jueves, 18 de septiembre de 2008

Sabiduría perenne

La llamada “Filosofía perenne” y lo moderno y postmoderno.

Lo más probable que nos puede suceder, en nuestra cultura occidental, al utilizar la expresión: “filosofía perenne” es que nos venga a la mente el recuerdo de aquella filosofía antigua que estudiamos en nuestra adolescencia y que rememora los pensamientos y sus formas de expresión de la cultura griega, como Platón, Aristóteles, Sócrates, Plotino, San Agustín... y en todo caso también Sto. Tomás de Aquino, S. Buenaventura, Scoto... Filosofía que tenía, y así nos lo ensañaron, la pretensión de ser válida en todo espacio y tiempo, de ahí su nombre de perenne.

Ya en la segunda mitad del siglo XX comenzaba a filtrarse dentro de los ambientes tradicionalistas, en los que se enseñaba aquella filosofía antigua, como si fuera perenne, la novedad de “lo actual” en contraposición a lo antiguo. Por descontado que me estoy refiriendo a los ambientes más tradicionalistas de España, como acabo de decir, pues en el mundo la filosofía había avanzado sin parar desde los primeros (no por ello menos profundos) pasos dados por los pensadores tanto chinos, como indios (menos conocidos en la sociedad, al menos en aquellas fechas) y por los conocidos (no a fondo en ocasiones) griegos a partir de los presocráticos, hasta los postmodernos europeos.

¿Sería posible integrar lo antiguo con lo moderno y postmoderno? ¿Existe realmente esa filosofía perenne? Porque de ser así, la filosofía actual ha de enlazar con ella, o de lo contrario, no sería ella misma perenne. ¿Son compatibles la Metafísica aristotélica (objetivante) y las postmetafísica postmodernista que desconstruye toda metafísica? ¿Hemos de pensar hoy como pensaba Platón hace mucho más de dos mil años, habiendo cambiado tanto el mundo?

Siempre ha sido muy problemático integrar la “sabiduría antigua” con los tiempos “modernos”. Hasta los mismos términos antiguo-moderno se oponen.

Podemos hablar indistintamente de filosofía antigua o perenne, pero sabiendo qué queremos decir con el adjetivo “antigua”. Si nos estamos refiriendo con la expresión filosofía antigua, a las verdades, al contenido de esa filosofía, o mejor a la Verdad única y universal (en su sentido más amplio, como Verdad última, o Espíritu), entonces podemos hablar claramente de filosofía perenne, o más exactamente de sabiduría perenne.

Por supuesto que esta sabiduría perenne no tiene nada que ver con doctrinas, creencias, enseñanzas, ideas..., porque estas tienen que ver con el mundo de las formas, esto es, son los vestidos con los que se viste a la Verdad, o Espíritu (al decir Espíritu estoy hablando de la Trinidad, soy hombre de fe, no de creencias, cristiana) en cada época o lugar para que los hombres la podamos captar.

La Verdad última se halla más allá del espacio y del tiempo, no depende de ellos, aunque es cierto que los engloba, de lo contrario no sería esa Verdad, ese Espíritu, esa Totalidad en la que nosotros mismos estamos inmersos. Esa Verdad nunca puede ser enunciada, pues está más allá del espacio, del tiempo y de la mente. Podemos hacer muchas afirmaciones sobre ella, que siempre serán una parte, nunca la totalidad.

Es muy curiosa la simpleza que abunda en la mayoría de nuestra sociedad superficial, en la que se está dando afirmaciones como la que sigue: “ésa es tu verdad, no la mía”. Afirmación en la que se coge el rábano por las hojas y con la que se pretende dar el mismo valor a todas las opiniones, tengan el fundamento que tengan (igualar la del ignorante con la del sabio). No se trata de poseer ninguna verdad, la Verdad nunca es tuya ni mía, sino que está más allá de nosotros y lo único que podemos hacer son intentos de aproximación a la misma. Estas afirmaciones o similares están en la línea, tan difundida hoy, de elevar la mediocridad (o la incapacidad) a los altares, mediocridad, o mejor, horteradas que están encontrado constantemente respaldo en muchas instituciones y medios de comunicación.

Por tanto, ningún conjunto de ideas, pensamientos, o doctrinas nos permitirá aprehender la esencia de la filosofía o sabiduría perenne. La Verdad esencial (el Espíritu) puede ser mostrada y lo es de hecho en la visión contemplativa, en la que no hay ni forma, ni modo, ni color, ni tiempo..., pero nunca puede ser enunciada (por un lenguaje discursivo) ni aprehendida por una mente creada.

Pero, si con la expresión “antigua” nos estamos refiriendo a las formas y expresiones que asume dicha Verdad, como ideas, palabras, símbolos... entonces las verdades entran de lleno en el mundo del tiempo y del espacio y quedan sometidas a sus leyes.

Y éste es el otro significado de la palabra “antigua”, empleado constantemente por los románticos, que piensan que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, un significado que identifica lo antiguo con lo viejo, con lo pasado, esto es, no con la Verdad atemporal, sino con las doctrinas de antaño. Así, cuando dicen que nuestra cultura necesita de la “sabiduría del pasado” se están refiriendo a las ideas y doctrinas antiguas, a las formas pasadas de la verdad. Con lo que están afirmando que nuestros antepasados intuyeron la verdad mejor y más claramente que nosotros. Algo que no resiste una revisión histórica del mundo de las ideas.

Es cierto que desde el siglo VI antes de Cristo hasta el mismo Jesucristo (prescindiendo -no negando-, así lo exige esta reflexión, de la fe cristiana), se da en la historia el período llamado de los sabios axiales – Zoroastro, Confucio, Lao-tse, Buda, Moisés, Sócrates, Platón, Jesús de Nazaret... - cuyos conocimientos evidencian una profundísima comprensión de la Verdad, de la Vida, del Ser. Pero sus formas de expresión de la Verdad han quedado anticuadas y también han de ser actualizadas para que sigan siendo válidas para acercarnos a esa comprensión de la Verdad hacia la que caminamos.

