el evangelio, pero posteriormente se le añadió el capítulo 21, un apéndice, considerado canónico. Se narra en él una tercera aparición de Jesús a siete discípulos en el lago de Tiberíades, come con ellos pan y pescado (¿una nueva interpretación de la eucaristía? Juan no narra en la cena la institución de la misma), se confía a Pedro la misión y se le anuncia su martirio (se ha de tener en cuenta que cuando se escribe este relato, ya Pedro lo había sufrido en Roma), y se acaba con la corrección del bulo ya extendido de que “el discípulo amado” no moriría.
El texto joánico presenta muchos interrogantes. La presencia de los discípulos en Tiberíades es posterior a la conclusión del evangelio, y sólo se anota en el apéndice, ¿por qué? Se vuelve a hablar de hermanos y de discípulos, ¿Qué hacían Tomás y Natanael pescando en Tiberíades, si no eran pescadores? ¿Por qué María Magdalena no puede tocar a Jesús, porque éste aún no ha subido al Padre? ¿Quedan residuos de la impureza legal judáica de las personas? El reconocimiento de Jesús por parte de la Magdalena y de los discípulos no es ni claro, ni inmediato... ¿Por qué se legitima en un apéndice muy posterior al evangelio la misión de Pedro?...
Y ¿Cómo armonizar históricamente las distintas narraciones de la resurrección del Nuevo Testamento que hemos comentado? Evidentemente porque ésta no es un hecho computable en el tiempo y el espacio, o sea, no es un hecho histórico. Es una experiencia de fe, sólo perceptible en la dimensión contemplativa. No son los ojos de la carne, ni de la mente, sino el tercer ojo, el espiritual el que puede percibir aquella profunda realidad que se sale del tiempo y del espacio: ¡El crucificado vive! Se trata de una experiencia profunda que está en la raíz de la Vida, en la insondable Vacuidad del Misterio, y por ello mismo no pueda ser expresada con palabras, ni con conceptos. Los evangelios, en líneas generales, no nos narran unos hechos históricos, sino unas experiencias de fe, son libros de testimonios, que ciertamente tienen algún fundamento histórico (la existencia de Jesús el Nazareno, su muerte, su predicación del Amor...). Y para contarnos esas experiencias que no son de otro mundo, sino de este mundo otro, los narradores utilizan lo que tienen a mano: palabras, expresiones y conceptos propios de su momento histórico (momento condicionado por el espacio y el tiempo), por eso hablan de resurrección, como hace el concilio de Nicea y todos los posteriores. Su paradigma es heterónomo. No saben hablar de otra manera.
Pero en el paradigma teónomo, el que nos pide la fe a quienes queremos tener en cuenta los siglos de avance del pensamiento, tanto en su línea científica como en la filosófica y la espiritual, la palabra resurrección y el concepto que quiere expresar no pueden ser entendidos de la misma manera que en el paradigma heterónomo. El Misterio, al se llega por la experiencia interior profunda e inmediata, sigue siendo el Misterio, el mismo Misterio, el ropaje con que lo vistamos ha de ser otro. Confundir el Misterio con su vestidura es grave error.
Evidentemente en la teonomía no se puede admitir que venga Dios a resucitar a Jesús de entre los muertos, puesto que Dios no está afuera, no tiene que venir, sino que está dentro, es la misma Realidad elevada a un nivel de profundidad, de Absoluto (como dice Novalis), y por esta misma razón la Realidad no puede cambiar. La Realidad es lo que ES y no es posible ninguna intervención desde afuera que la haga dirigirse hacia otro sentido. Esta la razón de preguntarnos qué tipo de experiencia tienen las mujeres, la Magdalena, los discípulos (incluido Pablo) cuando nos hablan de que Jesús ha resucitado. Y muchos de los teólogos, los que han actualizado su lenguaje: Schillebeeckx, Panikkar, Lenaers, Tamayo-Acosta..., nos dicen: “tienen” la experiencia de que Jesús estaba vivo, que ciertamente había muerto, pero que vivía.
¿Cómo podemos expresar con un lenguaje teonómico lo que se puede entender por resurrección, que es sin duda el pilar de la fe cristiana?
Hay una anécdota, que me ha contado Raimon Panikkar, en la que se dice que un monje intentaba explicar la resurrección a un maestro zen japonés. Al cabo de un rato, el monje le pregunta: ¿me entiende? Y el maestro zen le responde: Sí, pero muéstreme su resurrección y lo habré entendido del todo.
La resurrección cristiana no puede ser pospuesta para después de la muerte, tras la muerte no puede haber un después, pues la muerte es el final del tiempo y del espacio, es la eliminación de todo límite y el después es tiempo y es límite. Si esperamos a después de la muerte esta carne que tenemos, o somos, dejará de ser carne humana, será cadáver y la carne humana es carne viva. Y esta vida en modo alguno la podemos entender como una carretera que nos lleve hacia el cielo, hacia la resurrección, ¿que está más allá?