Los románticos, que son amantes de la sabiduría antigua, entendida como vieja, como forma externa, creen que después del período de los sabios axiales el desarrollo espiritual de la humanidad ha ido cuesta abajo, hasta llegar a caer en esta sociedad moderna y postmoderna decadente, científica y secular en que vivimos. Pero, un análisis serio de la historia posterior al período axial nos revela todo lo contrario. El desarrollo del taoísmo, budismo, hinduismo y cristianismo, por citar sólo unas formas externas de mostrar la Verdad, ha seguido evolucionando y se han sustituido las formas de la sabiduría antigua por otras nuevas. Y cuando no se han sustituido, la humanidad no ha entendido su lenguaje. Y en este cambio de lenguaje, de utilización de las verdades parciales, han colaborado, aún pretendiendo lo contrario muchas veces, la Modernidad y la Postmodernidad, con sus esfuerzos por dar nuevas formas a la verdad, pese a que negaran y nieguen que esa verdad es la Verdad.

Con su profundización en la filosofía, en el conocimiento han ido despojando al Espíritu (que muchísimas veces niegan) de sus viejos ropajes, y le han colocado vestidos más apropiados a los avances de la humanidad.

Mas para verlo así, es necesario que nosotros también nos desvistamos de nuestras ideas caducas y conceptos viejos, es necesario que experimentemos al Espíritu en la contemplación que es amor, y caigamos en la cuenta de que la humanidad no hace sino caminar hacia ese Espíritu, hacia ese Punto Omega del que nos habla Theilard y de que todo avanza hacia él.

Toda evolución no es sino el Espíritu en acción, como nos dice Hegel.

La Verdad nos exige ser más y más conscientes de que vivimos en la Relación Trinitaria y de que todo avance en las verdades y sus expresiones, lo haga quien lo haga, nos acerca a Ella, pues sigue siendo válida, pienso, sigue siendo Verdad la frase: “crede ut intelligas.”

martes, 9 de septiembre de 2008

Una visión cristiana de Dios, esto es, Trinitaria

El ABSOLUTO MANIFESTADO AL HOMBRE EN JESÚS DE NAZARET-CRISTO EL SEÑOR, LOGOS DE LA TRINIDAD, DA PLENO SENTIDO A LA EXISTENCIA HUMANA


El ser humano es para todos los que van más allá del materialismo marxista y de la mera biología (que son legión), conciencia y libertad-para, ¿Pero no será esto más que una utopía? ¿Una vana ilusión?

Muchos pensadores, y todos los místicos han mostrado ya el sentido de la existencia, han mostrado que la vida humana tiende a más allá de sí misma, que es totalmente coherente pensar que la vida no es un absurdo, pero, el interrogante de la duda sigue presente en la conciencia de muchos humanos, de la mayor parte, quizá, de nuestra sociedad. Incluso muchos piensan que la vida es un absurdo total.

La respuesta plena al sentido de la existencia la encontramos dentro de nuestra propia historia humana, dentro de esa totalidad que nos une a todos los que, superando el tiempo y el espacio, tenemos la misma naturaleza. La respuesta la encontramos, porque el Absoluto al que desde la raíz de nuestro ser tendemos, se nos ha mostrado en gratuidad en la persona de Jesús de Nazaret-Cristo el Señor (Jesucristo).

"El proyecto hombre no se quedó únicamente en utopía. Ni se perpetuó en su fracaso, sino que se realizó expresamente en alguien de la raza humana, concretamente en Jesús de Nazaret, vivo, muerto y resucitado"1

No nos adentraremos en un análisis de crítica histórica, ni de hermenéutica sobre los textos bíblicos. Nos basta, para esta reflexión, saber que está más que suficientemente probado que Jesús fue un personaje real, que fue parte de nuestra historia, que se le puede datar y situar, que no es un mito ahistórico, ni un invento de unos discípulos fanatizados, antes al contrario, es la realización de todos los mitos dentro de nuestra historia. Mas, aunque es plenamente histórico trasciende la historia,, su Misterio es transhistórico.

Hemos de tener igualmente presente que el lenguaje bíblico es un lenguaje testimonial, que la Biblia no es un libro histórico en el sentido científico que tiene hoy la palabra, sentido por otra parte muy reciente, y que quienes nos hablan de Jesús, el Cristo, lo hacen de lo que vieron y oyeron2, y que, por tanto, su testimonio es verdadero.

Por último, hemos de tener presente también que entre el Jesús histórico y el Cristo pascual hay una continuidad. Se trata de la misma persona, que empieza su caminar mortal en la encarnación y llega a su plenitud en la muerte, de la que el Padre lo levanta en la resurrección3. Ésta sirve (entre otras muchas cosas) para que los seguidores del Maestro caigan en la cuenta de quién era aquel a quien seguían, no para que se creen un personaje nuevo con doctrinas nuevas, con esperanzas distintas a las que tuvo Jesús, el Maestro. La misión de los Apóstoles será en palabras puestas en boca del Resucitado:

"Id y haced discípulos de todas las naciones enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado4".

El mismo Resucitado, como vemos, hace alusión directa a las enseñanzas que predicó mientras permaneció en carne mortal. Dichas enseñanzas y la trayectoria de la vida histórica de Jesús es el baremo para conocer la vivencia auténticamente cristiana de una comunidad.


El hombre nuevo

El sentido pleno de la existencia humana, la realización de ese proyecto que hay dentro del ser humano, la comunión total y natural con el Absoluto, el hombre libre del fracaso histórico y de todo tipo de esclavitud surgió en el acontecimiento Jesús de Nazaret.

"De esta manera se convirtieron en realidad las ansias de todas las antropologías y de todos los mitos antiguos " 5

A partir del acontecimiento de la resurrección encontramos luz para todas las preguntas que brotan desde lo hondo del ser humano, que brotan desde el Absoluto que llevamos en nosotros, aunque no lo conozcamos.

Nuestra experiencia de hombres en su concreción de existencia mortal, nos lleva a ver una realidad condicionada, agrietada por todas partes, y que, pese a dicha situación, en el hombre hay una dimensión que va más allá, que trasciende toda esta realidad que se nos manifiesta pobre y limitada a veces, rica y abundante otras, pero siempre contradictoria. Considerando ambos aspectos, vamos a reflexionar sobre el acontecimiento Jesús de Nazaret, sobre la persona que realizó en la historia el proyecto hombre en su totalidad, en su plenitud.

"Para la teología es de suma importancia el estudio de la praxis del Jesús histórico, porque es ahí donde se descubre al hombre ansiosamente esperado y la realización del verdadero humanismo. Cuando se reduce la Cristología al Cristo de la fe, se empobrece la visión global del cristianismo”6


Jesús de Nazaret, el hombre auténtico, el hombre-hombre.

La vida histórica de Jesús de Nazaret es la realización del hombre auténtico‚ la realización de la verdadera humanidad del hombre. Leyendo los textos evangélicos así aparece, y así lo vieron quienes le acompañaban en su proyecto humano.

No olvidemos que su divinidad no destruye nunca su humanidad, que por tanto. fue "verdadero hombre", es más fue el Hombre sin grietas, ni contradicciones.

Hombre auténtico es aquel que, como hemos planteado en el apartado anterior:

-. Es coherente consigo mismo, encontrando el pleno sentido de su existencia en la carne.

-. En su experiencia con el mundo es dueño y no esclavo.

-. En su relación con los otros es hermano con toda la profundidad del amor-entrega.

-. En su relación con el Absoluto lo hace con la naturalidad de la comunión íntima y permanente. Viviéndose como verdadero Hijo

-. En su proyecto de vida, en su historia, no se muestra como un absurdo, sino como proyecto total y escatológico.

Todo ello se realiza en Jesús de Nazaret, que es el hombre-hombre, el hombre auténtico. Tan auténticamente hombre que sólo podía ser Dios, como dice L. Boff.

Decimos que:

Jesús es el hombre coherente consigo mismo, el hombre que puede enfrentarse a los que lo quieren matar y decirles: ¿quién de vosotros puede mostrar tan siquiera que he cometido un solo pecado?7. Su existencia está libre de toda oscuridad que pueda entorpecer el sentido de la misma.

Su vida es luz, significación y sentido que profundiza en la comunión permanente con el Padre, y en la experiencia real y constante que tiene con la densidad del Ser que es uno con él8.

Jesús predica el Reino de Dios, que ya ha comenzado, y que es realidad en él mismo, pues los valores del Reino son los que marcan la dinámica histórica de su vida. Esos valores, que luego desarrollaremos, son los que Jesús asume con tal coherencia, que llega hasta la misma muerte en su defensa y promoción, y no a cualquier muerte, sino a la propia del condenado por subversivo, que es por lo que es condenado, aunque no sea por lo que muere.

Encuentra el sentido de su existencia personal, "porque, aunque era Hijo, sufriendo fue aprendiendo la obediencia9". Porque pone a disposición del Padre todo lo que tiene y todo lo que es.

Hemos de tener en cuenta que el sentido de la vida personal se realiza en la dimensión trascendente de la misma, en la vida como apertura-hacia. Y desde esta perspectiva vamos a continuar reflexionando sobre Jesús.

Decimos que:

El comportamiento de Jesús con respecto al mundo es de señor o responsable, de dominio y libertad. No manifiesta ninguna actitud egoísta. Ni rechaza estúpidamente los bienes de este mundo10 ni el acercarse a los marginados de la sociedad teocrática en que vive11. Y, aunque no tiene donde reclinar la cabeza, viste una túnica de calidad, no viste como un andrajoso12.

Condena las riquezas, como dominadoras del hombre, "no podéis servir a dos señores a Dios y a la riqueza13", condena la avaricia, el afán de almacenar bienes materiales, "entonces les dijo: guardaos de toda codicia, que aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes14". Y propone como norma de vida, la que ya era de la suya propia: "No estéis con el alma en un hilo buscando qué comer y qué beber. Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas, ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de esas cosas. En cambio buscad que él reine y eso se os dará por añadidura.15".

Pero, también condena la pobreza que humilla al hombre. No es otro el sentido de las bienaventuranzas, en las que la esperanza activa del Reino y del consuelo alienta al hombre para superar su situación de marginación, creada por la injusticia de las estructuras humanas16. Jesús quiere al hombre libre de los bienes de este mundo, no sometido ni a la riqueza, ni a la pobreza; como lo es el mundo. Jesús busca al hombre no para que huya del mundo, sino para que se encarne en él, para que sea solidario con los otros y con el Todo, para que comparta con los marginados, con los pobres, con los rechazados de la sociedad, con los que menos tienen, para que sea responsable con los otros hombres en la busca de la justicia y de la verdad, en la búsqueda de este mundo “otro”.

Decimos que:

En sus relaciones con los otros hombres Jesús es hermano con toda la profundidad del amor-entrega. Su actitud no es la del superior, sino la de un hermano que está abierto a todos sin distinción, pero sobre todo, a los marginados, a los que menos tienen. Él hace que el hombre se sienta su prójimo (cercano a él). No hace distinción ni de posición social: trata con todos: Zaqueo, Leví, los leprosos, ni de sexo: le siguen mujeres, cosa escandalosa para un rabí , ni de religión: se acerca a la samaritana, a los pecadores, a las prostitutas. Y predica la esperanza en un festín al que son invitados todos los impuros de aquella sociedad teocrática e hipócrita.

Es más, Jesús convierte al prójimo en hermano, porque la relación que establece con los hombres y mujeres no es legalista, ni externa, sino cordial (ex corde), nacida de dentro. Hace lo que predica: "al que venga a mí, no lo rechazaré17". Identifica el mandamiento supremo con el amor fraterno18, y después de servir a los que le siguen hasta lavarles los pies, (trabajo reservado a los siervos), les propone el mandamiento nuevo: "amaos unos a otros, como yo os he amado19". Quiere que la comunidad que le siga, sea una comunidad de hermanos20. Y la relación entre hermanos no puede ser la opresión, sino el servicio que brota del corazón. Un servicio que se hace realidad en Jesús, "porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la humanidad21". Jesús de Nazaret es el hombre-hermano del hombre, abierto al hombre, hecho hombre por el hombre.

En los evangelios encontramos a un hombre, Jesús, que era un ser-para-los otros. Pasó haciendo el bien entre los hombres, perdonando, consolando, curando, suscitando la esperanza y encauzando a los humanos hacia el Padre.