La Vida eterna no viene después del tiempo. La Vida eterna no tiene comienzo, no tiene duración, no tiene fin, está fuera de la economía del tiempo. Muy fácilmente confundimos Vida eterna con inmortalidad, o con duración sin fin, y ni una cosa ni otra es la Vida eterna, a ésta en todo caso la podríamos llamar Vida infinita, pues carece de todo límite, de todo tiempo y espacio, de toda duración, de todo comienzo y fin, como acabo de decir.
En griego existen dos palabras que nosotros traducimos por una sola, bios y zôê, que significan dos realidades distintas y nosotros las hemos confundido en una, traducimos ambas por vida, pero una. Sin embargo, Bios, es la vida biológica (que es la que entendemos siempre, así decimos biografías, biológico...) y la otra, zôê, significa vida profunda, una realidad que hemos eliminado de nuestro pensamiento y de nuestros diccionarios. Valga el ejemplo que, como todos, es muy imperfecto,: un témpano tiene dos partes, la que se ve que es la mínima, y la que no se ve que es inmensamente mayor, confundir al témpano con la parte que se ve sería un error mayúsculo, témpano es todo y sobre todo es, por así decirlo, la parte sumergida. Esto es lo que nos sucede con la vida, que se nos olvida la Vida, “la parte más interesante”, la profunda, que en este caso es eterna, que no es un trozo inteminable de la vida, sino sencillamante la Vida.
Jesús siempre promete este vida profunda, nunca el bios. Ahora bien esta vida profunda pertenece a otro orden, o un orden diferente que la del bios, la zôê es nuestra vida en tanto que desborda todo individualismo, no toda personalidad (la persona es relación, el individuo es aislamiento).
Esta Vida eterna, esta Vida en profundidad no está en un futuro, sino aquí y ahora. La eternidad es aquí y ahora. Es necesario que descubramos la Vida dentro de la vida, que no nos quedemos en la mera biología, la que percibimos con nuestros sentidos y nuestra mente, sino aquella que se experimenta con el ojo de la contemplación, aquella que hizo exclamar a Juan de la Cruz: “Yo no supe donde estaba / pero cuando allí me vi / grandes cosas entendí...”
Jesús dice a Nicodemo: “lo que ha nacido del Espíritu es espíritu”, no sentido, ni mente, aunque dentro del sentido y de la mente está el Espíritu, sin el ojo de la contemplación no podemos percibir esas profundidades que son la Realidad.
Si vivo la Vida eterna aquí y ahora, en el momento en que muera (lo que muere es mi bios, mi individualidad) esa Vida infinita seguirá siendo la misma, pero sin los límites de mi yo. Se han dado varios ejemplos para explicar un poco esto: la gota de agua, la ola del mar, el viento... Somos como corrientes de aire, como el viento; una corriente se distingue de todas las restantes, pero todas son Aire. Cuando se acabe la corriente, desaparecerá la individualidad (el viento de levante, de poniente...), pero seguirá presente el Aire. Así cuando muramos, si en nuestra dimensión nos vivimos Aire, nos vivimos Vida, o sea, Amor (que es la relación más profunda), cuando se acabe el bios, no sucederá más que eso, se acabará el bios, no la Vida. Si me descubro como Divino, o como Cristo (en términos cristianos) con la muerte lo que desaparece es todo lo que me hace sufrir, mis límites, mi tensión individual y permanece lo que es Realidad, el Amor, la Identidad Divina. Por eso Jesús vive después de muerto, vive con una dimensión de universalidad por el Amor que él es que no acaba nunca, pues trasciende el tiempo y el espacio. Desaparece con la muerte el Jesús histórico, o sea los límites de Jesús, vive el Jesús viviente, el Jesús Misterio, el Jesús Amor.
¿Que es, pues, vivir la resurrección hoy? Descubrirme como Vida, como Amor más allá de la capa biológica que me conecta con el espacio, el tiempo, el sufrimiento y los límites... En la famosa comparación, utilizada en el hinduismo, de la gota de agua, vivir la resurrección hoy es descubrirme como agua más que como gota, y el agua (la Vida) siempre es agua, nunca distinta de otra, si no es por los límites añadidos y siempre en relación con toda el agua de la que no es un aparte.
Esta visión de la resurrección vivida hoy ha de modificar en profundidad nuestro sentido de la esperanza, que no puede ser una proyección de futuro, sino un compromiso de profundidad ahora.

Por descontado que elaborar teorías nuevas para el vino viejo no es más que una satisfacción para el intelecto. Quedarse en ello es empobrecer de forma absurda el mismo Misterio, que nunca puede ser expresado, por eso, entender la resurrección de los muertos en el sentido de profundizar ahora en el Amor, en lo que realmente somos que es Relación comporta un nuevo paradigma de vida – Vida que nos lleva necesariamente a comunicar a nuestro alrededor, mientras estamos en el tiempo-espacio, el fuego, que es luz y amor, que elimine y abrase los límites y nos abra hacia lo profundo: la justicia, la paz, la alegría, la solidaridad, la paciencia, las causas de los más desfavorecidos por las injustas estructuras sociales... Si esto no sucede, es señal inequívoca de que no hemos resucitado en nuestro bios, de que nos hemos quedado en él.
José A. Carmona