Esta actitud de Jesús es la que el hombre ha de integrar en su propio corazón, como dice Pablo a los filipenses22:

"Entre vosotros tened la misma actitud del Mesías Jesús:
él, a pesar de su condición divina,
no se aferró a su categoría de Dios,
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
haciéndose uno de tantos."

Decimos que:

La relación de Jesús con el Absoluto, con el Padre, la realiza con la naturalidad de una comunión íntima y permanente.

"Él fue el Hijo de Dios radicalmente y en el sentido “creacional”23 de esta palabra. En Jesús el proyecto divino no destruye al humano. El vivió una superlativa intimidad con el Padre, llamándole ABBA, sintiéndose‚ y viviendo como hijo obediente y siempre dispuesto a hacer la voluntad del Padre y no la suya“.24

En su relación con Dios no hay discontinuidad, no hay distancias, sino intimidad. Hay sumisión total a la voluntad del Padre, incluso en aquellas cosas que repugnan a su humanidad, como en la oración del Huerto de los Olivos25. Intimidad que llega a la consumación de la unidad26, creando una relación totalmente nueva para los hombres, la de paternidad-filiación. Esta unión con el Padre no es la propia de un niño, sino la de un adulto, es una relación de alteridad, en la que cada cual mantiene su proyecto y su camino, pero, en la que hay una comunión vital. Comunión que no es el resultado de un gran esfuerzo ascético‚ sino brote espontáneo de la misma personalidad del Nazareno, que no se encuentra a sí mismo, si no es en esa comunión íntima con el Padre. Para Jesús Dios, el Absoluto, es una evidencia existencial, (esencial en las palabras citadas de Dürkheim) no el resultado de un esfuerzo de renuncias, como pudiera serlo quizás para nosotros.

Decimos que:

El proyecto de vida de Jesús y su historia no se nos muestran como un absurdo, sino como proyecto total y escatológico.

Jesús es llevado a la muerte por subversivo, pero él no rehuye enfrentarse con la muerte, sino que la afronta, mostrando que hay algo que va más allá de la misma muerte: la defensa de unos valores que trascienden la vida personal, los valores del Reino, que en él son la vida más allá de la misma.

La muerte queda asumida dentro del proyecto de Jesús: el proyecto del Reino, el mostrar a los hombres el camino de liberación, el camino de la filiación divina y de la fraternidad universal. Por eso, aunque Jesús se somete a la muerte, a su vez somete a ésta a los valores que predica, a los valores que asume, destruyendo la muerte como final de todo proyecto histórico.

La praxis de Jesús como hijo, hermano, señor y como encarnación del Reino libera al hombre de su condición de pecador, hijo rebelde, dominador de hermanos, tirano de la naturaleza, desesperanzado de la trascendencia.

Él es el hombre-Hombre, el hombre libre que realiza su propia vocación haciendo en sí mismo lo que anuncia para la humanidad. La liberación total del ser humano, el sentido de la existencia, no es una utopía, una vana ilusión, un imposible, sino una topía, un hecho consumado, puesto que en Jesús es acontecimiento, plenificado en la resurrección. Con la resurrección el Padre nos muestra en Jesús que la utopía, lo que parece imposible para el hombre, es el verdadero camino para el cristiano, pues para Dios no hay nada imposible.


Cristo, el Señor, el hombre nuevo escatológico.

Nuestra sociedad presenta como valores humanos, los que realmente son no-humanos, los que son alienaciones27, esto es, idolatrías, como dinero: sexo, consumo, ideologías, partidos, dogmas. Lo mismo sucede en la sociedad en que vive Jesús, se presenta la alienación como suprema meta del hombre, se presenta la anormalidad como normal, el vacío como plenitud, lo egoísta como fin, lo superficial como profundo. Jesús cambia los falsos valores por los verdaderos y lo toman por loco, subversivo, hereje, blasfemo. Y lo condenan a muerte en nombre del Dios, que aquella cultura religiosa ha construido y en nombre del no-hombre que aquel humanismo ha establecido.
Mas, Jesús resucitado de entre los muertos, Cristo el Señor, revela a los cuatro vientos los planes del Padre, ocultos desde el comienzo de los tiempos: el hombre está hecho para la vida y no para la muerte. La resurrección es la humanidad terminal, es la consumación del proyecto divino, hecho acontecimiento en uno de nuestra especie: Jesús de Nazaret.

La resurrección no es privilegio suyo, sino proyecto del Padre para todos los hombres, y es la entrada del cuerpo terrestre en la plenitud de vida del Reino, es la entrada de la existencia humana en la vida de Dios.

Cristo-Jesús resucitado es el encuentro pleno entre el Padre Dios y el Hijo hombre, hecho acontecimiento en nuestra historia. Él es la plenitud de la humanización. Desde Jesús, el Cristo, entendemos la historia como proyecto que no acaba en el absurdo, sino que es realización que trasciende la carne, la muerte, la existencia terrena; entendemos al hombre cargado de sentido; entendemos a la creación como manifestación del proyecto de Dios, y por lo mismo como manifestación del mismo Dios.

A partir de Jesús se comprende al hombre en su profundidad, en su ser. Pero, el hombre absolutamente liberado no se ha realizado más que en Jesucristo. La plenitud de sentido sólo la ha alcanzado él, aún no se ha realizado la liberación cósmica. Entretanto, nosotros vivimos en la ambigüedad del tiempo presente, que lleva en sí el germen de la liberación final, de la plenitud escatológica, pero que se desarrolla en la tensión de la existencia carnal, de la obscuridad de la fe. Estamos en la misma carne en la que estuvo Jesús de Nazaret y hemos de seguir sus pasos, estamos en el tiempo de la existencia cristiana, estamos en el tiempo del seguimiento del Jesús histórico, aunque con la esperanza que nos trae el Cristo resucitado.

En los cuatro evangelios se dice que creyente es el que sigue a Jesús. Creer en Jesús es seguirle. El término griego que utiliza la traducción de los LXX es acoloûzein, palabra que aparece 91 veces en el NT, de las cuales 89 pertenecen a los evangelios. Esta abundancia en el uso de la palabra griega por parte de todos los evangelistas indica que el seguimiento no es una idea particular de uno sólo de ellos, sino una idea central de todos los evangelios.

Estamos ahora, pues, en la época del seguimiento del Jesús histórico. Y hemos de seguirle reproduciendo en nosotros los mismos sentimientos que él tuvo, no imitando (el seguimiento no es simple imitación) sus gestos, sino reencarnando sus valores y viviéndolos en nuestra sociedad y en nuestro momento histórico.

El DIOS (el Padre) QUE JESÚS NOS TRAE


La primera y más radical vivencia del Maestro que aparece en el NT, es la de su sentido profundísimo de su propia filiación divina, de que era verdadero Hijo de Dios. Y en esta misma actitud de filiación aparece como profeta de un Dios diferente del comúnmente aceptado, incluso por las personas religiosas.

Jesús crea una nueva relación con Dios que hemos de analizar un poco. En concreto, vemos que él invocando a Dios como Padre, lo está comprometiendo en unas acciones que la religión oficial considera blasfemas. Por tanto, nos interesa saber

¿Qué Dios, qué Absoluto se nos revela en Jesucristo?


La normativa bíblica para hablar sobre Dios.

Antes de entrar en la respuesta, tengamos en cuenta que nuestras palabras son pobres medios para hablar sobre Dios, es más, lo que pueden hacer es obscurecer el mismo concepto de Dios, que es imposible poder expresar lo que él es por ningún medio humano; ya Sto. Tomás de Aquino decía que la última palabra que un hombre puede decir sobre Dios, es afirmar que son mentira todas sus afirmaciones anteriores. Y sin embargo, como hemos de hablar, intentaremos hacerlo con un lenguaje similar al bíblico.

La normativa de la Biblia para hablar sobre Dios es la narración. La Biblia nos cuenta lo que Dios ha hecho en la historia de los hombres, no lo que Dios es en sí. Habla de Dios por sus obras y sobre todo por el hombre, que es su palabra más auténtica en este mundo28.

"A Dios nadie le ha visto jamás, pero el unigénito‚ que vive junto al Padre nos lo ha contado29". De Dios no conocemos más que lo que nos han dicho, o lo que hemos experimentado, pero, nunca lo hemos visto, no lo hemos poseído, como se posee una imagen (aunque sea mental), lo que sabemos de él es por el testimonio, por la maravillas que ha hecho (y sigue haciendo, también en nosotros). Por esto, nuestro lenguaje ha de ser muy humilde.

Este lenguaje narrativo es común a los dos testamentos, en ninguno Dios es objeto directo de contemplación, sino que es conocido sólo a través de sus obras, a través de la palabra que él nos comunica. No lo poseemos en nuestra mente, sino que somos poseídos por su palabra que rompe nuestro corazón interpelándonos, cuestionándonos, impulsándonos a salir de nuestro egoísmo en apertura hacia, y comunicándonos su amor sin límites.

En el AT el lenguaje sobre Dios está constantemente luchando contra la idolatría, que permanece siempre en el corazón del hombre, no contra el ateísmo, que no ha sido un fenómeno masivo hasta nuestros días. El ateísmo o el agnosticismo, si es puro30, es menos malo que la idolatría, posiblemente sea peor la falsa imagen que la negación pura, o la mera abstención de juicio. El hombre, incluso el ateo, tiende siempre a idolatrar lo que posee, a construirse ídolos, porque necesita seguridad. Y, lógicamente, adoramos lo que palpamos: dinero, poder, la imagen de la Virgen, los cargos y funciones de poder sean de la iglesia o del estado, el concepto de Dios que nos hemos forjado, nuestros dogmas, nustras actitudes, etc. De ahí que el esfuerzo de la revelación divina sea constante en la lucha contra esta actitud del corazón humano.

El NT continúa esta línea de lenguaje narrativo, sobre todo en los evangelios con la vida de Jesús, en la que se pone de revés lo que parece la imagen de Dios del AT.


¿Supone el NT una ruptura con el AT con respecto a la imagen que nos cuenta de Dios? ¿Realmente en la vida de Jesús se nos muestra un Dios diferente?

Existe en la iglesia católica una doble interpretación teológica en este tema.

La primera afirma que la doctrina sobre Dios en el AT está completa. Que Jesús hace suya esta doctrina y no añade nada nuevo. Sólo muestra que la gloria de Dios ha sido pisoteada por los hombres y que los hombres se han apartado de su estado original, del estado en que salieron de las manos del Creador. Para llevar a cabo la reconciliación entre Dios y el hombre, Jesús ofrece su vida en sacrificio, abriendo un camino hacia el Dios del AT. Gracias a su muerte Dios seguirá siendo el "justo" vengador, ya aplacado. Según esta interpretación es el NT el que ha de ser leído a partir del AT, y no al revés.

Sin embargo, esta doctrina sobre Dios conlleva una serie de problemas de difícil solución, problemas que a lo largo de la historia ha padecido la iglesia. He aquí algunos de ellos: Comparando la doctrina sobre Dios en ambos Testamentos, nos encontramos con que el veterotestamentario es un Dios vengador, un Dios justiciero; en cambio, el revelado en Jesús es Amor. En el AT aparece como fundamental en el creyente el temor de Dios, en cambio, en Jesús es fundamental la comunión con el Padre.

Esta interpretación de que el AT es en sí una doctrina acabada sobre Dios lo convierte en una organización doctrinal constante e inmutable, en las que la figura central es la del Dios justiciero y vengador, moralizante y severo, celoso guardián de su ley. Ha sido (y es) una doctrina muy frecuente en la historia dela iglesia.

Sus consecuencias son graves. Una de ellas es que la muerte de Jesús estaría exigida por el mismo Dios para reparar el daño hecho por el hombre con su pecado. Interpretando así la muerte “redentora” de Jesús, se viene a refrendar la doctrina del AT sobre Dios.

Otra consecuencia es, que la iglesia, al no poder conciliar la doctrina sobre Dios del AT con la del Nazareno, se ha ido decantando hacia una visión de Dios, o hacia otra, en función de las circunstancias políticas, sociales, o en función de la cultura y de la visión de los predicadores. ¡Cuántas veces se nos ha propuesto el fuego del infierno como razón para ser santos! !Cuántas veces se nos ha fundamentado una actitud cristiana en el temor de Dios! ¡En el santo temor de Dios, que venga los pecados de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación! Nos bastaría, para comprobar dicha ambigüedad, hacer un recorrido por toda la historia eclesiástica, empezando por el miedo de Pedro a actuar en libertad ante los judaizantes, y terminando en la doctrina que en muchas iglesias de nuestros días se enseña. Un ejemplo: a María se la ha mostrado siempre como intercesora ante la justicia divina, implorando a Dios (a su Hijo) en favor de los pecadores para aplacar la justicia divina, como si Jesucristo y el Padre fueran adustos vengadores de los pecados, cuando Jesús es la misericordia encarnada y el Padre puro don.

"Esta manera de proceder es perfectamente comprensible. Tiene su origen en la dificultad de asumir, con todas sus implicaciones, la novedad de la acción de Jesús. La iglesia antigua tenía un sistema de referencias que le permitían fijar unas cuantas observaciones sobre las relaciones entre Dios y los hombres. Este sistema de referencias estaba representado por la tradición del AT, leída en función de las tradiciones del pueblo judío." 31

La segunda interpretación afirma que el AT no es una doctrina, mucho menos acabada, sobre Dios, tan sólo es el relato de unas acciones salvíficas de parte de Dios en favor del pueblo judío. La doctrina que se ofrece sobre él no es más que el esfuerzo del pueblo judío para nombrarlo, no es más que una interpretación hecha desde una cultura (la judía) sobre unos hechos salvadores. Pero, la acción de Dios no se agota en estos hechos, queda abierta hacia el futuro, queda abierta hacia todas las dimensiones, Dios sigue interviniendo en la historia. Y de todas las intervenciones habrá una que es la "más concreta y la más humana": Jesús32.

Dentro de esta segunda interpretación se sitúa esta breve síntesis. Y así, en este texto se afirma que efectivamente la acción de Dios en Jesús supone una innovación en la interpretación y en la experiencia de Dios con respecto al AT.


¿Cómo actuó Dios en Jesús, el Cristo? ¿Qué Dios se nos revela en Jesucristo?

Lo primero que aparece, al leer los relatos neotestamentarios, es que se nos habla de un Dios que es trinidad. Desde los orígenes del cristianismo los creyentes se han dirigido al Padre, por la mediación del Hijo, impulsados por el Espíritu.

Es verdad, que no siempre la actitud cristiana ha tenido presente ni en la teología, ni en la piedad a las tres personas en la misma proporción. El Espíritu muchas veces ha sido relegado, incluso olvidado durante mucho tiempo en la iglesia latina. Pero, desde los comienzos la figura del Dios de Jesús es una figura trinitaria, y la misma experiencia mística de Jesús es trinitaria. En la vida de Jesús, Dios es el Padre, él es el Hijo exaltado a la derecha del Padre, quien a su vez nos envía al Espíritu, su Aliento. Dicho esquema trinitario es utilizado constantemente en las cartas paulinas y en concreto en Mt 28,19 y 2 Cor 13,13. Y tiene su fundamento en la acción liberadora de Jesús que, bajo el impulso del Espíritu, invoca a Dios como Padre, el cual se compromete en esa acción del Hijo, rompiendo todas las opresiones, incluso la de la ley religiosa judía.
Y esto es lo grande de Jesús, que en su acción quedan comprometidos totalmente el Padre y el Espíritu, ¡pese a que su acción es subversiva para la doctrina establecida!, para la sociedad que ha propuesto al no-hombre como modelo, a la idolatría como fe auténtica.


El Dios-Padre manifestado en la vida de Jesús no es un fantasma imaginario.

El fantasma paterno es una proyección de un deseo de inmortalidad, del deseo de protección indefinida propio del sujeto que lo proyecta, del hijo, el cual permanece en una actitud infantil, de regresión al origen. En este caso se reviste a la imagen paterna de los atributos del saber, del poder, para que el hijo justifique lo quiere: mantenerse siempre ligado al padre en un deseo infantil de no arriesgarse en la existencia, de no ser adulto, de no reconocer su propia alteridad con respecto a la del padre y a la de los otros.

Dios es el sujeto idóneo para alimentar este fantasma paterno, pues por hipótesis él no está sometido ni al tiempo, ni a la muerte, es el omnisciente y el omnipotente. Representa la figura ideal para convertirse en el fantasma paterno, asumir a Dios en este sentido nos evitaría tenernos que enfrentar a la realidad, viviendo en sueños ilusorios, infantiles y egoístas (algo muy frecuente en las actitudes religiosas de los humanos). Pero, no es esta la fe que supone una autonomía en el creyente y, por tanto, una separación del otro, una actitud personal.

Analizando lo que nos dice el NT sobre la actitud de Jesús, del hombre Jesús, con respecto al Padre vemos que ésta no se desarrolla en el falso  ámbito de los sueños, sino en el real de la acción liberadora. El Padre no salva al Hijo de la cruz, antes al contrario lo hace uno como los otros, y así “se convirtió por la obediencia en causa de salvación para los demás33”.


El Dios-Padre que el NT nos muestra es "el Dios entregado".

Juan al comienzo de su evangelio ya plantea esta visión del Dios entregado, que es experiencia en Jesús, de la que él (Juan) es testigo: "Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de él34". Esta visión del Dios entregado no sólo es idea de Juan, sino también de Pablo y de toda la tradición cristiana.

Dios es el que entrega a su Hijo en manos de los hombres, y no porque el hombre sea más fuerte que Dios, sino porque la dinámica de Dios no es la de la fuerza que impone, sino la del amor que ofrece y se entrega en don.

Esta realidad de Dios es totalmente inaudita para nuestra mentalidad occidental, no encaja en la idea que tenemos de Dios (imagen paterna idolátrica), no podemos pensar en un Dios sometido al hombre, sino superior y dominador del hombre. Y lo es también para la mentalidad veterotestamentaria. En el AT Abraham, el gran patriarca padre del pueblo judío, es sometido a prueba cuando Yavé le pide el sacrificio de su hijo, Isaac, pero el sacrificio no es consumado. En cambio, el Dios de Jesús va mucho más allá que el de Abraham, el Dios judío salva al justo, el de Jesús deja que el justo muera. Jesús con su muerte está poniendo de revés toda la mentalidad judía sobre Dios. Y el mismo Jesús (que es judío, aunque no por serlo) experimenta trágicamente en la cruz el abandono de esa entrega del Padre, del silencio de Dios, y no puede menos de gritar: “Padre, ¿porqué‚ me has abandonado?35". Nunca podremos comprender la terrible tragedia del hombre Jesús en aquellos momentos.

La cruz de Jesús es escándalo y locura, pues no encaja en ninguno de los parámetros de la mente humana, ni de las religiones establecidas, al patentizar que Dios no sale al encuentro del justo que lo busca, sino que guarda silencio.

Sin embargo, Juan no habla del abandono sino de la entrega. El Padre entrega al Hijo, no lo abandona, "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único36". Y entrega quiere decir que no hay abandono, que el alejamiento es sólo aparente, que el silencio de Dios es su manifestación. En la muerte de Jesús Dios se revela como el que entrega a su Hijo, no porque no tenga fuerzas para arrancarlo de la mano del hombre, sino porque su intervención es a través de la fuerza del amor, de la donación.

Así, por la muerte del Hijo sabemos, que el Padre no interviene en la historia más que por una oferta de amor, y que Jesús, muriendo, asume esta manifestación divina hasta sus últimas consecuencias. Jesús no utiliza el poder para cambiar el curso de la historia y librarse de la muerte, sino que vive la obediencia hasta la consumación de sí mismo. Los judíos que estaban al pie de la cruz, no podían entender (nosotros tampoco) esta actitud, Dios ha de ser manifestación de poder (pensaban y pensamos), y en consecuencia pedían (y pedimos) a Jesús que bajara (baje) de la cruz, si era el hijo de Dios, mas Jesús, precisamente porque era el Hijo, no podía bajar, no podía librarse de las penas propias de su historia humana.

Dios permanece discreto, silencioso, ante el sufrimiento de la historia, pero no impasible, deja autonomía total a la historia humana. Padece, diríamos con nuestro lenguaje humano, junto con el Hijo, junto con el justo, al entregarlo al curso de la fuerza y violencia de los hombres, pero en la entrega apuesta por el hombre. Se nos ha hecho compañero de viaje en nuestro caminar, ya no intervendrá en la historia para cambiarla, sino para sufrirla junto con el hombre, y para triunfar en ella con el triunfo del hombre. Y Dios no es ningún necio que no sepa por qué apuesta, en Jesús hombre encontró la respuesta total y autónoma del hombre al amor de entrega ofertado por él. Jesús fue coherente con este amor hasta la muerte y por eso el Padre lo exaltó hasta su diestra. Desde Jesucristo y por él Dios sigue apostando por el hombre, sigue amando al hombre y poniendo en él aquello por lo que puede ser amado: el Espíritu que derrama en nuestros corazones.
Si el Padre sigue apostando por los hombres, es porque reconoce en nosotros al Espíritu de Jesucristo, que es quien a su vez nos lleva a reconocer la presencia del Padre en la historia fracasada de Jesús, pero triunfante del Cristo.

"Si Dios sigue amando al hombre, es porque el hombre es digno de ser amado (o es hecho digno de ser amado) a pesar de todo" "el Dios ausente de la historia se nos hace presente en la historia, como la apuesta por la libertad del hombre que marca la historia."37

Dios apuesta por una libertad que nos arranque del egoísmo y del sometimiento al poder, aunque éste aparezca como divino. Nos libera del Dios-poder, porque el es el Dios-Padre-entregado.

En respuesta al Dios-Padre-entregado la actitud filial del hombre Jesús no es la de un niño, que se ampara en el fantasma paterno, sino la de un adulto, que asume las consecuencias de su filiación hasta la entrega de su vida en aras de la obediencia.

Aunque la experiencia que tiene Jesús de Dios, y que nos narra el NT no acaba en esta visión, no podemos desarrollar otros aspectos. Sólo apuntaremos que Jesús vive la presencia de Dios como Padre, como amor, como fecundidad, como libertad, como alegría, como ternura, etc.


El Espíritu que Jesús nos envía.

Jesús vivió su filiación divina, vivió su relación con el Padre no como con un fantasma paterno, como la ilusión de un paranoico, sino con la realidad de una imagen simbólica, esto es, una realidad profunda, enraizada en el ser, previa a cualquier conceptualización y contrastada con la comunidad cultural humana. El paso de la imagen paterna falsa a la simbólica sólo se da por una conversión. O sea que es obra del Espíritu.

Advirtamos que en Jesús no se da la conversión del pecado a la gracia, pero sí se da la acción del Espíritu que lo va llevando por la obediencia al Padre. El camino de Jesús también es progresivo.

En el AT apenas aparece algún indicio que aluda al Espíritu. Aunque ya en Génesis 1,2 se habla del “ruaj Yahvé”, del aliento de Dios, a lo largo de toda la historia bíblica apenas hay referencias al Espíritu. Es más, para los doctores de la Ley es impensable una Trinidad en Dios. La figura del Espíritu es totalmente neotestamentaria y viene a romper el círculo de relación Padre-Hijo.
¿Cómo nos presenta el NT al Espíritu?

Lo presenta como:

Empuje38.

Libertad 39.

Comunión40.

Memoria41.


El Espíritu Santo es empuje, fuerza, energía de Dios.

El Espíritu aparece siempre en las narraciones bíblicas como el que suscita la existencia. Aparece en la creación dando orden al caos junto con Dios42. Dando origen también a los tiempos escatológicos haciendo concebir a María sin obra de varón43. Igualmente, impulsa a Jesús a comenzar su vida pública44. Lo resucita de entre los muertos45 y finalmente inaugura el tiempo de la iglesia en Pentecostés46.

El Espíritu es el origen de todos los comienzos. Comienzos proyectados hacia el futuro, que ya por ser tales, no son círculos, sino líneas de esperanza que es el fruto a su vez del Espíritu47.

El Espíritu es la fuerza que impulsa al individuo hacia el futuro, que lo lanza fuera de sí mismo en la búsqueda del otro y de la historia, para la creación continuada del paraíso, que no es el pasado, sino la realización plena del presente desde la perspectiva del porvenir escatológico.

El Espíritu, en cuanto energía que es procedente del Padre como fuente primera, no puede ser en modo alguno encorsetado. Es el Espíritu del Padre no encarnado en ninguna realidad histórica, sino manifestado por puro don en la experiencia del hombre. Ni la palabra, ni la experiencia, ni las instituciones, ni las iglesias, ni el poder, ni la ley, ni los partidos, ni el pensamiento, nada, absolutamente nada creado tiene la exclusiva del Espíritu, la exclusiva de la energía del Padre, que "sopla" cuando quiere y donde quiere. El soplo del Espíritu no está sólo en la sensatez, sino también en lo imprevisto, en la novedad, no sólo en lo cristiano, sino en el hombre, no sólo en el hombre, sino en lo creado, no está en lo que nosotros queramos que esté, sino donde él quiera estar.


El Espíritu es libertad.

Es una de la ideas fundamentales de la teología paulina48.

Existe, según Pablo, una oposición entre Espíritu de Jesús y ley. Él nos libera de la esclavitud de la ley, porque escribe la ley del hombre (no ya la de Moisés) en nuestro corazón.

El Espíritu se manifiesta siempre como verificador del hombre contra la falsificación constante a la que el hombre está sometido, sea por la ley como Absoluto, sea por cualquier otra cosa que esclavice al hombre. Verifica al hombre-Hombre, como imagen de Dios.
El ser humano se debate entre dos esclavitudes: o se esclaviza a su propio egoísmo, o se esclaviza a la ley que viene de fuera. El Espíritu regala al hombre la libertad de ambas esclavitudes, haciéndolo‚ y mostrándole, que es hijo del Padre, y que la fuente de su actuar es el amor filial hacia él, el amor fraternal para con todos los hombres y la comunión vital con la creación entera.

El Espíritu nos hace realmente hombres, verificando en nosotros lo que anunció Jesús que somos: hijos de Dios. Dando a nuestro ser su verdadera dimensión, y en consecuencia relativizando toda ley y toda realidad externa que no sea para el servicio y realización del hombre. Por eso el Espíritu nos hace libres para los hermanos, los seres humanos.


El Espíritu es comunión en la pluralidad y por consiguiente gozo (Gal. 5,22).

Ya Ireneo de Lyon decía en el siglo II:

"El Espíritu es el principio de armonía interior de cada hombre, que lo equilibra. Y principio de comunión con todos los hombres." 49

En la primitiva iglesia neotestamentaria aparece siempre el Espíritu como coordinador de la comunión entre los creyentes, nunca como unificador, porque siempre respeta las diferencias entre ellos. Así, eran muchas las lenguas que se hablaban el día de Pentecostés, pero cada uno entendía lo que se decía, eran muchos los servicios, eran muchos los dones que se entregaban a los distintos miembros de la comunidad, pero uno sólo el Amor. El Espíritu era la armonía que mantenía la comunión en la pluralidad, comunión de la que brotaba el gozo de la vida comunitaria.

El Espíritu de Jesús derramado en nuestros corazones es fuente de unión en medio de las diferencias, pero nunca destructor de las mismas, porque las diferencias no son conflictos a eliminar, sino riquezas a compartir en el gozo del amor.

Tan sólo una mentalidad infantil, encerrada en el fantasma paterno originario, tiene miedo a la diversidad, a la que percibe como destructora de sí misma, de su propio vacío personal. El hombre afianzado en el Espíritu del Padre sitúa el pluralismo en su verdadera realidad, en su alteridad y en su riqueza. El Espíritu de Jesús no viene a hacernos una sola identidad, sino a unirnos en comunión de gozo.


El Espíritu es memoria. Nos hace recordar la objetividad histórica de Jesús.

Al decir que es memoria, se está diciendo que es presencia y recuerdo50 sin confusión, ni separación entre ambas. Que es presencia creadora hoy, que actualiza al Jesús histórico como crítica de nuestra actitud.

Al afirmar la presencia del Espíritu estamos volviendo a lo apuntado ya, que el Espíritu es hoy: esperanza, fuerza, libertad. Una esperanza que va más allá de la misma historia de los hombres, y que, por tanto, no depende de por dónde sople el viento de la historia humana. Una fuerza que impulsa a la creación, sin desechar la sensatez. Una libertad que busca las raíces cosmoteándricas del hombre51.

Al afirmar que es recuerdo, se dice que hace presente al Jesús que vivió entre nosotros, al Jesús que, sin género de dudas, fue un hombre conflictivo, un hombre libre, que optó por los marginados y oprimidos, que introdujo en la historia los signos del Reino y que fue un fracasado según el enfoque de la historia humana.

Y, afirmando que el Espíritu es memoria, decimos que es presencia en el recuerdo, que es esperanza, libertad y fuerza en la conflictividad, que lo es en la lucha para la humanización de nuestra sociedad y en la preferencia por los pobres. En una palabra, que es la gran esperanza y consuelo para los hombres que intentan instaurar los valores del Reino en nuestro mundo, aunque el resultado sea el fracaso ante los ojos de todos.

Estamos tentados, hoy de manera particular, para no ver el Espíritu en esta dimensión de memoria, como presencia del rostro humano de Jesús. La mayor de las actuales "seducciones del Espíritu" está olvidando esa concreción de la memoria del Jesús histórico en la presencia de lo Humano, que es lo que discierne la originalidad cristiana.52 Incluso, en un cierto afán de darle entidad exclusiva a lo cristiano, lo hemos separado de lo humano, inventándonos un sobrenatural artificial, cuando lo verdaderamente “cristiano y sobrenatural” es vivir la profundidad de lo humano, la profundidad del proyecto del Padre sobre el hombre. La gracia no puede ser en manera alguna un añadido superficial que aliena al hombre, sino todo lo contrario. Por tanto, el sobrenatural no es más que los más auténticamente natural, es lo que de más profundo y auténtico hay en el hombre, lo radicalmente humano, según el proyecto del Padre.